Unos padres en el andén de una estación de bus. A su lado, un joven de no más de diecisiete años. Tres almas descontando segundos. De testigo esa Salamanca fría. Fue el pasado 18 de diciembre. Padres e hijo agarraban fuerte un cartel que decía ‘Bienvenida a casa Lucía’.
De ese autobús en el que yo misma venía bajaba la protagonista. Lucía sonreía sin cesar cuando vio esa imagen. Su móvil grababa desde el interior. Soltó pronto el dispositivo y todos se fundieron en un abrazo a ocho manos. Qué bonito es volver.
La escena se repitió entre una pareja poco después. Y el goteo de abrazos, palabras y lágrimas de emoción siguieron. Conozco bien esa sensación de regreso. Creo en la verdad tan pura que se vive en las estaciones y en los aeropuertos, en esos abrazos intensos, cálidos, envolventes como lo es el humo de una taza caliente; tan largos que da tiempo a respirar. A recomponerte. Hay escenas como esas que te llegan al alma, a las entrañas y a los cinco sentidos, porque todos hemos sido Lucía en algún momento de nuestras vidas cuando quisimos volar y los nuestros nos esperaron ansiosos en el regreso.
La Navidad me recuerda porqué estamos aquí, y me trae mil razones para seguir. No todo es luz, pero sí debemos aprender del dolor, de lo desconocido, de esa fuerza interna que nos sostiene en lo adverso. Fue diciembre quién me dijo hace cuatro años cuál era la esencia de la vida, y desde entonces no quise desperdiciar ni un solo instante.
Vivir es hoy. Somos frágiles, suspiros, y por eso el calor del hogar es lo que nos arropa y nos reconcilia. La Navidad es el tiempo con los nuestros. Es la fe, es el amor. Es la caricia de una madre. El silencio que trae el despertar de nuevo en la cama que fue testigo de los primeros miedos. Las lágrimas que provocan las ausencias. Los amigos de antes que siguen hoy. La felicidad que irradia la cara del abuelo. El bebé que sonríe frente a las primeras veces.
Navidad es también el balance de lo vivido estos últimos doce meses con todo retenido, aunado y amasado en la memoria. Lo bueno y lo malo. La incertidumbre ante lo que viene, el papel en blanco. El deseo de fin de año y tantos besos por dar. Ojalá un año nuevo lleno de sueños. Algunos se cumplirán, otros no, pero mientras, exprime el camino, y rodéate siempre de esos que son escudo y lealtad. Tu gente, tu familia, ese es tu bien más preciado.
¡Feliz 2023!