OPINIóN
Actualizado 04/03/2023 09:25:44
Francisco Aguadero

El lamentable hundimiento de una embarcación con cerca de 200 migrantes reactiva el debate sobre la migración. El accidente ocurrió en la madrugada del domingo 26 de febrero, cuando los ocupantes de un peupérrimo barco de madera ya se sentían seguros, porque se encontraban a unos 150 metros de la costa calabresa (Italia). Sus sueños estaban al alcance de la mano, pero muchos de ellos murieron ahogados antes de saborear las mieles europeas a las que aspiraban.

Eran emigrantes procedentes de Asia: afganos, somalíes y sirios, que cuatro días antes habían partido del oeste de Turquía, por la ruta más larga y peligrosa hasta alcanzar Europa, bordeando la costa griega por el mar Egeo y el Jónico para llegar a Italia. Frontex, el organismo europeo de fronteras, calcula que solo el pasado año cruzaron el Mediterráneo por esa ruta 42.800 personas.

La tragedia volvió a personarse, tras haber recorrido 1.200 kilómetros por el Mediterráneo. En el frío mar de un mes de febrero, sacudidos por un fuerte oleaje, murieron 62 personas, entre ellos más de una veintena de niños. Se han rescatado 81 persona y el resto están desaparecidas. El naufragio cuestiona las duras políticas italianas de emigración y pone sobre la mesa el cómo la está afrontando Europa.

El caso tiene un cierto paralelismo con lo ocurrido en la isla siciliana de Lampedusa en el 2013. Entonces, un viejo pesquero con unos 500 migrantes a bordo divisó tierra, incendiaron una sábana para llamar la atención de los rescatadores, el barco se prendió y se hundió, murieron 368 personas. Aquella tragedia marcó a sangre y fuego la vida política italiana, sus ciclos electorales y las relaciones con Europa. Pero una década después casi nada ha cambiado. En ese tiempo y según la Organización Internacional para las Migraciones, han perdido la vida en el mar 26.000 personas. El Mediterráneo se ha convertido en un inmenso cementerio, una tragedia que Europa no puede permitir.

La Comisión Europea rechaza las críticas de Italia a su gestión de la migración y recuerda que lleva intentando negociar desde el 2020 un Pacto de Migración y Asilo que aún no ha logrado cerrarse. El acuerdo pendiente contempla reubicar a más de 8.000 refugiados en un año, pero solo se ha logrado con 514 personas en España, Italia y Chipre. Mientras y según la Organización Internacional para las Migraciones, por el mar Mediterráneo han llegado casi 130.000 personas.

Con todo el dolor producido por la pérdida de vidas humanas, decir “Mediterráneo” es decir muchas cosas a la vez. Es el mar, por excelencia de la Antigüedad, centro del mundo antiguo, cuna de civilizaciones, fuente de inspiración, musa de la lírica, pentagrama azul de la música, ágora del comercio, fuente de desarrollo económico y social, campo de batallas, tumba de emigrantes, promotor del turismo mundial, famoso por el sol que le alumbra, sus playas, su cultura y hasta por su peculiar y saludable dieta mediterránea.

En los orígenes latinos mediterraneus sugería un espacio líquido entre continentes, un mar interior, en contraposición con el otro exterior, abierto, conocido como mar océana, el Océano Atlántico. Así, nuestro Mare Nostrum, venía a bañar el litoral de las tierras de Europa, África y Asia, desde Gibraltar hasta Oriente, separando aquellos continentes.

Este corazón del mundo ha tenido diversos nombres, hasta llegar a nosotros. El nombre más antiguo fue Thálassa o Megále Thalassa (Mar Grande). Así lo llamaban los primeros navegantes que lo surcaron al completo, los fenicios y los griegos, allá por los siglos VI-V a.C. Estos y otros pueblos de la Antigüedad, eran muy dados a referirse a él como algo propio, con sentido de pertenencia. El ateniense Tucídides lo designa como Mar Helénico y los romanos lo llamaron Mare Nostrum.

