Dicen que tiene doce.
En las células de su cuerpo enjuto, doce años, uno a uno, tan pocos…
Dicen que por la mañana va al colegio.
Pero le graban vistiendo un impermeable.
Le encuentran manejando una manguera.
Se le ve con guantes en las manos.
Limpia con un cepillo.
Frota los suelos sangrientos de un matadero, dicen, y van allí, con las cámaras, a sacar su carita tapada por unas gafas de trabajo que protegen sus ojos.
Dicen que es allí, en el país que llaman de las libertades.
Allí, en el mismo lugar en el que se abolió la esclavitud hace tantos años.
Dicen que por la tarde trabaja, y sigue en horario nocturno.
Que cada día se duerme en clase.
Dicen que había cien niños que también se dormían, tan exhaustos sus cuerpos.
Pero unos dicen que son menos.
Y otros dicen que son más.
Dicen que ocurre en más lugares.
En otros países del mundo.
Y se me queda el corazón helado.
Helado y lleno de horror.
Y yo, desde aquí deseo, con todas mis fuerzas, que nada, nada de lo que dicen, sea cierto.
Mercedes Sánchez