El pregón fue pronunciado a última hora de la tarde del Jueves de Casetas en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal
(El pregón está salpicado de fotografías que se fueron proyectando durante el acto en el Teatro)
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Señor alcalde, señores concejales, señor presidente del Bolsín, amigos todos. Supone para mí un honor ser pregonero del Bolsín Taurino, institución entrañable que hace mucho bien a la Fiesta Nacional. Porque es digno de alabanza que un puñado de aficionados altruistas y desinteresados, se desvelen por ayudar a los muchachos que empiezan en el difícil mundo de los toros. Y como se trata de ayudar a los jóvenes novilleros, y el objetivo del Bolsín es lanzar toreros al mundo, vamos a hablar precisamente de eso. De cómo ha evolucionado el aprendizaje del toreo, de cómo ha sido la vida del aspirante a torero desde que la corrida a pie profesional se constituyó con espectáculo de masas hace trescientos años, hasta nuestros días.
A lo largo de tres siglos, el aprendizaje del toreo ha variado mucho, diríamos que fue variando conforme también iba cambiando la profesión taurina. Desde que consolidó el toreo a pie profesional a mediados del siglo XVIII, aprender a ser torero ha pasado por tres etapas claramente diferenciadas, que intentaremos desglosar en los próximos tres cuartos de hora.
1.- LOS SUFRIDOS BANDERILLEROS (siglos XVIII y XIX). (foto 2)
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Es en tiempos de Carlos III cuando la corrida a pie profesional ya es un espectáculo de masas que arrastra multitudes y que tiene a sus tres primeras figuras: Joaquín Rodríguez “Costillares”, Pedro Romero y José Delgado “Pepe Hillo”. Ellos fundan los tres arquetipos profesionales que se sucederán en todas las generaciones de toreros hasta nuestros días. El artista, el poderoso y el valiente. El más antiguo de los tres es Costillares. Es el primero en ganar mucho dinero matando toros. También es el primero en conseguir una preeminencia total sobre los varilargueros o picadores. Además saca una cuadrilla de banderilleros absolutamente obediente y atenta a sus indicaciones. En esos momentos y durante los siguientes cien años, si un muchacho quería llegar a ser matador de toros, antes debía integrarse como banderillero en la cuadrilla de un torero de prestigio.
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El proceso era más o menos el siguiente. Después de haber dado muchos tumbos por las capeas, el joven entraba en una cuadrilla de un matador que se había fijado en él. Entonces comenzaba un lento aprendizaje que solía durar muchos años. Bajo una férrea disciplina el viejo matador iba enseñando la profesión al muchacho. De esos tiempos viene la costumbre de llamar “maestro” a los matadores, porque eran los profesores del torero incipiente que iba con ellos en la cuadrilla. Cuando el viejo torero veía que el muchacho ya sabía defenderse con soltura, le cedía la muerte de algún toro en una corrida de poco compromiso. Entonces el torero incipiente pasaba a la categoría de medio espada, que era un banderillero al que de vez en cuando el maestro le cedía la muerte de algún toro. Por supuesto, no todos los banderilleros llegaban a ser medio espada, sólo los más aventajados. Después de haber matado bastantes toros como medio espada, cuando el maestro le veía ya totalmente formado, le concedía la alternativa. Es decir, el derecho a alternar con los otros matadores en plano de igualdad y el derecho a formar cuadrilla propia.
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El asunto del medio espada llegó a convertirse en un abuso. Porque muchas veces, en las plazas secundarias, el matador de cartel mataba sólo su primer toro mientras el resto de sus toros, uno o dos, se los cedía a los medios espadas que llevaba en la cuadrilla. Este abuso llegó a su cúspide en tiempos de Curro “Cúchares” y José Redondo “El Chiclanero”, durante el reinado de Isabel II, a mediados del siglo XIX. Para atajar el abuso, los empresarios taurinos empezaron a exigir por contrato que el matador de cartel estoqueara a todos sus toros, impidiendo por tanto, que el medio espada actuase. Cuando la figura del medio espada entró en desuso, en realidad se estaba impidiendo que los banderilleros prosperasen, lo que tendría sus consecuencias en los años siguientes.
