OPINIóN
Actualizado 21/11/2022 08:36:52
María Jesús Sánchez Oliva

El martes nos acostamos con un terrible susto: misiles rusos habían traspasado la frontera de Polonia y murieron dos personas. El fantasma de una guerra mundial que sería la tercera nos encogió el corazón. Horas después se informó que habían sido lanzados por fuerzas ucranianas en un intento de interceptar misiles rusos y pudimos respirar tranquilos, no porque la situación hubiera cambiado, sino porque no había empeorado.

Respirar tranquilos no es posible hasta que los responsables no decidan poner punto final a una guerra que parecía ser breve y lleva ya ocho meses de muertes, de destrucción, de torturas, de secuestros, de violaciones, de frío, de hambre… y de todas las barbaridades que se cometen en una guerra.

En realidad y como no puede ser de otro modo, nos preocupan todas las guerras que en la actualidad tienen lugar en el mundo aunque dejen de ser noticia, pero esta nos toca de cerca y además de causarnos muchos problemas nos lanza mensajes demasiado inquietantes para no darnos miedo. Ya no hace falta que un país viva en la miseria para meterlo en una guerra. En Ucrania los jóvenes iban a la universidad, los mayores trabajaban, los jubilados cobraban pensión, los niños jugaban en los parques, las familias, en general, tenían casa, coche y comían todos los días, los hoteles recibían turistas, contaban con hospitales, colegios, gimnasios… y en un abrir y cerrar de ojos los han dejado en la calle, sin luz, sin agua, sin dinero, sin medicinas, y muchos sin poder huir. Tampoco se puede seguir creyendo en la eterna falacia de los gobernantes: los países no se arman para protegerse, se arman para matar. Y es hora de que empiecen a dejar de mentir.

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