Esa hondura espiritual sucede en una dirección contraria a la dirección común de nuestros actos. No va hacia fuera. No se expresa en las cosas frente a los ojos. Va de dentro hacia un interior más profundo, donde anida lo inexplorado e inexistente de nuestras personas inmateriales.
La poesía ha sido definida por otros autores como la casa del ser. La construcción material de su ontología se vale de todas las cosas del mundo como punto de partida y de llegada de su existencia. Dentro de esas cosas damos cabida a la totalidad de las narrativas y los discursos humanos, sean contables, financieros, económicos, jurídicos, arquitectónicos, ingenieriles, músicos, pictóricos, artesanos. Los saberes distintos conforman el espacio de su devenir en el siglo. Cada ciencia, cada técnica, cada profesión reflejada en su tejido existencial resulta susceptible de apreciarse en una puesta en página en una forma de arte ajena al desempeño autómata inflexible y carente de chispa y de imaginación propia de la monotonía existencial. Cada manifestación humana cuenta con la capacidad de abordarse en la poesía con relación al uso de una creatividad espontánea, inesperada, innovadora, cimentada en la base firme del conocimiento experimentado y el amor.
La lengua de un modo único ahonda en la dimensión de la construcción del ser requerida para el hallazgo de uno mismo en los ejes del plano de la existencia. La lengua misma puede tornarse el ser. Con énfasis, en el lenguaje poético esta lengua de la mujer y el hombre se inflama en el vigor total de los torrentes de un agua nacida en la eternidad de un Edén no extinto del todo hoy en día. Cuando el poeta calla, su obra comienza a hablar por él y lo define como persona y ser humano. El poeta en este sentido no se encuentra inmiscuido en lo así llamado por la Europa de siglos atrás el mundo, la carne y el demonio. El esquema de su comportamiento busca otros intereses apartados de los intereses egoístas de la acumulación de un capital simbólico intrascendente, muchas veces vinculado en las redes sociales con la promoción de una imagen sin ningún otro propósito más allá que la simple superposición de la figura personal sobre el lienzo reposado de la vida austera y real. El poeta sustituye el gato por liebre del mundo por una liebre por gato del cielo. No le interesa más destacar por encima del resto de las personas. Esas otras personas lo ensalzan a él. Ya no cuenta en el número de sus motivaciones esa necesidad de un prestigio o un reconocimiento social. En cambio, se vuelve un sujeto disfrazado, encubierto, irreconocible, utiliza como velo la luz del día y el espacio abierto de las calles y las plazas para ocultarse, su ánimo se apoya en la atenuación de su grandeza con la intención de hacerla fructificar en lo oculto ahí donde su morada resguarda su tesoro espiritual.
Debido a tales causas la poesía no puede abordar la vulgaridad de las cosas pasajeras camino al olvido donde surgieron y adonde van. No puede ensuciar sus prendas infinitas con el polvo, el cadáver, el sepulcro de lo finito. Las cosas refinadas, que no por fuerza corresponden a las cosas caras de los escaparates del centro de Luxemburgo no pueden dejarse olvidadas entre los escombros de la sociedad hundida en el sueño de la muerte. Un espíritu sensible y pulido no puede exponerse al trato de los usos y las costumbres cifrados en el empeño del mal. La poesía acepta el perdón y brinda la amistad.
Me pesan el pasado y el futuro
con todos sus errores y entuertos
que dejan mi vivir entre los muertos
y truecan mi reposo en un apuro.
No puedo no sentirme inseguro
en esta soledad de mis desiertos
mirando por doquier los desaciertos
tramados de mi noche en lo oscuro.
Por eso te suplico me perdones
de todas esas cosas sin disculpa
que hice con tu trato como amigo.
Sin esa absolución yo no consigo
el bien que me libere de mi culpa
y atraiga del amor todos sus dones.
