Hasta el momento, junto a su hijo, Alejandro, han acogido en su hogar de forma temporal a cuatro menores
Es una labor altruista y solidaria, gratificante y dolorosa a la vez, también inolvidable, enriquecedora y que ‘engancha’. Son las familias de acogida de menores tutelados, niños y niñas con infancias traumáticas, a los que de forma temporal les dan cariño y todo lo que necesitan mientras la situación con sus progenitores se intenta solucionar.
Beatriz e Isaac y su hijo Alejandro, de 9 años, son familia de acogida desde 2017; un año después, empezaron con su primer acogimiento y desde entonces ya llevan cuatro. La última es una bebé de tres meses que lleva con ellos desde que nació. “Menos uno, todos nuestros acogimientos han sido desde que han nacido, desde que salen del hospital, y han estado hasta que se han ido a su casa o en adopción”, explica Beatriz.
El acogimiento es “incierto”, asegura. Nunca se sabe el tiempo que estos menores pasarán con la familia de acogida y tampoco cuál será su destino. El primero convivió con ellos un año, el segundo, tres meses, y el tercero, 28 meses. “Casi dos años y medio. Tenía mes y medio cuando llegó e iba a ser un acogimiento corto, pero vino la pandemia y se alargó”. Saben “cuando entran, pero no cuándo se van”, por lo que “lo mejor es no pensarlo; es igual de malo que pienses que se va a ir tarde y luego lo haga pronto, como que creas que se irá pronto y luego se alargue”. Ocurre lo mismo con su destino, más o menos conocen si retornarán a su familia o no, “pero puede cambiar”. Sus dos primeros acogidos se fueron con familia extensa, el tercero en adopción y ahora con la niña no lo saben.
Tienen que tener una mente muy flexible, porque de pronto el caso falla o va bien y de repente cambia; y estar dispuestos a que les llamen para una acogida ‘de la noche a la mañana’. “No podemos programar nada con tiempo, porque no sé cuántos seremos en unos meses”, comenta Beatriz.
Desprenderse de estos niños, una vez que las familias de acogida han realizado su labor, es muy duro. “No hay diferencia entre el primero y el último, nunca te acostumbras a que se vayan, cada vez es diferente, pero no te acostumbras”, asegura Isaac. “Y no porque estén mucho más tiempo los vas a echar más de menos, porque puede que hayas tenido menos vínculo y crees que es mejor que se vaya porque lo ves bien; o un niño que ha estado menos tiempo, pero le has cogido mucho cariño y a lo mejor lo pasas mucho peor cuando se va que con uno que ha estado más tiempo”.
Su hijo, Alejandro, tiene ahora nueve años, pero cuando comenzaron con los acogimientos contaba solamente con cuatro. Le explicaron todo desde el principio y siempre han contado con él. “Alejandro ha estado muy bien preparado desde el primer momento, porque sus padres se lo habían explicado muy bien. Cuando se quiere ser acogedor se hace un curso de formación y Beatriz e Isaac siempre han estado muy bien situados en lo que significaba ser acogedor, que no es sencillo. Alejando, que era muy pequeño, lo entendía muy bien porque sus padres se lo habían explicado”, apunta Elena Pulido, responsable de acogimientos familiares de Cruz Roja.
Tenía 3 años cuando iniciaron el curso y 4 cuando lo terminaron. “Siempre le hemos comentado todo y preguntado qué le parece. Él siempre ha sido muy de cuidar, así que está encantado de la vida”, dice Beatriz. “Los niños son los que mejor lo llevan, porque tienen muy claras las ideas de que ese niño no es de la familia. Nosotros somos tres y temporalmente somos 4 o 5 o los que seamos, pero luego vamos a volver a ser tres. Además, cuando se van, son los hijos los primeros que te dicen cuándo viene el siguiente, aunque el primer día lo pasen llorando”, añade.
Para Alejandro quizás lo más duro fue con el último, un acogimiento que se alargó durante más tiempo por la pandemia. “Se fue con dos años y medio y ya jugaba y hablaba, él creía que se lo podía quedar”. Los tres “lo pasamos mal cuando se van, pero enseguida echas de menos no tener otro”, dice Isaac.
Pero no solo son ellos tres, está el resto de su familia: abuelos, tíos, primos… “también son de acogida. Mis padres con el primero lo pasaron peor, llegaba a casa y les llamaba abuela y abuelo. De repente se fue y claro... Ahora, después de tantos, ya se han mentalizado. Son cosas que también tienes que mirar cuando acoges a un niño, si se puede visitar más o menos al resto de familiares, si se están encariñando mucho, mentalizarlos que se tiene que ir, etc.”, comenta Beatriz.
