A las sobras de lo que ya aborrecemos, aparece hambrienta y dispuesta a darse un festín de miradas de sorpresa. Junto al contenedor cercano a la pizzería, los ojitos afilados y los dientes prestos a roer todo lo que pille, la rata al principio nos parece, desde los pasos apresurados, un gato que se revela calvo y de hocico en punta. Saltamos de sorpresa pero es apenas un escalofrío porque tenemos prisa y el semáforo cercano está a punto de virar en rojo. La rata también tiene derecho a la basura de la comida y a la comida basura. Hay sitio para todos en la viña del Señor y por eso de día, en el trocito de hierba que corona la esquina, alguien les deja pan a los pájaros de saltitos confiados que miran los perros de las traíllas, los perros que más allá juegan juntos a revolcarse en esa tierra donde deberían estar corriendo los niños.
Tengo el diario trayecto de las especies. Hierbas en los resquicios del asfalto. Pájaros afanados en la búsqueda y el paseo triunfal de la pega arrastrando su cola de frac. Los perros, madrugadores, estrenan el frío en sus hocicos de humo caliente. Hasta el muchacho que pasea con un gato cual armiño en el cuello despierta la sonrisa. Sin embargo, al otro lado por donde sale el calor de un respiradero, se instala un hombre joven con la piel curtida de todos los viajes. Nuestro presuroso paso es su música de fondo, las luces de los coches veladas por la lluvia, la estela inacabable de un crepúsculo de farolas y abrigos, botas y largas zancadas deseosas de regresar a casa, su paisaje. A la altura de nuestras bolsas, los paraguas cerrados, o nuestros perros, su figura sentada sobre una manta, casi tumbada como si estuviera en el sofá de una cómoda estancia, es una novedad desoladora. Ha salido de la nada y nos hace temblar un momento, solo uno porque tenemos prisa y el semáforo cercano está a punto de virar en rojo…
Más allá de los escaparates iluminados, un cartel avisa a los parroquianos “Cerrado por inventario”. La venta navideña ha sido promisoria y augura listas donde el haber supera al debe. Y yo, camino de mi casa, también deseo cerrar por inventario: hacer un recuento de todo lo bueno, lo malo y hasta lo regular. La lista de los fallecidos este año, de quienes dejaron una buena noticia en mi agenda, las imágenes que me emocionaron, sorprendieron o de plano… aquellas que pasaron alegremente de largo con el paso apresurado de los días. Esos días que ahora marcan otro año en el calendario mientras hacemos lo mismo y la lluvia cae, mansa, haciendo de las gotas su particular inventario. Llueve otra vez y mi habitante de la rejilla cálida de lo que sobra no está a la intemperie de los que pasamos sin ver. Y más allá, en los contenedores donde se acumula el papel de regalo de todo lo que sobra, alguien recordó a la cola del pan que habrá que llamar al ayuntamiento porque se aparece en ocasiones un habitante afilado y liso de pura y rauda redondez al que le gusta mucho, con atrevimiento, la sobra que nos sobra. Es la ciudad donde cabe todo mientras yo cierro los ojos y pienso en un horizonte vacío, azul y pleno donde todos tengamos sitio.
Charo Alonso
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.