En Salamanca siempre hemos tenido una baraja de grandes picadores de toros
La ley del recuerdo es la nostalgia. Es ella quien abriga e ilumina las oscuridades del túnel del tiempo. En mi barrio de adopción, a la vera de mi trabajo diario, en el Bar de Mariano, el señor Luis, viejo camionero y hasta hace cuatro años hábil artesano figurinista de la madera, sentenciaba la última vez que le vi: “los días se van solos, hijo”. Acodado en la barra solventaba lentamente en sus labios añejos la desaparición de un café con leche. No he vuelto a verle. He preguntado en el Bar, no dan noticia. Parece ser que ya sus días se tunden en una Residencia.
Pertenezco a una generación de tipos que en su juventud descubrió una parcela vital altamente emocional en la fiesta de los toros. Soy, por lo tanto, taurino, pero que la cosa no pase de aquí, no se lo digan a nadie, que esta revelación quede entre nosotros. No vaya a ser que me laminen por presunto asesino sanguinario.
En esos años (80-90) la tauromaquia en esta bendita tierra que es la mía, andaba de crecida. Teníamos figuras del toreo estelares que conformaban las cartelerías más lujosas del universo taurino. Y en esas cuadrillas militaban los picadores más brillantes.
El picador de toros fue siempre el personaje más denostado de la cuadrilla, pero también el más necesario. Anegado por la ingratitud. Es el profesional que tiene la labor más delicada en el diseño del llamado arte del toreo, es decir, de lo que viene después: la faena de muleta. Bien es verdad, que la capacidad, tanto técnica como artística, del matador es la que define, al fin y al cabo, el éxito o el fracaso de la lidia, pero es el varilarguero quien asume la responsabilidad de “retratar” al toro en condiciones para que el conjunto quede, más o menos, brillante. Hay otras muchas variantes y circunstancias que hace que una faena tenga altura o no. Podría ser este asunto base de amplio debate y no es este momento para el susodicho.
En Salamanca siempre, desde que yo veo toros, hace más de 30 años, hemos tenido una baraja de grandes picadores de toros. Toreros a caballo que han llevado con una dignidad y solvencia reconocidas por toda la profesión, el arte de “sangrar” al toro en su justa medida para intentar que del animal aflorara lo mejor de su bravura y nobleza. En La Glorieta hemos tocado las palmas con pasión a Juan Mari García y Aurelio, a El Legionario, a los excelentes picadores de Rodasviejas, hijos del legendario señor Paco, Francisco y José Luis Cenizo. Paco María, hijo de Francisco, hoy joven figura en la cuadrilla de José María Manzanares.
Picadores que han hecho sagas, como los antes mencionados, o el recordado Salvador Herrero, gran picador de toros, cuyos hijos, Miguel Ángel y Mario (se acaba de jubilar) también son excelentes picadores. O la familia Rivas, con Ángel y el malogrado Juan Luis. Los Cáneva también sentaron cátedra en el oficio de “ahormar” toros bravos. Acaba de fallecer José Luis Cáneva “El Rubio”, más de veinte años a las órdenes de Julio Robles. Su primo Víctor Cáneva, otra firma de lujo, con sus momentos más gloriosos seguramente con Luis Francisco Esplá como jefe . O Agustín Curto, José Manuel Vicente, Millán Sagrado,“Chicuelo, Fabián… La mayoría activos durante largas temporadas en cuadrillas de dispar nivel, recorriendo España, Francia y América taurina de forma sistemática.
Un elenco de profesionales, casi todos formados en los campos y tentaderos en fincas ganaderas del Campo Charro. Ellos han dado brillo y lo siguen dando generaciones actuales más jóvenes (soberbia carrera la de Tito Sadoval), también más cortas, a un arte y un oficio fundamental en la lidia del toro bravo.
Esa generación de artistas a caballo que, de pie en el estribo, vara en ristre, desde el tercio, con alegría, dejando al espectador ensimismado en la suerte de varas, llamando al burel al grito de ¡Eje toro! Ese castoreño que, con humilde ceremonia, despejaba la cabeza para recibir las ovaciones de los tendidos mientras se retiraba con timidez al callejón.
Esa generación de grandes varilargueros salmantinos que yo viví y disfruté como escritor y aficionado es la que acuna mi nostalgia hoy y también la que dibuja en mi semblante, a pesar de todo. una oscura mueca de tristeza.
Toño Blázquez