Habrían de pasar muchos años hasta que apareciera, en la Alta Edad Media, el apelativo “Mediterráneo” de la mano del polígrafo cristiano Isidoro de Sevilla (556-636) quien transformó el adjetivo Mar Grande (Mare Magnum) en nombre propio, llamándolo Mar Mediterráneo. Etimológicamente, el término “Mediterráneo” se deriva de la palabra latina Mediterraneus, donde Medius significa medio o entre y Terra significa tierra.

En lo que acabamos de ver puede que esté la razón del porqué se le denomine Magnum y que yo me atrevo a decirle Mar de Mares. Y es que, en el interior de este gran mar, hay toda una serie de mares menores, formando parte de él y que reciben los nombres de: Mar Levantino, Mar Tirreno, Mar Egeo, Mar Jónico, Mar Baleárico, Mar Adriático, Mar de Cerdeña, Mar de Creta, Mar de Liguria, Mar de Alborán, Mar de Mármara, Mar Menor. Son nombres tomados de las regiones cuyas costas baña, de algún conjunto de islas, de costumbres o pueblos asentados en sus orillas, o de recuerdos de soberanos históricos que dejaron huellas. Aunque no siempre se llamaron así, han ido cambiando según los observadores, protagonista o el curso de la historia.

El mar Mediterráneo es el décimo mar más grande del mundo, representa el 0,7% del área oceánica mundial, aproximadamente. Se extiende de oeste a este unos 4.000 km, desde el Estrecho de Gibraltar que le conecta con el Océano Atlántico, hasta el Golfo de Iskenderun en Turquía. En el noreste está conectado con el Mar Negro a través del Estrecho de los Dardanelos, el Mar de Mármara y el Estrecho del Bósforo. A través del Canal de Suez tiene una conexión con el Mar Rojo en el sureste. Su profundidad máxima es de 5.267 metros en la Fosa de Calypso en el mar Jónico y su profundidad media es de unos 1.500 metros. Es un mar con numerosas islas, 191 de ellas tienen cinco kilómetros cuadrados, al menos.

Históricamente, la formación de la cuenca mediterránea se dio durante el período Triásico superior y el Jurásico temprano, como consecuencia de la convergencia de las placas africana y euroasiática. Hay evidencias geológicas de que se secó, en su mayor parte, hace unos 5,6 millones de años, debido a la evaporación y al cierre del Estrecho de Gibraltar durante la crisis de salinidad de Messinia. Posteriormente, hace unos 5,33 millones de años y como consecuencia de la inundación de Zanclean, las aguas del Océano Atlántico volvieron a llenar la cuenca para formar el mar Mediterráneo que conocemos actualmente.

La vida marina del Mediterráneo es abundante y variada, desde los animales marinos más importantes como tortugas, focas, tiburones, delfines o ballenas, hasta peces comerciales del sustento ciudadano como la merluza, el atún, lubina, anchoa o la sardina. Actualmente, muchas de estas especies están en peligro de extinción por la presión pesquera.

En lo económico y desde la Antigüedad, el Mediterráneo siempre ha sido el lecho de rutas importantes de transporte. En tiempos modernos también lo es de alguno de los destinos turísticos más famosos del mundo. Todo ello representa importantes fuentes de ingresos para los países ribereños, junto con la pesca y la agricultura que florece en los campos que se nutren de la brisa del mar y del sol que los alumbra.

Más allá de la penosa tragedia de la emigración buscando la libertad y una vida digna, el Mediterráneo está imbuido de una filosofía que llega hasta aquellos que no han tenido la suerte de nacer o permanecer cerca de él. Ser del Mediterráneo o vivir cerca de él, vincula a una serie de valores autóctono que contribuyen a la calidad de vida, siendo sus gentes humildes, sociables, risueñas, vitalistas, abiertos a nuevas experiencias.

En 1971 Joan Manuel Serrat le dedicó al Mediterráneo una de las mejores canciones que se ha hecho en España y que con el tiempo se ha convertido en un himno. Escuchémoslo:

https://www.youtube.com/watch?v=Cx5ENAFTLZg

Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 3 de marzo de 2023

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