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En esos momentos no había novilladas tal y como nosotros las conocemos actualmente. En realidad, sí había novilladas, pero no tenían nada que ver con las novilladas actuales. En aquellas novilladas, también llamadas mojigangas, se hacía un toreo ridículo y extravagante alejado del canon y el protocolo de las corridas formales. Las novilladas o mojigangas fueron el toreo cómico de los siglos XVIII y XIX. Francisco de Goya nos dejó en sus aguafuertes testimonio de lo que se hacía en aquellos festejos, como torear con zancos, picar con burros o montar toros. También era muy habitual la interpretación de algún pasaje muy conocido del Quijote o del Alcalde de Zalamea pero con un toro de por medio que lo descomponía todo. Estos festejos tenían un público adicto y por lo visto, muy cruel. Pero los toreros profesionales llevaban a gala no intervenir en esos espectáculos.
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De entre los matadores famosos que se formaron como banderilleros en una cuadrilla postinera, hay que destacar sobre todo a dos, Rafael Molina “Lagartijo” y Rafael Guerra “Guerrita”. El primero aprendió en la cuadrillas de José Rodríguez “Pepete”, los panaderos y sobre todo, en la de Antonio Carmona “Gordito”, que le dio la alternativa en Úbeda en 1865. Guerrita estuvo primero en la cuadrilla del señor Fernando “El Gallo” para después pasar a la de Lagartijo. A Fernando “El Gallo” le vino muy bien que Guerrita estuviera en su cuadrilla, porque eso le daba muchos contratos, tal era la popularidad de su banderillero, que banderilleaba superiormente. Hasta tal punto era ya famoso Guerrita que siendo todavía banderillero, su nombre se anunciaba con letras más grandes que el nombre de los matadores. Después de haber estado con El Gallo, Guerrita entró en la mejor cuadrilla de todas, la de Lagartijo. La cosa fue mal desde el primer momento. Ahora diríamos que por incompatibilidad de caracteres. La soberbia y el comentario lenguaraz de Guerrita eran incompatibles con la modestia y la prudencia de Lagartijo. Pero a pesar de todo, fue Lagartijo quien le dio la alternativa en 1887.
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Pero mientras Lagartijo y Guerrita se llevaban fatal ante la divertida mirada de Frascuelo, había ocurrido un hecho muy importante, que sería decisivo en el devenir de la Fiesta. Habían surgido dos matadores nuevos, Luis Mazzantini y Manuel García “El Espartero”. Fueron los primeros novilleros, los primeros en llegar a matadores de toros sin haber sido banderilleros. Lo cierto, es que El Espartero alguna vez toreó como banderillero muy en sus principios. Pero Mazzantini nunca toreó como subalterno. El Espartero fue lanzando al estrellato por las novilladas de Sevilla. Y Mazzantini por las novilladas de Madrid. Los aficionados veteranos comentaban que ambos tenían muchas carencias, saltaba a la vista que no tenían oficio porque antes no habían sido banderilleros. Espartero era valiente pero muy torpe y acabaría siendo víctima de un toro. Mazzantini mataba muy bien, cosa muy importante en aquella época, pero en lo demás era una nulidad. Guerrita, torero completísimo, los barría a diario.
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Pero el caso es que había dos nuevos matadores de toros surgidos de las novilladas de Sevilla y Madrid, porque a finales del siglo XIX las novilladas habían cambiado mucho. Hacía tiempo que la gente había dejado de acudir aburrida por ver siempre los mismos números, así que se fueron poniendo toros para que los mataran chavales sin alternativa. Cuando dos de ellos alcanzaron la fama, el destino de las nuevas novilladas ya estaba claro. La mojiganga desapareció para siempre, aunque el toreo cómico tendría una nueva edad de oro ya en el siglo XX, a partir de 1916, con las famosas charlotadas. Pero hablar de ellas nos llevaría muy lejos.
