Ninguna otra generación en la historia de la humanidad ha abierto nunca una brecha tan grande entre sus condiciones materiales y su nivel intelectual.
MARK BAUERLEIN
Cada uno de tus pasos de hoy es tu vida de mañana.
WILHELM REICH
En nuestro mundo están amaneciendo nuevas formas de estar y de habitar. Un mundo habitado es el mundo de nuestros deseos, regido por complejas vías a diferentes escalas donde se armonizan todo un conjunto de elementos del cuerpo y de la mente, del lenguaje y de la cultura, lo racional y lo afectivo, lo consciente y lo inconsciente, la naturaleza y la cultura. Habitar tiene una dimensión simbólica y espacial al mismo tiempo que se define como lugar y horizonte de sentido. El habitar es esa cercanía, esa familiaridad, la condición para que las cosas vuelvan a ser cosas, y el mundo vuelva a ser mundo; una especie de retorno a las cosas mismas.
Vivimos en una época predominantemente digital, de cambios galopantes, de gurús que apelan solo a la incertidumbre de las emociones como una nueva religión. En el futuro se podrán aprender muchos conocimientos a través de los medios digitales, pero aprender a ser persona, con todo lo que ello representa, es posible que solo pueda alcanzarse en la familia y en las escuelas. Es difícil separar conocimiento, información medios e internet. Las nuevas tecnologías podrán abrir el conocimiento y cambiar las formas de aprender, pero difícilmente podrán sustituir al profesorado, siempre ayudando a distinguir lo esencial de lo accesorio.
Todos vemos y observamos que el consumo de dispositivos digitales es brutal en las nuevas generaciones. Chicos pegados a un móvil, en la calle, en casa, en las comidas de familias, en las aulas, como un virus difícil de erradicar. A partir de los dos años de edad, los niños de los países occidentales se pasan casi tres horas diarias de media delante de las pantallas. Entre los ocho y los doce años, esa cifra asciende hasta alcanzar prácticamente las cuatro horas y cuarenta y cinco minutos. Entre los trece y los dieciocho años, el consumo roza ya las seis horas y cuarenta y cinco minutos. Muchos chicos pasan delante de las nuevas tecnologías mucho más tiempo que el que pasan en el colegio o en los institutos.
En nuestra sociedad hay una corriente de opinión que mantiene un discurso benévolo con respecto a las nuevas tecnologías y tranquilizan a las familias y a la sociedad. Mitifican esta nueva era en la que estamos inmersos, afirman que el mundo pertenece a los que califican de “nativos digitales”, afirmando que el cerebro de los integrantes de esta era ha cambiado para mejor. Un pensamiento más rápido, más eficaz, capaz de procesar diferentes datos en paralelo, más competente a la hora de sintetizar los enormes flujos de información. Sin sonrojarse afirman que es una oportunidad única para refundar la educación, para motivar a los alumnos, para alimentar su creatividad, terminar con el fracaso escolar y acabar con las desigualdades. Nada menos.
Pero la realidad es otra muy diferente. Las investigaciones científicas sobre el uso lúdico de las pantallas desvelan una realidad muy diferente tanto para los niños como para los adolescentes. Alertan que todos los pilares del desarrollo se ven afectados: desde el cuerpo, con consecuencias de maduración cardiovascular, el desarrollo de la obesidad; hasta el desarrollo emocional, con depresión y agresividad, entre otras secuelas. Pero los estudios no se paran aquí, parece que también se ve afectado el desarrollo cognitivo, con efectos sobre el lenguaje, la concentración entre otros aspectos.
Está claro que todo esto tiene una consecuencia directa sobre el rendimiento académico. Las famosas evaluaciones internacionales de PISA, arrojan resultados preocupantes. Los informes afirman, que los países que han hecho fuertes inversiones en las tecnologías para el sector educativo, no han visto ninguna mejora evidente en el rendimiento de los estudiantes en los resultados de la prueba Pisa, ni en Lectura, Matemáticas o Ciencias. La pregunta es si realmente la “revolución digital” en la que estamos inmersos, constituye realmente una oportunidad para los más jóvenes.
