OPINIóN
Actualizado 01/12/2022 08:27:57
José Luis Puerto

Cada vez que estreno un cuadernillo –y tengo cientos; trabajo en ellos y anoto y dibujo en sus hojas; escribo textos y arranques de poemas, cuando no poemas enteros; y apunto libros que me interesan…; por lo que terminan siendo una suerte de diario–, suelo buscar una cita que lo encabece.

En uno de hace meses, que he rescatado estos días de atrás, pues aún tiene no pocas páginas en blanco, aparece la siguiente cita del escritor francés Christian Bobin: “No me gustan los que saben, me gustan los que aman.”

Tras rescatar este cuaderno, se ha producido eso que Jung llamaba sincronicidad. Pocos días después de hacerme de nuevo con tal libreta encabezada por Bobin, Avelino Fierro, raro escritor, por autor de muy singulares libros, en los que toma un pulso muy personal al acontecer cultural de nuestro tiempo, me reenviaba un mensaje, el pasado 25 de noviembre, en el que se anunciaba el fallecimiento de Christian Bobin.

Comencé a leerlo hace ya algunos años. José Jiménez Lozano me hablaba de él. También Fermín Herrero. El vasco Beñat Arginzoniz –que me encargara traducir La muerte sin maestro, el último poemario del mítico portugués Herberto Helder– es uno de los editores de Bobin en nuestro país, en su sello de Ediciones el Gallo de Oro.

El Bajísimo es un hermoso libro de Christian Bobin sobre Francisco de Asís, un santo que ha seducido a no pocos escritores y sobre el que han escrito no pocos y al que le dedica una monografía hasta el mismo Chesterton.

El bajísimo. Cuando éramos niños, escuchábamos de labios de nuestra madre y de otras gentes de nuestro pueblo el término ‘el altísimo’. Se referían a Dios. Pero tal calificativo se nos escapaba, pese a que lo percibiéramos siempre en contextos solemnes, marcados por celebraciones y aromas de incienso.

La santidad, acaso, y Bobin parece ir en este libro por ese camino, no sería un ascenso, sino un descenso; a través de esa vía que María Zambrano llamara de la piedad, como trato adecuado con lo otro y con los otros, y entonces, sí, es un bien sagrado.

Y ese trato adecuado con lo otro recorre toda la obra de Christian Bobin, a lo largo de más de sesenta libros que escribiera. Un escritor en su lugar –como también ese otro escritor francés mítico, Julien Gracq, que rechazara honores y premios y que creara su obra desde su espacio vital, lo que los franceses llaman ‘la provincia’–, atento a lo pequeño, a lo sorprendente del mundo, a ese fulgor que se halla en todo lo que se nos escapa, a lo que no atendemos.

Es un escritor muy espiritual, con esa espiritualidad francesa que escasea entre nosotros. Porque los franceses sí que han hecho algo que Susan Sontag pedía: cada época ha de clarificar, ha de definir, ha de indicar qué entiende por espiritualidad.

En Bobin, encontramos esa respuesta, a lo largo de sus páginas, a lo largo de sus libros, desde Un simple vestido de fiesta, hasta Elogio de la nada, pasando por todos y cada uno de sus libros.

Y encontramos esa respuesta, porque ha decido formar parte, no de los que saben, sino de los que aman.

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