2.- EL MATADOR DE NOVILLOS TOROS (siglo XX). (foto 10)
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En el año de gracia de 1908, reinaba Alfonso XIII y el conservador Antonio Maura era jefe de gobierno. No se le ocurrió mejor cosa que prohibir las capeas. El brazo ejecutor del desafuero sería su ministro de gobernación, Juan de la Cierva. No era el primer intento del antitaurino Maura para hacer daño a la Fiesta. En 1905, el pomposo Instituto de Reformas Sociales, creado también por él, propuso una Ley de Descanso Dominical cuyo objetivo era en realidad acabar con la Fiesta. Resulta que con el pretexto de que descansaran los obreros, la ley pretendía el cierre de las tabernas y las plazas de toros los domingos. Pero sí se autorizaban los otros espectáculos. Está clara la intención de la norma. La protesta generalizada les aconsejó a desestimar la ley. Pero Maura volvió a la carga a los tres años. Esta vez fueron prohibidos el toreo femenino y las capeas.
Pero en el caso de las capeas el tiro les salió por la culata. Y como pasa tantas veces, cuando a los políticos juegan a la ingeniería social, consiguieron exactamente lo que no deseaban, porque los festejos taurinos serios se extendieron de forma espectacular. Resulta que se dio orden a los gobernadores civiles para que no autorizasen ninguna capea. Entonces lo que hicieron los ayuntamientos, para poder disimular la capea y que fuera autorizada, fue anunciar una novillada. Esto hizo que las novilladas se multiplicasen y se celebrasen hasta en la última aldea. Primero eran estoqueados un par de novillos por un novillero y su cuadrilla, y después se llevaba a cabo la capea. Es decir, las capeas se continuaron celebrando pero además las novilladas llegaron a todas partes. Y se quedaron definitivamente.
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Desde los primeros años del siglo XX las novilladas ya tienen la exacta configuración que todos conocemos. La novillada sin picadores en los pueblos y la novillada con picadores en las plazas importantes y toreada por novilleros punteros. Desde ese momento, el oficio de banderillero se constituye como el refugio de quienes no han triunfado con la espada y la muleta. En las plazas de postín las novilladas van a tener un público fiel, ávido por descubrir nuevos fenómenos.
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Y sin duda, la edad de oro de las novilladas tendrá lugar a mediados del siglo XX. En 1950 la pareja de novilleros formada por Julio Aparicio y Miguel Báez “Litri” toreó cien novilladas. Ambos se complementaban muy bien porque Aparicio era el torero clásico mientras que Litri representaba al tremendismo, tan en boga en aquellos momentos. Bajo la experta mano del apoderado José Flores “Camará”, el que había sido apoderado de Manolete, Aparicio y Litri se hicieron millonarios antes de haber tomado la alternativa. Se produjo el hecho insólito hasta ese momento en que una pareja de novilleros tenía un caché mucho más alto que el de los matadores de toros. En ese 1950, hubo muchas más novilladas que corridas de toros. Y la Feria de Julio de Valencia, por aquél entonces la feria más larga y prestigiosa, únicamente se compuso de novilladas. En todas ellas actuaron Aparicio y Litri, y en la última mano a mano. La culminación de tan gloriosa temporada tuvo lugar el 12 de octubre. Cuando Joaquín Rodríguez “Cagancho” dio la alternativa a ambos en Valencia, la plaza talismán de la pareja. Los primeros años cincuenta asistieron al auge y esplendor de las novilladas, porque al rebufo de Aparicio y Litri, surgieron en los años siguientes Manolo Vázquez y Antonio Ordóñez, Pedrés y Jumillano, Antoñete y César Girón. Tal proliferación de novilleros figuras sacaron a la fiesta de la depresión que dejó la muerte de Manuel Rodríguez “Manolete”, la gran figura de la postguerra.
