El 27 de enero de 1945 no fue un día cualquiera. El sábado 27 de enero de aquel año fue el día en el que los pocos prisioneros sobrevivientes del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz fueron liberados por el ejército soviético. Debería poder decirse que fue un día feliz: la Segunda Guerra Mundial había terminado. Pero fue un día triste, muy triste: las secuelas que dejan las guerras no acaban cuando acaban ellas. Para evitar que aquellos hechos, más propios de auténticas bestias que de personas de carne y hueso, no volvieran a repetirse jamás, jamás, jamás, cada 27 de enero se celebra el Día Internacional de Recuerdo a las Víctimas del Holocausto. Pero no parece que todos los gobernantes hayan aprendido la lección.
Las guerras no morirán nunca
Las guerras no morirán nunca. Para que las guerras murieran para siempre los gobernantes tendrían que querer matarlas, y de momento, desgraciadamente, no parecen dispuestos a querer hacerlo. Cuando una termina, empieza otra, y eso si no se inician varias a la vez. Si miramos hacia atrás veremos que es imposible encontrar un solo día en el que todos los países del mundo estén en paz. A 23 años del siglo XXI, a las mismas puertas de Europa, Ucrania lleva 11 meses en guerra, y solo Putin y sus aliados saben porqué, cómo y cuándo acabará. Pero acabe cuando acabe, no será la última, para eso tendrían que cambiar tres cosas que son tan antiguas como injustas.
Primera:
En las guerras son los gobernantes los que tendrían que ir a ellas y matar o morir en lugares donde la población civil no corra ningún peligro. Gobernar es un trabajo aunque unos piensen que es un don que les han otorgado los dioses por sabios y otros crean que es un regalo que les han hecho los ciudadanos por buenos, por simpáticos, por guapos. En el mundo hay millones de personas que realizan a diario trabajos de alto riesgo: bomberos, policías, camioneros, albañiles, mineros, pescadores, etc., etc., etc. De hecho son muchas las que mueren cada año en acto de servicio y en accidentes laborales, y dicho sea de paso, no todas perciben el mísero complemento de peligrosidad. Si ellos cobran por su trabajo sueldos que les permiten hacerse ricos y dejar ricas a sus familias, ¿por qué tienen que ser los ciudadanos los que tienen que matar o morir para defender sus intereses en las guerras, mientras que ellos, desde los lujosos despachos, bien comidos, bien vestidos y protegidos por medidas de seguridad que para mayor vergüenza pagan las víctimas se dedican a pedirles valor, ánimo y fuerzas para seguir adelante?
Segunda:
Es normal que entre los pueblos surjan conflictos, como surgen en las familias y en todos los colectivos, pero en cuanto un gobernante amenaza con una guerra para resolver sus problemas, defender sus ideales o simplemente por darse el capricho de complacerse así mismo, debería ser detenido, encarcelado, juzgado y castigado a perder el cargo para los restos en lugar de esperar a que cumpla su palabra, porque amenazar con una guerra no es otra cosa que condenar a los ciudadanos, tanto propios como ajenos, a matar o a morir. Y esto es el más grave de los delitos aunque sus leyes le permitan hacerlo.
Y tercera:
Si hay algún verbo que los gobernantes no se cansan de utilizar es el verbo prohibir. Unos prohíben a los ciudadanos lo que les impida salvar el alma; otros, lo que pueda dañar su salud. Pero si de verdad les preocuparan tanto deberían prohibir inmediatamente que se sigan fabricando armas, bombas, tanques: artilugios que solo sirven para matar y destruir en las guerras, porque eso de que los pueblos tienen que armarse para no ser atacados es un cuento chino que ya no se lo cree nadie, las armas se fabrican para utilizarlas, y cuando se llena el almacén, hay que inventar guerras para vaciarlo y volver a llenarlo para que no quiebre el negocio. ¿Por qué sino, en la mayoría de las guerras, se bombardean viviendas, guarderías, hospitales, colegios, museos, catedrales, parques, hoteles, comercios… y no fábricas de armas?
El 27 de todos los eneros, en los colegios de Ucrania, como en todos los colegios de Europa, los profesores explicaban a los alumnos las barbaridades que cometieron los nazis para que aprendieran la lección y defendieran la paz por encima de todo, pero el 27 de enero de 2023, 78 años después, los profesores de Ucrania, los padres, los abuelos, las esposas y los hijos se preguntan lo que nos preguntamos todos: ¿De qué nos sirve recordar, aprender y enseñar la lección para que los salvajes hechos no vuelvan a repetirse si los gobernantes han decidido olvidarla…?