Siempre he mantenido que lo que me gusta del fútbol es lo que ocurre dentro del terreno de juego, esa disputa salvaje por la tenencia de un balón aceptando las Reglas que se encarga un árbitro que se cumplan intentando que 11 contra 11 dominen la escena y den la máxima felicidad a sus seguidores, jugando con precisión la pelota hasta que el marcador de satisfacción a los suyos.
Ahora todos somos muy pulcros y nos queremos beneficiar del fútbol para aflorar lo antidemocrático de los cataríes, lo cual rompe la premisa señalada de que a mí sólo me importa “el juego del fútbol”. Los exquisitos quieren informarnos ahora de los muchos fallecidos en la construcción de los Estadios, que no dejan beber alcohol y que los “gays”, o las mujeres, tienen nula libertad. Cuestión oportunista que ya en 2010 se sabía cuando adjudicaron este Campeonato.
Mientras tanto nos olvidamos de los miles de niños que fabrican clandestinamente balones para Nike, Adidas y otros; o que en 1978 ganó el Mundial la Selección argentina cuando allí había una dictadura; o que Putin dirigía Rusia en 2018 cuando Francia ganó aquel Mundial. La hipocresía nos permite pasar por procesos indeseables.
A mi lo que me gusta es el juego fuerte y cohesionado de Inglaterra frente a Irán y disfrutar del juego y goles conseguidos. Curiosamente, Kane fue el goleador máximo del último Mundial y en esta ocasión no marcó. Incluso, en el partido inaugural de Catar contra Ecuador, entró en juego la nueva tecnología para identificar con mayor precisión los fuera de juego.
Es curioso el volumen de dinero que hay detrás del VAR o del SAOT, a que manos van a parar dichas inversiones, y nadie se preocupa del fondo de la cuestión. Precisamente en cuestiones de las que se benefician UEFA y FIFA, dos monopolios con antecedentes mafiosos en la administración de sus economías. Y, sin embargo, se hace “guerra sucia” contra otros proyectos posibles como el de La Superliga”.
Pero seguimos siendo “exquisitos” para unas cosas si y no para otras…