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Esta abundancia de novilleros estrella también se explica por el achicamiento del toro, base de la Fiesta. La cabaña brava sufrió muchísimo en la Guerra Civil Española, pues se perdió hasta la tercera parte de la misma. Todas las ganaderías de La Mancha y la sierra madrileña fueron extinguidas. Las ganaderías supervivientes, de Andalucía y Salamanca, también vieron reducidos sus efectivos. Esto obligó lidiar utreros en corridas de toros durante los años cuarenta. Nunca se habían visto toros más chicos. Y es que en el campo no había otra cosa. Esta anómala circunstancia facilitó la labor de los novilleros, porque se enfrentaban a una res joven y pequeña, mientras que antes de la guerra, se reservaba a los novilleros los toros viejos y pasados que no querían los matadores. Y es que en las novilladas, siempre se lidiaron muchos toros. Pero después de la guerra, novillos en todas partes por ausencia de toros cuajados. Es evidente que esta circunstancia benefició el surgimiento de novilleros estrella y también las carreras meteóricas como por ejemplo la de Emilio Ortuño “Jumillano”. En esos años cincuenta, después de un par de temporadas de novillero y cuatro de matador, un torero podía retirarse muy rico a una edad muy joven.
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En el año de 1956 tuvo lugar un acontecimiento decisivo en el mundo de los principiantes. Se fundó el Bolsín Taurino Mirobrigense. Unos buenos aficionados a los toros de Ciudad Rodrigo sintieron la necesidad de prestar ayuda a los muchos maletillas que pululaban en invierno por el campo salmantino. En primer lugar resolvieron las necesidades más perentorias de los muchachos, como eran la comida y el alojamiento, porque la mayoría de los maletillas vivían en la indigencia y la necesidad extrema. Y después, a base de pedir favores a los ganaderos amigos, les buscaron tentaderos para que los muchachos pudiesen ir toreando. Y así nació un concurso que todavía está vivo y que este año ha culminado su LXVII edición. Luego han surgido otros bolsines, pero ninguno tiene ni la tradición ni el sabor del de Ciudad Rodrigo, cuidado con mimo por un puñado de aficionados ejemplares y en una ciudad de belleza deslumbrante que es una cita con la Historia de España. El Bolsín Taurino Mirobrigense es un ejemplo a seguir.
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Otro hito en el mundo de la novillería durante los años del franquismo, fue la aparición de ese ser excepcional llamado Manuel Benítez “El Cordobés”. Se han escrito ríos de tinta sobre el personaje, tan popular como mal explicado. Además de una personalidad arrolladora, Manuel Benítez tenía un valor descomunal y una mano izquierda prodigiosa, lo que le permitió ligar más muletazos que nadie sin moverse del sitio. Su ajuste también fue enorme, porque se pasaba los toros muy cerca. La popularidad de Benítez de novillero, durante los años 1961 y 1962, ya fue enorme. Hasta tal punto esto es cierto, que sin haberse presentado en Madrid, de novillero ya ganaba un kilo, como bautizó el propio Benítez al millón de pesetas. Es decir, de novillero El Cordobés ya ganaba un millón de pesetas mientras que los matadores de toros figuras del toreo tenían un caché de trescientasmil pesetas. El novillero Benítez fue el primero en ganar un millón de pesetas por actuación, cifra que triplicaba lo que ganaba una figura del toreo. Para hacernos una idea del dineral que esto suponía, hay que tener en cuenta que un piso de lujo en la calle Serrano o Velázquez de Madrid, costaba quinientasmil pesetas. El Cordobés de novillero rompió en su beneficio la economía del Toreo.
3.- LAS ESCUELAS DE TAUROMAQUIA (siglo XXI). (foto 18)
El fenómeno que ha caracterizado la vida del aspirante a torero en estos últimos cincuenta años es el de la posibilidad de apuntarse a una de las muchas escuelas de tauromaquia que han florecido a lo largo y ancho de la piel de toro. Actualmente el modo casi único de aprender la profesión taurina es ingresando en una escuela. Aunque a la mayoría de los aficionados las escuelas de tauromaquia les parecen muy modernas, en realidad se trata de un fenómeno mucha más antiguo de lo que nos pensamos y con un antepasado muy ilustre, la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla.
