OPINIóN
Actualizado 15/12/2022 09:36:02
José Luis Puerto

Todos estos días, los signos de la barbarie parecen oscurecerlo todo. Gentes muertas y ahorcadas en Irán, por no otro delito que reclamar libertades, de vestir, de comportarse, de expresarse. Bombardeos en Armenia, que matan a las gentes, que destruyen las fuentes de energía, que dejan a los ciudadanos a merced de los fríos gélidos y de la oscuridad.

¿Y si ese joven ahorcado, en una decisión sin sentido y a merced del absolutismo y la arbitrariedad más absoluta, en la flor de la juventud, en el momento vital más abierto a todas las posibilidades, fuera hijo de cualquiera de nosotros? ¿Qué diríamos? ¿Qué haríamos?

¿Y si estuviéramos congelándonos, temblando de miedo ante un bombardeo inminente, o a oscuras en la noche del invierno, en medio de los desastres de una guerra injustificable, como son todas las guerras?

Pongámonos en su lugar, en la piel de quienes sufren y padecen esas formas de barbarie contemporáneas que tenemos ahí, que se asoman por las ventanas de nuestros televisores y que, la mayoría de las veces ni nos inquietan. En la piel de las mujeres y hombres iraníes que se levantan contra la falta de libertades; en la de quienes padecen la guerra, las guerras, las injusticias, las arbitrariedades, las carencias de todo tipo.

Pongámonos en el lado de la civilización. Que podemos hacerlo, si queremos, si abandonamos ese bienestar, tantas veces estéril, de tener cubiertas todas nuestras necesidades materiales y tan abandonadas las espirituales, las que podrían humanizarnos, las que contribuirían a abrir los caminos hacia sociedades más abiertas, más civilizadas, más tolerantes, más para todos.

Ante tantas estridencias de la barbarie, de las barbaries que nos asolan y que nos sitian, que reducen nuestros territorios de humanización, tan difíciles de crear y de mantener a lo largo de la historia, hemos de adoptar actitudes más claras, más abiertas, más valientes, más tolerantes y pacíficas. Y hay muchos modos de hacerlo. No hay vías únicas.

Ante tantos chirridos de la barbarie, ante tanta desesperanza que parece extenderse como el aceite en un tiempo tan sombrío, acuden hasta nosotros esos hermosos versos del poema “Civilización” del escritor mexicano Jaime Torres Bodet:

“Un hombre muere en mí siempre que un hombre / muere en cualquier lugar, asesinado / por el miedo y la prisa de otros hombres.” Por la ambición y la irracionalidad de otros hombres, podríamos decir, debido a sistemas de poder antihumanos.

“Un hombre como yo: durante meses / en las entrañas de una madre oculto”… “Un hombre que anheló ser más que un hombre”… Un hombre, una mujer, como tantos y tantas que en este tiempo se manifiestan en Irán por las libertades, o sueñan en Ucrania con un país en paz, en medio de los desastres de la guerra.

Porque tales muertes injustificadas ensanchan el territorio de la barbarie y de la noche, y deshacen –seguimos de nuevo a Jaime Torres Bodet– “todo lo que pensé haber levantado / en mí sobre sillares permanentes”.

Pongámonos en su lugar. Tengamos el coraje de ponernos frente a la barbarie y en la senda de la civilización. Con todas sus consecuencias. Con todo lo que ello implica.

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