Con esto no estamos diciendo que la revolución digital sea mala y deba ser detenida, son y serán herramientas imprescindibles, para el trabajo, la investigación, la ciencia, la educación, el aprendizaje. Estamos hablando del excesivo uso que realizan los niños y adolescentes de las pantallas digitales, priorizando lo recreativo y lo empobrecedor para su desarrollo personal. Estamos con el neurocientífico Michel Desmurget, director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia, en el que cuenta de forma contundente cómo los dispositivos digitales están afectando gravemente, y para mal, el desarrollo neuronal de niños y jóvenes.
En su libro, La fábrica de cretinos digitales, demuestra que en los llamados “nativos digitales”, las pantallas han provocado una transformación sustancial del funcionamiento intelectual. Comenta el mito y la leyenda urbana del llamado “nativo digital”. La pandemia demostró, así como otros informes actuales de la Comisión Europea, la escasa competencia digital de los estudiantes. Las nuevas generaciones presentan unas pasmosas dificultades para procesar, clasificar, ordenar, evaluar y sintetizar las gigantescas masas de datos que se almacenan en las entrañas de Internet.
Afirma que tienen un coeficiente intelectual más bajo que sus padres, y es una tendencia documentada en países como Noruega, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos o Francia. Varios estudios han demostrado que cuando aumenta el uso de la televisión o los videojuegos, el coeficiente intelectual y el desarrollo cognitivo disminuyen. Recordar, que nuestra memoria es una máquina de creación de lazos, no solo almacena datos registrados. Nuestra memoria domestica el mundo y le da sentido, es una inteligencia organizadora, conectando entre sí nuestros conocimientos.
Las causas están claramente identificadas: disminución en la calidad y cantidad de interacciones intrafamiliares, fundamentales para el desarrollo del lenguaje y el desarrollo emocional; disminución del tiempo dedicado a otras actividades más enriquecedoras como la literatura, la música, la lectura, el juego con los amigos; interrupción del sueño, que se acorta cuantitativamente y se degrada cualitativamente; sobreestimulación de la atención, lo que provoca trastornos de concentración y de aprendizaje (comprobamos muchos profesores como algunos alumnos se le caen los ojos en las explicaciones de clase, lo que indica la falta de sueño y el exceso uso de las pantallas que ellos mismos no ocultan); baja estimulación intelectual, lo que impide que el cerebro se desarrolle y despliegue todo su potencial; un modo de vida sedentario que no solo provoca obesidad, también un fuerte retraso en la maduración intelectual.
Parece claro afirmar que las pantallas se encuentran entre los principales causantes de muchas enfermedades de nuestro tiempo: obesidad, trastornos de la conducta alimentaria (anorexia, bulimia), tabaquismo, alcoholismo, drogodependencia, violencia, conductas sexuales de riesgo, depresión, sedentarismo, etc. La lista parece ser interminable. Como comenta Michel Desmurget, no debemos resignarnos, pero tampoco prohibir, asegurarnos que nuestros jóvenes tengan un consumo digital por debajo de un umbral a partir del cual empiezan aparecer los efectos negativos.
Para ello, es necesario establecer normas concretas de consumo: Nada de pantallas antes de los seis años; después de los seis años, como máximo entre treinta y sesenta minutos al día; nunca en el dormitorio; nada de contenidos inadecuados; nunca por las mañanas antes de ir al colegio o instituto; nunca por las noches antes de acostarse; las pantallas deberán utilizarse por separado (móvil, ordenador, televisión). Menos pantallas significa más vida, que puede ser dedicada a los padres, amigos, deporte, leer, actividades culturales, etc. Habitar quiere ser esa cercanía, esa familiaridad, esa condición para que las cosas vuelvan a ser cosas, y el mundo vuelva a ser mundo.