OPINIóN
Actualizado 03/12/2022 09:14:25
Francisco Aguadero

Respeto por parte de sus señorías es lo que se merecen los ciudadanos, sean o no sus votantes. Todos los ciudadanos se merecen el respeto de quienes son los representantes de la soberanía popular, algo que no parece que se esté dando por parte de algunos grupos políticos y de determinados congresistas o senadores en las Cortes Generales.

Últimamente, resulta hasta desagradable seguir las sesiones parlamentarias en el Congreso de los Diputados o en el Senado, donde hay demasiada crispación y alboroto. Parece como si sus señorías hicieran una carrera por ver quién dice la mayor barbaridad, sea o no cierta, o el insulto más indignante. Afortunadamente no todos son iguales y aunque nadie debe sentirse excluido, porque todos son responsables del buen funcionamiento de la Cámara, lo cierto es que los mayores exabruptos vienen de los populismos extremos, tanto de derechas como de izquierdas. Empieza a ser intolerable el observar determinadas conductas o actitudes frente a quienes no se está de acuerdo o, simplemente, piensa de otra manera.

El lamentable espectáculo que diariamente se da en las sesiones parlamentarias, está muy lejos de la idea platoniana de que los políticos no solo deben convencer, sino también, orientar a los ciudadanos a ser mejores en sus comportamientos. No estaría de más que sus señorías recordasen a Platón y también a Unamuno en su afirmación de que vencer no es convencer, porque convencer significa persuadir. Y, hay que saber, en primer término, que persuadir no es igual que manipular. Para persuadir se necesita acudir a la razón, el derecho y la verdad. Porque las mentiras tienen las patas muy cortas.

Los populismos en boga, sean de derechas o de izquierdas, aunque unos más que otros, no tienen ningún decoro. Con frecuencia les falta educación y en muchas ocasiones hasta el respeto por la cultura democracia. Basan su postureo en insultos, mentiras y palabras grandilocuentes emanadas, en muchas ocasiones, de noticias falsas que, por medio de su repetición, intentan convertirlas en verdades absolutas. Todos deberíamos saber, y especialmente sus señorías, que de ciertas espirales de odio y violencia verbal no se suele salir ileso, bien por el castigo en las urnas o por engendrar una violencia ciudadana que se transforma en violencia antidemocrática o física.

La agresividad y las provocaciones de algunos grupos extremistas degradan la vida parlamentaria y la imagen de la Cámara de representantes, donde reside la soberanía nacional. Las barbaridades expresadas por algunos diputados en la tribuna del Congreso se han convertido en rutina y, lamentablemente, ya no llaman la atención de forma escandalosa improperios, insultos o descalificaciones como “fascistas”, “asesinos”, “gobierno criminal”, “felón”, “terroristas”, “traidor”. Estos y otros muchos conceptos, de trazo grueso, son utilizados demasiado a la ligera, banalizando los términos. Recurrir a la descalificación personal con comentarios ofensivos es algo lamentable, vergonzoso y nada edificante.

Es cierto que esto no es nuevo en el Parlamento. Siempre ha habido expresiones malsonantes, insultos y faltas de cortesía parlamentaria, pero de una forma esporádica. Ahora es cosa de todos los días y con una agresividad nunca vista. Una agresividad y crispación que ha contagiado a gran parte del Congreso y el Senado y que, aunque ningún grupo es ajeno, no es menos cierto que hay uno que supera con creces en agresividad y en el número de provocaciones o falta de cortesía parlamentaria. Es más, están tan envalentonado con esa actitud, que hasta se sienten “superiores moralmente”, según sus propias palabras.

El lenguaje rastrero y degradante contribuye a incrementar el desapego de la política por parte de la población. No es de extrañar que lo que debería ser la noble política, esté tan desdeñada por el ciudadano, hasta colocarla en los últimos lugares de su consideración. Pero lo más peligroso es que esa violencia verbal y política se traslada a los ciudadanos, a las redes sociales, a la calle, a la convivencia, en definitiva.

La degradación de la imagen del Parlamento por el esperpento que en él se viene sucediendo no puede continuar. Será cuestión de que la Mesa del Congreso, en la que están representados los grupos políticos, tome cartas en el asunto y haga cumplir, a través de la Presidencia de la Cámara, el Reglamento que exige a los oradores que se ajusten a la cuestión sometida a debate. Así como que se haga uso del Artículo 16 en lo referido a términos usados y palabras prohibidas en el hemiciclo.

La polarización de la política desemboca en la polarización de la sociedad. Un estudio realizado por la consultora Llorente y Cuenca (LLYC) y la plataforma ciudadana Más Democracia, llevado a cabo con técnicas modernas de Big Data e Inteligencia Artificial, ha constatado que, en los últimos cinco años, la polarización en España aumentó un 35% y un 40% en el conjunto de los 12 países estudiados, que incluyen Estados Unidos y de Latinoamérica. Pero es como la pescadilla que se muerde la cola, porque la polarización hace, a su vez, más difícil hacer política, cuando lo que se persigue es la deshumanización del otro.

Estamos ya en el inicio de un largo año electoral y todo parece indicar que las estrategias seguidas por algunos partidos no van a hacer sino aumentar la crispación y el descrédito de las instituciones. Pero esto no debería confundir a los ciudadanos. Afortunadamente, el Parlamento, en cuanto que poder legislativo, viene teniendo un alto rendimiento, habiendo aprobado más de 174 leyes en lo que va de legislatura.

Próximamente se cumplirá el aniversario de la Constitución. Cabe pedirles a sus señorías que realmente sean constitucionalista, siendo los primeros en cumplir la Constitución, renovando instituciones como el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ya caducado hace años, por ejemplo.

Sería buena cosa que los políticos, sus señorías, tuviesen en cuenta a Baltasar Gracián, aquel escritor español del Siglo de Oro, docto en la prosa didáctica y filosófica y que recomendaba actuar con prudencia, moderación, mesura, decoro, sin dejarse arrastrar por las pasiones y, por supuesto, respeto, mucho respeto. Los ciudadanos y la convivencia se lo agradecerán.

Escuchemos a Joan Manuel Serrat en "Te guste o no":

https://www.youtube.com/watch?v=C4cN6n5P33M

Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 2 de diciembre de 2022

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