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La Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla estaba asentada en el matadero de San Bernardo, de larga relación con la Fiesta porque de él salieron Costillares y Pepe Hillo. Fue fundada en 1830 con el objeto de enseñar la profesión a los aspirantes y asegurar así de que dispondrían de los conocimientos necesarios para defenderse delante de los toros y evitar los percances. A impulso del Conde de la Estrella, la escuela fue aprobada por el rey Fernando VII. El mítico Pedro Romero fue su director, y Jerónimo José Cándido el segundo maestro. Cándido había sido un buen profesional y por cierto, era cuñado de Pedro Romero, pero nunca se llevaron bien.
Por aquél tiempo la mayoría de los españoles eran analfabetos, pero Pedro Romero sabía leer y escribir, como demostró en la mucha correspondencia que mantuvo después de retirado. Normalmente las cartas las escribía de su puño y letra, pero cuando se dirigió a Fernando VII para pedir la plaza de director de la escuela de tauromaquia, prefirió contratar a un escribano por la solemnidad de la petición. En dicha carta Romero dice que mató más de cincomil toros de todas las vacadas que pastan en estos reinos sin rechazar ninguna, y también alternó con todos los compañeros sin vetar a ninguno. Era famoso por su poder ante el toro y por una honradez profesional sin tacha. Naturalmente, le fue concedida la plaza.
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Por la Real Escuela pasaron personajes tan ilustres como Francisco Arjona “Cúchares”, Francisco Montes “Paquiro” y Manuel Domínguez “Desperdicios”. Cúchares entró en la Escuela siendo un niño y el maestro Pedro Romero quedó embobado por su gracia y soltura delante de los becerros, a pesar de que el estilo alegre y cascabelero de Cúchares era antagónico a la sobriedad severa de Romero. Paquiro ya llegó a la escuela sabiendo mucho. Sería el torero fundamental del momento. Fue llamado el Napoleón de los toreros por su poderío ilimitado, fue quien sacó a la Fiesta de la postración y el marasmo en que había quedado después de la Guerra de Independencia. Con respecto a Desperdicios, glosar su insólita vida, propia de una novela de aventuras, nos llevaría muy lejos. Pero tengo claro que de haber sido norteamericano, se hubieran hecho unas cuantas películas contando su ajetreada existencia. Lamentablemente, cuando murió Fernando VII, la reina gobernadora decidió cerrar tan notable establecimiento por presiones políticas. Pero quede claro que fue una buena idea, aunque esta tuviera lugar durante el reinado del rey felón, de infausto recuerdo. La escuela fue clausurada en 1833, a los tres años de su fundación.
Tuvieron que pasar 143 años para que volviese a fundarse una escuela de tauromaquia oficial. Aunque de modo oficioso siempre hubo escuelas. Las cuadrillas antiguas suponían una escuela de tauromaquia itinerante de plaza en plaza, en las que el Maestro explicaba la lección. Además hubo varios toreros retirados de gran prestigio profesional a los que acudían los jóvenes toreros a perfeccionar sus conocimientos. Este fue el caso del señor Fernando El Gallo, padre los incomparables Rafael el Gallo y Joselito.
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Cuando se retiró el señor Fernando el Gallo, su amigo el Duque de Alba le puso al cuidado de una propiedad que tenía en Gelves, un pueblo de las orillas del Guadalquivir, muy cerca de Sevilla. Aquella propiedad se llamaba “La Huerta del Lavadero” y allí nació el inolvidable Joselito en 1895. El señor Fernando erigió allí una modesta plaza de tientas. Y por allí pasaban todos los toreros sevillanos para perfeccionarse en el oficio. Eran habituales los bombas, Emilio y Ricardo; el simpático Enrique Vargas “Minuto”, Antonio Fuentes y unos cuantos más.
