Con un desdén presuntuoso y algún mohín resignado, las fuerzas vivas y las gacetillas madrileñas, que es en lo que se ha convertido la prensa de este país, hablan de la situación política en Castilla y León, de las “gracietas” de un patético vicepresidente, de los meandros de “razonamientos” de un presidente autonómico negado para el oficio, como si el pozo del peor reaccionarismo fascista en el que está hundida política y socialmente la entera Comunidad, desde hace décadas pero, sobre todo desde las últimas elecciones autonómicas, fuese solo objeto de muestra de escarmiento para otros. Y ahí nos dejan, con la sonrisa suficiente, el mesado de cabellos y el dedo admonitorio,. sin siquiera dignarse mover un dedo, que podrían, por reducir, cuestionar, criticar o siquiera denunciar, el hedor que nos asfixia política, social y culturalmente en estas nueve desgraciadas provincias, o siquiera escuchar el sordo estruendo de indignidad en que se van convirtiendo, una tras otra, las decisiones gubernamentales que envenenan con espeso manto de impotencia el aire de vivir, en la cada vez más parecida a la antigua, sumisa, inculta y temerosa Castilla la Vieja, y al siempre helado y raquítico imperialismo maloliente, pobre e indiferente del siempre anciano Reino de León.
Los pactos políticos que en esta Comunidad han alcanzado las más extremistas fuerzas de la derecha reaccionaria que hoy gobierna esta desventurada tierra, tan secretos y oscuros como previsibles, claros y meridianos si uno mira los diarios de hace ochenta años, los más retrógrados en la deriva de retrocesos de libertades en que viene hundiéndose este país desde hace décadas, asoman solo como curiosidad provinciana a los titulares de una prensa nacional adocenada hasta el vómito–de las provinciales, foros de fascistas, mejor ni hablar sin taparse algo más que la nariz-, mostrando la soberbia paralizante de una clase política incapaz, poltronera, pija y con mando en demasiadas plazas, con decisión en demasiadas cosas y con, ay, lo peor y lo que les reviste de sí mismos una y otra vez, una aceptación modorra, gregaria y servil en demasiadas mentes adictas a la quietud.
Nunca ha sido esta tierra proclive a las vanguardias ni al avance, ni dada a la experimentación o la osadía de lo novedoso en materia cultural, ni se ha creído aquí nunca en el talento creativo, ni se ha facilitado, apoyado y a veces ni siquiera tolerada la audacia en cultura o la valentía y el empuje, copados los espacios de expresión y las líneas de ayuda por los apellidos o las militancias, lo televisivo y lo influencer, hundidas las programaciones oficiales de cultura en la pátina de lo consabido. “Educada” así gran parte de la ciudadanía en lo mediano, lo escaso y las brillantes fachadas de luminoso dulzón; dirigidas las demandas y manipulados los gustos hacia la pasividad espectadora, y suplantada la crítica racional por la propaganda, el análisis razonado por el halago o el mismo debate por la lisonja, la auténtica cultura, escasa en Castilla y León, se nutre de excepciones. En los últimos tiempos, bajo el gobierno reaccionario de la Junta (secundado, hay que decirlo, por municipalidades, instituciones, grupos y mutualidades que parecen competir en la cutrez más de lo bobo que de lo servil), las posibilidades de realización o apoyo de propuestas culturales imaginativas o simplemente diferentes, innovadoras o vanguardistas, han alcanzado tal grado de retroceso, que la asfixia de los creadores y artistas de esta tierra los está llevando a engrosar las filas de esa riada de castellanoleoneses que abandonan su tierra, en un modo de exilio más doloroso por cuanto tiene de decepción, frustración y rabia, clausuradas las ventanas de pensar, por los cuatro costados, por feroces destructores de la imaginación y enemigos declarados de la inteligencia.
Repetir los apoyos que se están prestando, con dinero de todos, a las actividades más cochambrosas y miserables, o relacionar las supresiones, obstáculos y negativas que en materia cultural están convirtiendo Castilla y León en el crisol de la nadería, sería confundido tal vez con una diatriba política, lo que está muy lejos de pretender este artículo. Sí quiere ser, por el contrario, un lamento, un grito, que será ignorado como tantos, hacia la conciencia de la gente de esta tierra, especialmente aquellos que, en ámbitos de todo tipo, locales, provinciales, municipales, institucionales o académicos, tienen la fuerza suficiente para oponerse, y que lo hagan, a este páramo creciente cultural, político y social en que se está convirtiendo Castilla y León. Una exigencia para que ejerzan el poder que ostentan y se enfrenten con decisión, valor y dignidad a los insultos, los escupitajos, los golpes y los desprecios con que, cada día, despiertan los ciudadanos de esta tierra. También, y de forma especial, un llamado a la conciencia y la dignidad personal de cada uno de nosotros, mirarnos al espejo de nuestra realidad y negar y negarse a llevar la esquila de lo fácil, y no formar parte del gran rebaño en que intentan convertir a la sociedad de Castilla y León.