Elisa María Lozano, gafas grandes muy de moda, delgadita y seguramente talentosa, ha sido la nota más alta de su promoción: nueve y pico, o sea tal que Matrícula de Honor, estudiante modelo, por tanto. Tomó la palabra en un acto institucional hace dos días en la Universidad Complutense de Madrid y comenzó diciendo que aquello era mentira, que era un día triste., etc, etc. La mujer se fue calentando poco a poco y se olvidó de las formas para caer en el fraseo verdulero y las consignas mitineras del pancarteo al uso.
A mí, viéndola por la tele tan enfadada, encabronada diría yo, me pareció muy emotivo y visceral su discurso, enrabietado sobretodo. Pero, no sé por qué, comencé a rumiar que a aquella chica se le estaba yendo la hoya, que una estudiante modelo debería, se entiende, hablar con seriedad, sensatez (no tiene por qué estar exenta de emotividad o tensión) y si hay que denunciar, se denuncia, pero sin gritos, con el nivel académico y el criterio (ella habló enfurecida de tener criterio) que se le debía suponer.
Comentando el asunto con una amiga, ésta consensuó y me abrió los ojos con sensata reflexión cuando me dijo con apabullante lógica: “¿y esta chica ha sido la más lista, la mejor alumna, la Matrícula de Honor? ¿Con esa forma de hablar: ¡Ayuso,” pepera”, los ilustres están fuera! ¿Esa es la forma de expresarse de una alumna modelo?”
No estoy considerando si era políticamente correcto o no ( que está claro que no), si lo que voceó con frenesí juvenil era de insoslayable denuncia, a tenor de cómo están las cosas de revueltas en la universidad y en la no universidad. Lo que me parece, igual que a mi amiga, es que Elisa María Lozano perdió una ocasión de oro para explicar las injusticias y el figuroneo político de pastiche, hablando con el aplomo, firmeza, serenidad y temple de los que se supone debería ser dueña, a tenor de los méritos contraídos.
Toño Blázquez