Otro tanto puede decirse de Manuel Mejías Rapela, el primer matador de la dinastía “Bienvenida”, al que popularmente se conocía por el “Papa Negro”. En 1910, cuando estaba a punto de ponerse en figura, el toro “Viajero” le dio una cornada en la pierna que le dejó medio cojo. Continuó en la profesión durante mucho tiempo, pero es evidente que esa cornada le quitó facultades y arrestos. Pero el Papa Negro conocía muy bien el toreo, y se lo supo enseñar muy bien a sus hijos, de los que cinco de ellos llegaron a matadores de toros. Y los tres primeros, Manolo, Pepe y Antonio, fueron matadores muy importantes. El Papa Negro tenía su hogar en la calle Príncipe de Vergara número tres, de Madrid. En la parte trasera del inmueble tenía un patio donde diariamente entrenaban sus hijos. Y allí acudían muchos otros a aprender. El Papa Negro fue un gran maestro de toreros.
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Si Joselito hubiese sobrevivido y llegado a viejo, estoy seguro que hubiera sido un gran maestro de toreros, y el toreo hubiera evolucionado con mucha más rapidez de lo que lo hizo. Pero es que, hasta un torero tan aparentemente autodidacta como Juan Belmonte, también tuvo un maestro. Y su maestro fue José María Calderón, un banderillero que había ido en la cuadrilla de Antonio Montes. Montes no fue figura porque nunca triunfó en Madrid, además tuvo muy mala suerte porque le mató el toro “Matajacas” en 1905. Montes era un incomprendido, con un toreo muy raro, en realidad estaba intentando cruzarse e invadir el terreno del toro, justo lo que hizo Belmonte muy pocos años después. Está claro quien fue el inductor. Y es que nadie nace sabiendo y siempre tiene que haber alguien que te enseñe las primeras letras, incluso en los casos aparentemente más iconoclastas y heterodoxos.
Después de varios intentos frustrados en los años del franquismo, como fueron la Escuela de capacitación taurina de Córdoba, la escuela de Saleri II en Vista Alegre y la Escuela de Zamora, por fin en 1976, en plena Transición a la democracia, echaba a andar una escuela oficial duradera. Habían pasado 143 años desde el cierre de la de Sevilla. Acababa de nacer la Escuela Nacional de Tauromaquia, que a los pocos años pasaría a ser denominada como Escuela de Tauromaquia de Madrid.
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Gracias al trabajo y al impulso entusiasta de Enrique Martín Arranz y Manuel Martínez Molinero, la Escuela tuvo mucha credibilidad desde el primer momento. Una terna de jóvenes novilleros, que fueron llamados “los príncipes del toreo”, dieron mucho prestigio a la escuela y convencieron a los escépticos. Los príncipes eran Lucio Sandín, Julián Maestro y el recordado José Cubero “Yiyo”. De la misma escuela saldría una figura de la talla de José Miguel Arroyo “Joselito” en los años ochenta, y Julián López “El Juli” ya en los noventa.
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El ejemplo de Madrid fue puesto en práctica en otros puntos de la geografía taurina. En 1983 fueron fundadas las escuelas de Valencia, Albacete y Córdoba. Y en 1985 la escuela de Salamanca, que lleva ya casi cuarenta años formando toreros. En estos últimos años ha sido la de Badajoz la que ha puesto en la ferias a más figuras. Ahora mismo hay muchas escuelas taurinas, también en Francia, Portugal y los países hispanoamericanos. Ahora mismo es casi impensable iniciarse en la profesión sin acudir a una escuela taurina. El deambular por los caminos con el hatillo al hombro en busca de un tentadero ha sido sustituido por el acudir a la escuela taurina.
Las escuelas taurinas oficiales, con el respaldo de ayuntamientos y diputaciones, ha sido el fenómeno más importante y decisivo de la vida del aprendiz de torero en estos últimos cincuenta años. Aunque las escuelas actuales surgieron en los últimos años del siglo XX, podemos decir que es el fenómeno que distingue al aprendizaje taurino del siglo XXI. Y dentro del enorme éxito que han supuesto, sí que observamos algunas deficiencias que sería preciso corregir.
