OPINIóN
Actualizado 09/12/2022 08:12:55
Ángel González Quesada

“…qué me importa callar / si hablamos todos / por todas partes las paredes / y por todos los signos / qué me importa callar / si ya sabés / oscura / qué me importa callar / si ya sabés / mordaza / lo que voy a decirte: / porquería.”

MARIO BENEDETTI, Oda a la mordaza.

La muerte de Masha Amini el pasado 16 de septiembre, una mujer de 22 años detenida en Irán por no cumplir con exactitud las rígidas normas relativas al hiyab -velo islámico- y asesinada durante esa detención, fue el inicio de las protestas y movilizaciones en ese país y que, bien que de modo impreciso, han conseguido una cierta “relajación” en las exigencias de comportamiento y, dicen, han hecho que se disuelva la llamada “policía de la moral”, una suerte de organismo público policial represivo, encargado de velar por el cumplimiento de las abstrusas normas “morales” impuestas por el gobierno, tales como la correcta colocación del hiyab (que costó la vida a Amini) y otras de “decoro” público directamente relacionadas con el mantenimiento de un brutal machismo e irrespirable dominación hacia las mujeres argumentadas políticamente en la religión, las creencias, la tradición y los libros sagrados.

Que la filosofía moral esté estrechamente vinculada con la filosofía política, y en demasiados países con la creencia religiosa, es uno de los errores capitales del funcionamiento democrático que lastran, desde el mismo Renacimiento, el crecimiento de los derechos de libertad y autonomía de los individuos y, también, de las naciones que se quieren libres. En los países llamados occidentales (como España), la noticia de la “relajación” de las “imposiciones morales” en Irán, aunque se ha celebrado en los sectores laicistas con sincera satisfacción, en otros muchos, demasiados, ha sido recibida con ese relativismo (también de tipo moral) que ve la paja en el ojo iraní y ni se plantea que aquí existe la pesada viga del catolicismo impositivo, si no llamado “policía de la moral” en su estricto sentido de organización, sí es una auténtica y asfixiante vigilancia moral, una colonización hasta del pensamiento también basada en la religión, que constantemente, y con efectos penales, denuncia, señala y condena, impidiendo cualquier comportamiento que a los gurús del más reaccionario catolicismo les parezca incorrecto para sus creencias, sus rituales o sus costumbres.

Asociaciones cristianas muy conocidas, obispados de toda latitud, cofradías penitentes, federaciones religiosas, órdenes piadosas y fundaciones místicas diversas, obstaculizan en España, utilizando una legislación que todavía lo permite, cualquier crítica legítima a la religión y, sobre todo, a sus exigencias e imposiciones públicas, pretendiendo la obligatoriedad general no solo de sus dinámicas temporales (semana santa, tributos religiosos varios, celebraciones de homenaje festivo, funerales, desfiles, banderías…, etc.), sino el permanente intento “talibán” de conversión general en delito de “sus pecados” (aborto, eutanasia, laicidad…: libertad), influyendo notablemente, dada la permeabilidad creciente de la religión, cada día más incomprensible, en la estructura política de partidos, en el frontispicio ideológico de instituciones públicas y hasta en el comportamiento institucional, público y ejemplificador de la misma jefatura del estado.

Como en muchos otros aspectos, el relativismo en la apreciación de las normas morales construye tanto el absurdo como la hipocresía, sobre todo cuando la política, en el más amplio sentido de su ejercicio (el poder, la gestión, la representación pública) se sirve de elementos de la moral religiosa o de la tradición costumbrista (en ocasiones una suerte de creencia más extremista en su irrenunciabilidad que la herejía misma). La supresión (ojalá definitiva) de la “policía de la moral” iraní (fruto, como todos los grandes logros de la libertad, de la valentía personal de ejercer la presión ciudadana colectiva y defender públicamente las propias convicciones, como han hecho miles y miles de valerosas mujeres), debería extenderse, con todas sus consecuencias, a la supresión de otras policías de la moral hoy presentes, además de en nuestro país, en nuestro entorno más cercano (Polonia, Hungría…), mucho más dañinas por cuanto están disfrazadas, como en España, de democracia, de libertad y de pluralismo, y que obstaculizan, impiden y condicionan gravemente el desarrollo en libertad de las sociedades. Habrá de recurrirse a la movilización ciudadana en defensa del derecho a pensar, a cuestionar y a cambiar todo aquello que es fruto de las creencias de unos pocos. Salir a la calle, porque a la vista de la “catadura moral” de ciertos reyezuelos en este país, poco puede esperarse de solo artículos como este.

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