OPINIóN
Actualizado 17/02/2023 12:27:46
Francisco López Celador

Las lecturas interesadas de la historia son responsables de que generaciones enteras mantengan apreciaciones equivocadas sobre determinados acontecimientos y personajes de su época. El ejemplo lo tenemos en casa. A los españoles que vinimos al mundo después de finalizada la guerra civil, por haber nacido en hogares adscritos a uno u otro bando, se nos ha inculcado un punto de vista diametralmente opuesto. La verdad sólo es una, pero añadiéndola circunstancias desdibujadas se puede llegar a conclusiones dispares. No otra cosa es la muletilla de la mal llamada Memoria Democrática –yo la llamo Memoria Asimétrica-, que intenta explicar un panorama distinto a la realidad para conseguir una posición ventajosa. La verdad ya no es sólo una; la verdad es sólo la suya.

En este mundo en el que abundan políticos que rigen los destinos de millones de personas, y que con demasiada facilidad pierden el oremus, hoy quiero dedicar este comentario a uno que siempre tuvo muy claras sus ideas. Por ese fenómeno de tergiversación, desde que tuve uso de razón, se me educó con cierto odio a todo lo británico. No es que los españoles debamos abrir nuestros brazos a los súbditos de una corona que siempre mantuvo su política de enfrentamiento con España y nos causó no pocos dolores de cabeza –algunos persisten bien enquistados-, es que se nos inculcó desde la escuela la aversión a la “pérfida Albión”. Cuando nos hacemos adultos y adquirimos la cultura necesaria para obtener una visión mucho más imparcial, terminamos colocando la verdad en su justo lugar.

Pues bien, fruto de esa visión interesada de la historia, hasta que no tuve barba bien cerrada no llegué a conocer a un personaje inglés al que todo el mundo debe considerar como salvador de su pueblo y de Europa, al mismo tiempo que uno de los artífices de la paz que sobrevino al mundo tras la GM II. Me estoy refiriendo a Winston Leonard Spencer Churchill, más tarde, Sir Winston Churchill. Nació en 1874 y murió en 1965. Su padre fue un político poco coherente y algo oportunista, Churchill, por su parte, cambió dos veces de ubicación en el Parlamento: por no estar de acuerdo con la política de su partido en Sudáfrica pasó de conservador (tory) a liberal, y más adelante deshizo el camino para volver al partido conservador del que llegó a ser presidente.

No podemos decir que fuera un buen estudiante ya que nunca sacó nota para acceder a la universidad. De joven, quiso ingresar la carrera militar y no lo consiguió hasta el tercer intento. Sin embargo, su carrera militar fue discontinua; a los veinticuatro años abandonó el uniforme para dedicarse de lleno a la política afiliándose al partido conservador. Tampoco lo consiguió a la primera y, mientras tanto, fue un buen cronista en la guerra de los Boers. Hecho prisionero, consiguió escaparse y ahí comenzó su fama al recorrer cuatrocientos kilómetros superando no pocos peligros. Ya en la metrópoli, convertido en héroe nacional, obtuvo su escaño.

A lo largo de su vida ejerció de militar, cronista, escritor, orador y, en los ratos libres, piloto, pintor, criador de caballos e, incluso, se atrevió con labores de albañil. A pesar de sus hábitos, fue un hombre longevo. Gran bebedor de whisky y coñac, y empedernido fumador de habanos, murió con 91 años.

Ya en la GM I, nombrado Primer Lord del Almirantazgo, fue responsable de la completa reorganización de los ejércitos de tierra, mar y aire y dirigió la campaña de Galípoli. Tras la derrota de los Dardanelos, se reincorporó al ejército, llegando al grado de coronel. Terminada la GM I, fue relegado a un segundo plano en la política hasta que volvió a su antiguo partido llegando a desempeñar varias carteras con los torys

En el período entre las dos grandes guerras, su fama fue decreciendo hasta que, después de la firma del Tratado de Munich entre Francia y Gran Bretaña, viendo la amenaza que constituía Hitler, aun estando fuera del gobierno, aconsejó el rearme de la British Army para hacer frente a la aplastante pujanza alemana. Fue de los pocos ingleses que no perdieron la fe en la victoria. Al estallar la GM II, se le volvió a nombrar Primer Lord del Almirantazgo y, a continuación, Primer Ministro. En esta etapa, hizo famoso su lema de “Sangre, sudor y lagrimas”, que tanto tuvo que ver en la elevada moral de sus soldados y el tesón de la población civil hasta llegar a la victoria final. La mejor arma que encontró para mantener firmes a soldados y civiles fueron sus famosos discursos. Conviene remarcar el hecho de que formó un gobierno de concentración nacional en el que todos los partidos se unieron bajo su mando. Directa o indirectamente, consiguió que Rusia y EE.UU. entraran en guerra. Los primeros, por la provocación de Hitler y los segundos, tras el ataque de los japoneses en Pearl Harbour .

Nuestro protagonista formó parte de todas las conferencias que se desarrollaron durante la guerra –Casablanca, El Cairo, Teherán y Yalta) y al finalizar ésta, Postdam. Llegada la paz, regresó al Parlamento donde pronunció su famoso discurso agradeciendo al pueblo aquella sangre y sudor que había preconizado durante la guerra, hasta conseguir que en todos los rostros –incluido el suyo- brotaran otra vez las lágrimas.

La historia se repite y, por incongruencias de los mortales, muy poco tiempo después, el lord del habano y el sombrero no obtuvo los votos suficientes para permanecer en el cargo, y pasó a ser jefe de la oposición. En 1951 volvieron a vencer los conservadores y regresó al cargo de Primer Ministro. De nuevo aparecieron las muestras de su aguda visión política citando por primera vez la expresión “Telón de Acero” y abogando por la creación de unos Estados Unidos de Europa. Reconociendo su probada categoría como escritor, recibió el Premio Nobel de Literatura y, cargado de trabajo y años, presentó su dimisión en 1955. En la última etapa de su vida, las conferencias y sus diversos libros le proporcionaron un confort del que nunca había podido disfrutar. Aumentó su patrimonio, rural y urbano, y en compañía de su esposa recorrió medio mundo

En 1962, estando alojado en un hotel de Paris, se cayó de la cama fracturándose el fémur. Para morir en territorio inglés, pidió su traslado a casa. Fue operado y en los pocos años que le quedaban, ya no volvió a ser el mismo. Su fina ironía cargada de humor, que le habían convertido en el mejor político que ocupó el número 10 de Downing Street, se apagaba por momentos hasta su muerte, ocurrida el 24 de enero de1965.

¡¡ Lástima que nuestros políticos se parezcan tan poco a Churchill !!

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Sangre, sudor y lágrimas