Por su propia definición, la escuela taurina es el perfecto cauce para el torero vamos a decir convencional. Sin embargo los toreros que se salen de las convenciones, o por su heterodoxia o por ser artistas de escaso valor, tienen muy difícil que una escuela les apoye, porque con ellos no se ganan certámenes. Y esta clase de toreros también son necesarios como demuestra la Historia. Sería deseable encontrar un cauce para que los toreros no convencionales también puedan prosperar porque son muy necesarios para que la Fiesta tenga variedad.
También se observa un cierto relajamiento en la disciplina. Es evidente que el oficio taurino es muy duro y muy competitivo. Las escuelas no pueden ser un jardín de infancia o de adolescencia, donde tener entretenidos a un montón de chavales. Las escuelas deben desengañar pronto al que no sirve y volcarse con quien sirve, porque dar toros a quien no sirve supone un despilfarro de recursos y perder el tiempo. Por desagradable que pueda resultar, para sacar buenos toreros, las escuelas deben ser exigentes y elitistas. Y hablando de exigencias, también se constata el enorme cambio experimentado en el novillo de las novilladas sin caballos. Se ha pasado del toraco en puntas al becerro despuntado. Y esto tampoco puede ser, porque cuando llega el novillo picado de las plazas importantes, a los chavales se les hace un mundo. Hay que lidiar novillos serios.
El problema principal de los novilleros es cuando debutan con picadores y abandonan la escuela. En ese momento llega el desamparo. Porque el aprendizaje sin picadores está garantizado por las escuelas, con sus novilladas y sus clases prácticas. Pero cuando dejan la escuela no tienen apenas nada porque se organizan muy pocas novilladas con picadores, y las en las pocas que se organizan se lidian prácticamente toros. Esta ausencia de novilladas les impulsa a debutar en Madrid demasiado pronto y sin estar cuajados. Y un fracaso en Madrid ya es casi imposible de levantar.
Estoy convencido de que el problema principal de la Fiesta es el de la inviabilidad económica de las novilladas. Son una ruina para quien las organiza. Y si esto no se resuelve, si dejan de darse novilladas, esto supondrá el fin de la Fiesta a medio plazo porque se hará imposible la renovación del escalafón de matadores con nombres nuevos. No es de recibo la ruina del mundo de las novilladas en beneficio de intereses de colectivos muy concretos. Urge conseguir que las novilladas sean viables económicamente. Hay que hacer un gran acuerdo en pro de las novilladas porque en las novilladas está el futuro de la Fiesta Nacional.
Y ya que estamos hablando de novilladas, me atrevo a sugerir a esta ilustre corporación, que los festejos taurinos vespertinos del carnaval del toro, se transformen todos en novillada. Pienso que los festivales actuales no tienen mucho sentido, porque matar un novillo, a un matador de toros que luego va a torear todas las ferias le aporta muy poco. Sin embargo, para los novilleros Ciudad Rodrigo puede ser un escaparate extraordinario. Hay que tener en cuenta que las ferias de novilladas más importantes, como son Arnedo, Arganda y Algemesí, son en el mes de septiembre, con la temporada ya vencida. Luego llega el invierno y con el invierno se olvidan los triunfos de la temporada anterior. Es por ello que una feria de novilladas en el mes de febrero, podría ser un trampolín excelente para catapultar a los novilleros justo en el inicio de la temporada, creando para ellos expectación y buen ambiente. En esta feria de novilladas yo respetaría la novillada sin caballos del Bolsín y los otros tres festejos los transformaría en novilladas picadas, con los novilleros más punteros y dando también oportunidades a los novilleros locales.
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Ya termino. Quiero dar las gracias al Bolsín Taurino por haberme hecho el honor de ser su pregonero. También quiero agradecer al Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo todo el apoyo que presta a la Fiesta Nacional. Quiero desearos a todos que paséis un Carnaval del Toro inolvidable en compañía de familiares y amigos. Y por último desear al novillero triunfador y también a los demás novilleros, mucha suerte en el futuro. Porque no hay nada más bonito que ser torero.
Muchas gracias, viva el Carnaval del Toro y viva España.
Domingo Delgado de la Cámara
Ciudad Rodrigo, 16 de febrero de 2023.