OPINIóN
Actualizado 12/01/2023 10:40:55
Ignacio Martín

Para empezar bien el año, quiero contarles de una deliciosa novela que leí en estas vacaciones… Pregunto en tuitero modo: ¿a qué edad supieron que Graham Greene, sí, ese, el inglés, el de El tercer hombre, fue un enamorado de Salamanca?

La novela en cuestión se titula Monseñor Quijote, un juego con las aventuras de Don Quijote y Sancho, por los mismos rumbos de aquellos… y por otros, pero cuyos protagonistas son un cura manchego que se encuentra con un nombramiento como monseñor –tranquilos, no espoilerearé más que lo necesario– y el alcalde comunista del pueblo cuya parroquia está a cargo del padre Quijote; como dato al margen, el señor alcalde acaba de perder las elecciones, así que el viaje no le viene mal.

La novela es de lo último que escribió Greene y aprovecha en ella, imagino, los viajes que hizo por España después de muerto Franco, parece que ejerciendo también de espía, según señalan textos periodísticos de entonces.

Monseñor Quijote juega, como, por ejemplo, Guareschi en Italia, con el contrapunto entre amigos de ideas aparentemente antagónicas pero que no dejan de ser amigos; creo que Greene consigue personajes más profundos que Don Camilo y el honorable Peppone. Todos muy de otros tiempos, cuando no se apostaba tanto por los desencuentros y las enemistades.

En fin, que me habían recomendado ese texto –gracias, Mario y Gerardo– y cayó en mis manos. Disfrutándolo, de repente me encontré paseando por Madrid, Valladolid… y Salamanca, así como por mi temprana adolescencia. En fin, por los recuerdos.

Por ejemplo, llegando a nuestra ciudad, el alcalde habla de “un profesor medio descreído, […] le presté atención durante dos años. A lo mejor yo habría durado más en Salamanca si él se hubiera quedado, pero se exilió... como ya había hecho antes. No era comunista, dudo que fuese socialista, pero no tragaba a Franco. Y aquí estamos viendo lo que ha quedado de él”.

Claro, ese profesor era, como ya habían adivinado, don Miguel de Unamuno:

Usted sabe cómo amó a su antepasado y estudió su vida. Si hubiera vivido en aquella época quizá habría seguido a Don Quijote, en lugar de Sancho, sobre la mula llamada Torda. Muchos curas suspiraron de alivio cuando se enteraron de su muerte. A lo mejor hasta el Papa, en Roma, se sintió más cómodo sin Unamuno. Y Franco también, desde luego, si fue lo bastante inteligente para reconocer la fortaleza de su enemigo, En cierto sentido fue también mi enemigo porque me mantuvo en el seno de la Iglesia durante varios años, con aquella fe a medias que él tenía y que por un tiempo pude compartir”.

Si pueden, lean Monseñor Quijote; también hay película, de 1987 –la novela es de 1982–; se harán una idea sobre cómo era aquella España; o cómo la veía ese espía inglés al que le encantaban nuestro país y Salamanca, una de sus ciudades favoritas.

Del capítulo de Salamanca solo les diré que, como don Quijote, el monseñor confundió, pero no molinos sino…

No, no les cuento.

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