Una de las primeras experiencias que tenemos muchos de nosotros sobre la expulsión del paraíso fue cuando, al cumplir determinados años e ir avanzando nuestra niñez, nos dijeron que no existían reyes magos, que los reyes magos eran los padres.
Primera expulsión del paraíso, primera desilusión. Acaso, la noticia nos la dio el muchacho, mayor que nosotros y más avispado, que, como ángel de la grisura, iba esparciendo la trivialidad, la prosa de la vida a la que estábamos condenados a caer. O pudo habérnosla dado algún familiar más piadoso, acompañada siempre de palabras de consuelo.
En cualquier caso, el relato del Génesis de la expulsión de Adán y Eva del paraíso, por haber probado de la fruta del bien y del mal (todas las civilizaciones tienen mitos parecidos sobre la expulsión humana del paraíso), es, en realidad, una parábola aleccionadora, para todos, de cómo, a lo largo de nuestro existir, tras vivir experiencias dichosas y plenas, hemos de terminar en la caída, en la expulsión del paraíso, pues siempre aparece la figura de un ángel emisario que nos comunica, de un modo u otro, la triste noticia de la expulsión.
Pese a todo, los reyes magos no son los padres. Los reyes magos son un símbolo más –hay otros varios– de esa necesidad humana de vivir en contacto con la ilusión, con la utopía, con los ideales, de vivir en contacto o aspirando a esa plenitud que nos da sentido, que nos impulsa a llevar una vida más fraternal y más digna.
Porque es importante, para todos, mantener ese horizonte de utopía y de fraternidad, de comunión y de vínculo con lo más hermoso, con aquello que nos da sentido y que nos lleva hacia la música de la alegría, de la melodía de los otros.
Es verdad, esos ángeles agoreros aparecen por doquier, con ese sonsonete trivial de “los reyes magos son los padres”, que adquiere y se metamorfosea en otras fórmulas de parecido calado (“no se puede hacer nada”; “no se puede cambiar la vida”, como propugnara Rimbaud; “no te molestes, si da igual; si todos son iguales, unos partidos y otros, unas personas y otras”…).
No. Hemos saber decir no –como propugnara el cantante valenciano Raimon– a esos ángeles agoreros. Sí se puede hacer algo; sí se puede cambiar el mundo, transformar la vida, convertirla en algo más hermoso, más humano y más de todos y para todos.
Era lo que también nos decía Federico García Lorca, en el remate de su hermoso poema “Grito hacia Roma”, desde la neoyorquina torre del Chrysler Building: “porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra / que da sus frutos para todos.”
No. Los reyes magos no son los padres. Los reyes magos constituyen uno de los símbolos de la necesidad humana de ilusión, de ideal, de utopía, de anhelo de una vida más hermosa. Como estos días de reyes nos demuestran millones de niños.