En la oración de la dignidad del hombre de Pico della Mirandola hemos leído cómo el ser humano cuenta con libertad para hacerse a sí mismo al gusto de su criterio. Ninguna limitante cerca la capacidad de expresión del espíritu. Cada acción marca el rumbo de un destino reflejado finalmente en la apariencia del rostro, en el tono de la voz. La palabra da cuenta del interior del corazón, dicen las Escrituras Sagradas, así como el rostro refleja por igual esa dimensión no visible del alma. Con sola una mirada basta para conocer a una persona. No hace falta darle más vueltas a la situación. Con base en esto último, si la ecuación de las circunstancias y las personas involucradas en una cosa no cuadra en un inicio difícilmente lo hará tiempo después. Se aprecia en condición de arte el discernimiento del perfil del aire para encontrar esa ocasión adecuada para la acción a partir de unos parámetros de cuidado estético. La referencia al verso de Luis Cernuda del perfil del aire la escuché en una conferencia del traductor de Aristóteles Salvador Rus Rufino sobre Fernando el Católico. El Rey de España supo leer ese perfil y cambió el rumbo de la historia de los pueblos hispánicos de hoy. La poesía tiene como origen el bien, un bien inteligente, no tonto, astuto, no ingenuo, robado de la ocasión no manifiesta. El desarrollo de ese lenguaje nos lleva irremediablemente a la consecución de un rostro severo, seguro, firme, nos acerca al tono de una voz pausado, claro, cordial, amable, nos pone a la mano del tejido de un entramado social donde queda menos espacio para sufrir los embates de esa parte del mundo dormida en la muerte de la carne y el demonio.
La filosofía budista al parecer habla del deseo como el principio del sufrimiento. Dave Alber, un pintor e historiador de los mitos orientales con quien tuve la oportunidad de convivir en una ciudad de China durante dos años, me hablaba de sus recorridos por la India y Nepal. El apetito, me decía, nos mueve a ponernos en marcha para la satisfacción de las necesidades básicas y no básicas motivadas por él encaminadas a la conservación de la especie. En lo alto de algunos templos ese signo del apetito reclama la atención de los devotos y los no devotos. Mediante un arte visible representa el sentido no visible de esas motivaciones para ponernos en marcha en busca de la consecución de algo no poseído aún. Entre los iniciados, una manifestación del crecimiento espiritual apunta a la ignorancia de ese apetito nacido de manera inevitable del hecho mismo del deseo de encontrarse en una senda camino a la iluminación. Eso nos recuerda algo del saber no sabiendo de los poetas castellanos del Dieciséis. La poesía en este rumbo del discernimiento de los horizontes de la vida encubre los saberes sin manifestarlos de otra manera que no sea la de una negación afirmativa. No diciendo lo no expresado manifiestamente el vate lo deja sobre la superficie a plena luz del día textual.
La posibilidad de la vida del alma se pone de manifiesto en el acto de la condición de no echar en falta a nadie más para encontrarse uno en condiciones de existir y de crear una obra humana gratuita y desinteresada acoplada a la esencia de la originalidad nutrida por la tradición. Esa hondura espiritual sucede en una dirección contraria a la dirección común de nuestros actos. No va hacia fuera. No se expresa en las cosas frente a los ojos. Va de dentro hacia un interior más profundo, donde anida lo inexplorado e inexistente de nuestras personas inmateriales. Autores como Mino Bergamo han equiparado esta dimensión interior a la hondura del mar. Todo lo de dentro resulta tan vasto como una eternidad contenida dentro del perímetro de la circunferencia del alma. Ese trabajo de incremento de la capacidad de una vida inmaterial se echa en marcha a través de recursos como el amor y la lengua poética.
Al modo de un instrumento de excavación, el ripio de la poesía nos lleva más y más allá al fondo de esa hondura sin fin posible. La mirada reclinada en el mundo material de la masa acumulada en las cosas tangibles, o sea la persona en medio de su siglo, se vuelve capaz de recoger todo ese volumen inabarcable de la sustancia espiritual de su adentro para usarlo como medio de comprensión de la realidad. El sujeto sufre el duelo del desprendimiento inmediato de las apariencias de afuera. Padece un proceso de alejamiento de ese mundo generalmente conocido hasta entonces como el único posible o real. Se vuelve progresivamente un ser humano distinto ahormado a otros parámetros existenciales no conocidos en el día a día de los usos y las costumbres consuetudinarios ocultos en los misterios de los arcanos. En ese desgarramiento inabarcable la persona finalmente se descubre a sí misma en una realidad aparte no conocida hasta ese momento incluso por ella misma. El velo de un encuentro dulce y no nombrado se rompe y la totalidad de nuestra experiencia vital de ahí se enfrenta cara a cara con lo absoluto sin la mediación de ningún espejo oscuro.
Xalapa-Equez., Veracruz
26 de noviembre de 2022
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