OPINIóN
Actualizado 23/01/2023 07:25:39
Concha Torres

Hace casi un año escribí una columna sin sangre, aunque con no pocos sudores y muchas lágrimas que caían al ritmo parsimonioso con el que apretaba las teclas de mi ordenador; me costó un par de noches de no dormir o quizás, escribirla me permitió dormir después de unas cuantas noches sin conseguirlo (qué cosa tan buena es empezar a no acordarse exactamente de todo y de cómo fue) y si quieren ustedes saber de ella, tiren de hemeroteca, se tituló “Familia sí hay más de una” y se publicó el 7 de febrero del 2022 en este su periódico digital.

Quedaba por delante un año de los que tienen 365 días en el calendario pero muchos más en la realidad; un año que al pasar, marcaba sus estaciones de penitencia como un alfiler en un mapa de guerra: otro cumpleaños, otra semana santa, otra primavera, otro fin de curso, otro verano, otra playa, otro principio de curso, otro invierno, otra Navidad…Y otro año nuevo donde los optimistas irredentos entre los que me cuento, esperamos que las cosas solo puedan ser mejores cuando la perspectiva pasada es que fueron peores. Optimismo inservible cuando el año ya tiene una chistera llena de pajarracos negros en forma de malas noticias, y solo estamos en enero… Y las malas noticias no solo se cuentan y se comentan, muchas veces son un ejército de lanza en ristre que pincha en el corazón y sus aledaños, allí donde si no hacen sangre duele como si la hicieran.

Hace unos días recordaba en una conversación con café por medio la poca gracia que tenía aquella frase que se puso siempre en boca de James Dean, que decía querer “vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver” cosa que consiguió muriendo a los 24 años y dejando un cadáver aplastado tras un accidente de coche provocado por ir demasiado deprisa. De entrada, les diré que la frase no era suya sino de una película excelente de Nicholas Ray: “Llamad a cualquier puerta” (1949) y la pronunciaba Humphrey Bogart, el feo más atractivo de la historia del cine que tampoco dejó un bonito cadáver, con la misma edad que yo tengo ahora, culpa de los excesos de alcohol y nicotina. Y no, los cadáveres jóvenes, por mucha belleza que posean no son bonitos, y se llevan con ellos metros y metros de la alfombra de la vida sin desplegar, que no hay nada que dé más rabia y tristeza; y dejan detrás de ellos eso que solo la lengua hebrea ha conseguido nombrar como “shakul” (la rama de vid cuyo fruto ya se ha vendimiado): unos padres a quienes les falta un hijo como a esa vid que le dejan la rama retorcida y áspera y le falta el fruto maduro y rebosante del que poder estar orgullosa.

Demos gracias a una excelente escritora francesa, que además es una de las tres únicas mujeres rabinas en el mundo, Delphine Horvilleur (“Vivir con nuestros muertos”, 2021) por habernos descubierto a unos cuantos descreídos la fe en el consuelo y explicarnos sus efectos sanadores. Léanse de paso el libro, que nada tiene de triste y posee la belleza sobrecogedora de las palabras bien elegidas. Ya van dos eneros consecutivos en los que la frase viene a cuento y las enseñanzas de la rabina Horvilleur resultan un bálsamo para corazones encogidos, y a mi alrededor tengo unos cuantos. La vida, a veces es una sucesión de malas noticias que tienen la extraña habilidad de poder acumularse unas sobre otras sin molestarse en pedir la vez; y a su propia facultad de cebarse en sí misma añade, por rachas, la de cebarse en los mismos. En este ratito en el que nos paseamos por el planeta tierra, hay quien camina con un zurrón repleto de penas que desearía ir vaciando a medida que anda el camino, como quien va tirando miguitas a los pájaros…Solo que a veces el zurrón engorda y el camino se estrecha.

Aunque Julio Iglesias lo pregonase a los cuatro vientos, les aseguro que no, que la vida no sigue igual después de según qué cosas. Y también creo poder asegurar que nadie quiere vivir deprisa y dejar un bonito cadáver sino más bien todo lo contrario; probablemente ni James Dean lo quería.

Concha Torres

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