OPINIóN
Actualizado 22/11/2022 09:19:38
Marcelino García

Dado el momento decisivo de la historia en el que nos encontramos, así como el hecho de que las grandes multinacionales son mayoritariamente las causantes de los desastres, y que la soberanía nacional tiene sus límites (o debería), defiendo que la protección del medio ambiente y consecuentemente de las personas, no pueda quedar en manos de las legislaciones y políticas nacionales, o de acuerdos internacionales sin un verdadero compromiso.

Irene Martí García: Defensora de los derechos humanos.

Durante la reciente Cumbre del Clima, la COP26, celebrada el pasado noviembre, se ha dado un especial énfasis a la importancia de la preservación de los bosques, y a su vez, a la grave amenaza que sufre la Amazonia debido al aumento de su deforestación. Así, el presidente de Brasil, país que alberga un 60% de esta, ha llegado a un acuerdo, el “Forest Deal” durante la mencionada conferencia, basada en la reducción de la deforestación y degradación de suelos. Sin embargo, como es de esperar, hay un gran escepticismo respecto a este compromiso por parte del presidente brasileño, Bolsonaro, quien en 2018 hizo una campaña prometiendo liberar los recursos de la Amazonia, alentando de este modo la tala ilegal y el aumento de la deforestación, a la vez que redujo los derechos de las comunidades indígenas, lo que provocó que la Amazonia perdiera 10.000 km² de bosque al año (equivalente a la superficie de Navarra) desde 2019, justo cuando comenzó a gobernar. Además de ser de las pocas excepciones entre aquellos países cuyas emisiones de CO2 aumentaron a pesar de la pandemia.

El problema de la deforestación nos incumbe a todas las personas del planeta, ya que los bosques poseen un papel fundamental, al crear las lluvias necesarias y absorber el dióxido de carbono, que consiguen mantener el necesario equilibrio climático. Asimismo, los bosques son el hogar de muchas comunidades indígenas, y el lugar donde reside la mayor parte de la biodiversidad. Si, además, se trata de la Amazonia, la selva más grande y pulmón de la Tierra,y el hogar de un millón de personas indígenas, cobra una mayor gravedad su destrucción.

Concretamente, las comunidades indígenas son las más afectadas y vulnerables debido a que no sólo viven en este lugar, sino que poseen una fuerte conexión con la naturaleza:sus formas de vida, de relacionarse, su cultura, economía, alimentación, y en último término,su identidad está ligadas a esta, por consiguiente, su vida está extremadamente vinculada a la salud de la naturaleza. Así, se plantea la cuestión sobre si los ataques al medio ambiente que ponen en riesgo la existencia de los grupos indígenas pueden considerarse como genocidio, pues una de sus formas de manifestación (según el artículo 6, apartado c, del Estatuto de Roma) es el “Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”.

Por otro lado, cabe mencionar que la deforestación no es el único problema que nos atañe, sino que en general, todas aquellas amenazas para la Tierra nos repercuten debido a la intrínseca relación entre el medio ambiente, su bienestar y los seres humanos. Así, las consecuencias de los ataques al primero, como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la destrucción de ecosistemas o contaminación de océanos, tierra y aire, están poniendo en riesgo las condiciones de vida humana e incluso nuestra propia vida. Si se pone el foco en las investigaciones de las personas científicas y en el futuro que visionan, no es difícil asemejar el porvenir que estos profesionales describen y el escenario de una guerra, con entornos devastados, escasez de alimentos, personas refugiadas, muertes…

Por todo ello, más el momento decisivo de la historia en el que nos encontramos, así como el hecho de que las grandes multinacionales son mayoritariamente las causantes de los desastres, y que la soberanía nacional tiene sus límites (o debería), defiendo que la protección del medio ambiente y consecuentemente de las personas, no pueda quedar en manos de las legislaciones y políticas nacionales, o acuerdos internacionales sin un verdadero compromiso, y que dependan del político de turno. Como se señala anteriormente, la Amazonia ha sufrido una enorme deforestación (y continúa), al amparo de la ley y del presidente brasileño, sin que nadie externo a este pueda pararle, a pesar de las incalculables y gravísimas consecuencias para el planeta y su futuro en él.

Debe haber un consenso a nivel internacional sobre la protección de la naturaleza que implique una legislación internacional con vigilancia de cumplimiento, seguida de unas consecuencias ante su no acatamiento basada en la justicia reparadora, así como el reconocimiento de un crimen internacional cuando se ataque gravemente al medio ambiente (el llamado ecocidio).

¿Cuánto más hay que esperar para que las personas que tienen el poder de frenar nuestra autodestrucción actúen y sean sentenciadas cuando comentan estos crímenes?

Firmado por una defensora de la naturaleza y de los derechos humanos, especialmente de las personas en situaciones más vulnerables, así como egoístamente, persona que va a vivir en la Tierra las próximas décadas, y que va a luchar por que el futuro que se espera no sea tan aterrador que no merezca la pena vivir en él ya que, a día de hoy, los pronósticos muestran una imagen de desesperanza y terror.

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