La palabra más humana de estos días es, sin duda alguna, la de rescatista, esa persona que se entrega y se ocupa del rescate de víctimas en siniestros y desastres naturales. El término más usado, recientemente, de equipo de rescate, más acorde con la labor de un grupo de personas mutidisciplinar, multiespecialista, medios y recursos apropiados, no invalida la valentía individual y el sentimiento de amor a la vida de cada uno de los miembros de esos equipos.
Las imágenes que nos están llegando de Turquía y Siria son desgarradoras. Gracias a la excelente labor de los medios de comunicación, hemos podido ver en directo el momento justo en el que se produce el seísmo, el desconcierto, la locura y las consecuencias inmediatas del mismo. Edificios de varias plantas derrumbándose para quedar convertidos en tan solo unos metros de escombros, bajos los cuales, los rescatistas o equipos de rescate y de forma muy apenada las familias, esperan encontrar vida.
Lágrimas y lamentos por doquier, la más de las veces por la pérdida ya conocida de los seres queridos, por la angustia de no saber la suerte que hayan podido correr, o por haberse quedado sin nada de lo que se disponía para vivir. Pero también lágrimas de gozo y alegría, empezando por los propios rescatistas, familiares y hasta teleespectadores, cuando se produce un rescate con vida de entre las múltiples personas sepultadas bajo los escombros. Es como la cara y la cruz tras la tragedia: la alegría y emoción que producen los recates con vida (más de 8.000 personas han sido rescatadas de entre los escombros), frente a la amargura que destila el engrose del número de fallecidos que, de forma anónima y lamentablemente, pasan a ser cifras.
La tragedia humana ocasionada recientemente por los terremotos en Turquía y Siria alcanza unas dimensiones escalofriantes: más de 22.000 muertos y al menos 77.000 heridos, la mayoría de ellos en Turquía, contabilizados cuando se escriben estas líneas a los pocos días de haberse producido una cadena de terremotos de lo más dañino en los últimos tiempos, con magnitudes de 7,8 y 7,5 en la escala de Richter los dos más potentes y sus más de 300 réplicas. Para Turquía, representa la mayor tragedia desde 1939 en que se produjo el gran terremoto de Erzinca. Para la región, los terremotos más letales en casi un siglo.
Tres días, 72 horas, es el tiempo crítico que, según los expertos, puede llegar a aguantar una persona sin acceso al agua o comida. Algunos equipos de rescate pueden prolongar la búsqueda hasta el cuarto o quinto día, si hay indicios de poder encontrar seres vivos, aunque las posibilidades sean mínimas y eso es lo que se está haciendo en Turquía y Siria por parte de algunos equipos.
Transcurrido el tiempo de la fase de rescate y cuando cesan los indicios de existencia de vida, que suele ser en torno a una semana desde el inicio de la catástrofe, llega el difícil paso a la fase de recuperación de cadáveres. La agencia turca de gestión de emergencias contempla ya la cifra de 11.000 edificios hundidos, sin saber el número de víctimas que pueden estar sepultadas entre sus escombros. Más de 700.000 personas se han quedado sin casa. Ciudades como Autakya han quedado arrasadas en más de las dos terceras partes y lo poco que queda en pie resulta casi inhabitable. Dado este número de edificios derrumbados y el alto número de desaparecidos, unos 300.000, las cifras de fallecidos citadas bien podrían llegar a más que duplicarse. Un goteo infinito de dolor queda por delante.
La eficacia de los equipos de rescate formados por protección civil, militares y ayuda internacional, crece en la misma medida en que se desvanecen las esperanzas de encontrar seres con vida. Los vecinos hacen guardia ante los restos de lo que antes fueron edificios y bajo cuyos escombros dan por seguro de que están sepultados, o pueden estar, familiares y amigos.
El rescate, con fuerte participación de bomberos, sanitarios y otras especialidades, llegados de otros países, encuentran fácil canalización en Turquía, aunque se mantiene una cierta crítica al presidente Recep Tayyip Erdogan por la gestión de la catástrofe. Pero se complica el rescate en Siria. Las zonas más afectadas de este país están en territorios controlados por los rebeldes en guerra contra Damasco y el rey Bashar al-Ásad, graduado en la Escuela de Medicina de la Universidad de Damasco. Esta situación de guerra dificulta la llegada del material y de los voluntarios a la zona siniestrada y, consecuentemente, el rescate.
Las labores de rescate están dando paso a las de derribo y desescombro. En esta nueva fase, el protagonismo pasa a los aspectos asistenciales, donde la ayuda humanitaria propia e internacional tiene, debería tener, toda la atención y facilidades por parte de las autoridades y administraciones públicas de sendos países afectados.
Turquía y Siria están ubicadas sobre un terreno de alto riesgo sísmico, en el 2022 se produjeron nada menos que 22.000 temblores. Pero el descomunal desastre no es solo cuestión de la geología en la región, determinada por cuatro placas tectónicas en el subsuelo. También influye el tipo de construcción, las pésimas condiciones de seguridad antisísmica y la poca atención prestada por los gobiernos de la zona a la prevención y reacción ante posibles desastres.
Les dejo con David Bisbal y Duele Demasiado:
https://www.youtube.com/watch?v=36g5r_LbABU
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© Francisco Aguadero Fernández, 10 de febrero de 2023.