Una vez que se van, el contacto con estos niños puede o no seguir. Esta familia lo mantiene con los dos últimos, pero “con el tiempo se van distanciando”.
Consideran que es “bueno para ellos que siga este contacto, pero no siempre las familias lo facilitan, depende cómo haya finalizado y la formación que tengan”.
Si hay algún calificativo para las familias de acogida es el altruismo y la solidaridad. Beatriz e Isaac antes de ser acogedores, explican, estuvieron “viendo cosas para ver qué podrían hacer”. Además querían que su hijo “no fuera único, pero no podíamos tener más”. Por esto, se plantearon otras alternativas, “también para que Alejandro supiera que él es muy afortunado de estar con su familia y la vida que tiene, pero que hay otras realidades”. El perfil de su hijo “lo permitía”, se informaron y decidieron “ir adelante”, contando siempre con Alejandro. “Cuando se quiere ser acogedor, si no cumple algún miembro de la familia el perfil, no lo eres; el niño es el que más cede, cede a sus padres, su espacio, habitación, es el más generoso… y es él el que quiere, siempre dice que cuándo viene el siguiente”, comenta Beatriz.
“Ellos tienen un perfil concreto, niños pequeños, y siempre se tiene en cuenta la edad de los niños biológicos. Se piensa muy bien cómo emparejamos niños con familias y familias con niños; no es lo mismo que llegue un bebé que un niño mayor que Alejandro, que puede tener muchas dificultades”, explica Pulido. Las familias que van a informarse suelen preguntar “cómo va a repercutir la separación, la finalización, en sus hijos, pero la medida es beneficiosa para su crecimiento, porque están viendo otra manera de plantearte la vida, además si los adultos están bien colocados y están preparados para una finalización y son colaboradores, los hijos van a estar bien porque ven a sus padres bien, le dan seguridad, y, aunque echen de menos a los niños que se van, no es dañino para los hijos”.
Esta familia tiene su forma de sobreponerse a esos duros momentos, se planteó muy bien qué hacer cuando el menor acogido se va de su casa. “Nos organizamos para hacer cosas los tres juntos que no hacemos con ellos. Vamos haciendo una lista de cosas que queremos hacer antes de tener otro acogimiento, así nos damos un tiempo para nosotros (cine, barcas, vacaciones…)”, comentan Beatriz e Isaac. “Dentro de lo doloroso que es una separación, nos lo hace más fácil, por eso, pasamos ese tiempo de duelo con actividades”, dice Isaac.
“La gente piensa que te dan al niño y ya está, que es tuyo y sigues con tu vida, pero no es con tu vida, te tienes que adaptar a la vida de ese niño, porque tiene visitas con sus padres y tienes una rutina de ir a verlos, te tienes que mentalizar que ellos son sus padres, eso recoloca todo el tiempo”, añade Beatriz.
Con los padres biológicos “tienes que ser empático, pero no tanto como para que la familia se meta en tu vida y tampoco para que esa familia no cree un vínculo con el niño y contigo a la vez, porque luego existe el miedo de que el niños traicione a uno u otro”. Isaac y Beatriz consideran fundamental conocerse entre la familia biológica y acogedora. “Para los padres biológicos es una forma fácil de aceptar ciertas realidades. Cuando le retiran a un niño, muchos piensan que tú vas a acoger a ese niño porque lo quieres para ti. Y una de las formas es decirle: yo me llamo así y te lo voy a cuidar, pero el niño no es para mí. No es lo mismo que lo escuchen de mi boca a que se lo diga un servicio social”, dice Isaac. Además, añade Beatriz, “sería jugar en desventaja. Ellos por la hora de la visita o el carro, te pueden conocer a tí, pero tú a ellos no” y es importante “ponerle cara a la persona que puedes encontrarte en la calle”.
Para esta familia, acoger a estos menores es “muy gratificante”, por eso “repetimos”. Es una labor con “partes y rachas malas, pero en su conjunto te hace repetir. Cuando no tienes acogido a ninguno, te falta algo”.
Beatriz e Isaac están muy satisfechos y contentos, y su hijo también. “Esto engancha, da felicidad”, afirman. “Llena una parte vacía que tienes ahí y empleas tu tiempo en algo beneficioso. Esto enriquece a una persona”, dice tajante Isaac. Y hacen una gran labor, aunque a veces no se dan cuenta, además de suponer un beneficio para su hijo, Alejandro. Pero hay que estar muy mentalizados de que es algo temporal.