No hace falta ser monárquico para preferir este rey a nuestros políticos. Esto sentí en Nochebuena, cuando escuché su mensaje e Navidad.
Nuestra monarquía nos ayudó a abandonar sin sangre la dictadura y, más allá de lo que todos sabemos (bien tristes son los errores de Juan Carlos) la monarquía española no ha dejado de mejorar.
Personalmente no soy, ni creo poder ser monárquico. Mis maestros son los ilustrados, que tuvieron claro que había que cambiar el Antiguo Régimen asentado sobre Dios, Patria y Rey.
No puedo entender que se herede el poder.
Pero la situación española me recuerda el dilema de San Manuel Bueno (la novela de Unamuno sobre un cura de un pueblo zamorano) que dejó “de creer”, pero siguió ejerciendo su “sacerdocio”, porque la “fe” era el único consuelo de sus feligreses.
Creo que a muchos españoles nos pasa algo parecido. No somos monárquicos, pero la monarquía y la entrada de España en la Comunidad Europea son nuestra mejor esperanza.
¿El gobierno? ¡Qué leyes, Dios mío! ¡Qué forma de aprobarlas! Estoy seguro de que el socialismo tiene personas más integras y valiosas. Pero, ¿dónde están?
También escandaliza que los jueces se dividan en dos posiciones predecibles y se dejen manejar por los gobiernos y los partidos, hasta el punto de poder darles denominaciones políticas: conservadores y progresistas ¿No saben ser neutrales y aplicar las leyes?
No lo entiendo. Espero que los políticos razonables y los jueces razonables (también los hay) no dejen que las instituciones se deterioren más.
El discurso del rey sobre el peligro que corren nuestras instituciones me pareció magnífico y deja a los políticos en muy mal lugar.
Creo que la monarquía no ha dejado de mejorar desde la transición y los políticos, aunque sé que no todos merecen ser juzgados igual, no han dejado de empeorar.
Sabemos que la democracia es un mal menor, dada la naturaleza de nuestra especie, pero es un alto riesgo que pueda caer tan bajo.
Me siento raro gritando “Viva el Rey”; pero es un consuelo en la desolación.