Cuando algo emociona es difícil abstraerse, y esa vivencia persiste dentro, como un eco. Es como si una vez tocada una nota en un violín, la cuerda siguiera vibrando. Algo así me pasa a menudo. (¿Será que de pequeña me tragué un violín?, se me ocurre. ¿O que mis cuerdas son más sensibles? ¿Quizás esa virtud es común a todos los humanos? Estoy segura).
La cuestión es que este periódico ha cumplido nada menos que una década de andadura. Con el fin de celebrarlo se organizaba un encuentro (16 de noviembre), y me invitaron a intervenir para compartir con los demás mi experiencia como columnista. ¡Qué difícil condensar tantas vivencias, sensaciones y sentimientos tan especiales!
Llevo ocho años disfrutando mucho como lectora fiel; busco, leo y admiro a quienes escriben en la sección de opinión, valorando como muy positivo el abanico tan diverso de pareceres que se respira. Juan Carlos López Pinto, su primer director, citaba en ese acto, en palabras de Gracián, la importancia de los colaboradores en el periodismo para dar una amplia visión del latir de la sociedad, idea que rubricaba su actual directora, María Fuentes, junto a los ideales de pluralidad.
Fue un placer escuchar a José Luis Puerto, Premio Castilla y León de las Letras, tan acertado y equilibrado, todo sencillez, destilando tanto sosiego como sus artículos que, con la maestría de su pluma, despliegan valores, citas, sabidurías y reflexiones.
Toño Blázquez, tan polifacético, no deja de sorprenderme, pues además de leer sus crónicas y su libro La suavidad del erizo, le he oído declamar, y en esta ocasión rescató unos bellísimos versos acompañado de su guitarra, cerrando el tiempo de las intervenciones.
La temática elegida por los colaboradores en este diario es amplísima. Muchos de ellos nos abren la mente con su visión del mundo, ya sea “grande” y lejano o local. Otros prefieren adentrarnos en ese otro universo, el interior, o incluso en el que nos rodea en lo más cotidiano. Algunos nos impactan con sus imágenes, que dicen más que mil palabras. Todo confluye en un mismo concepto: ser sensibles a lo que ocurre y hacerse eco, con diferentes perspectivas, de esa realidad, siempre desde el respeto y la libertad de expresión, valores europeos que son universales y nunca se deberían perder.
Parece que por lo que se expresa en la forma de escribir y en cómo se hace ya nos conocemos previamente, aunque nunca nos hubiéramos visto. Poder compartir este encuentro juntos me ha resultado muy agradable, muy especial y emotivo, y todo eso aún resuena en mí, echando de menos a quienes no pudieron asistir.
Ser columnista a lo largo de estos cuatro años y medio está siendo una experiencia muy intensa y muy rica, por muchos motivos, aunque no exenta de dificultades. No siempre es fácil encontrar el tiempo necesario para escribir, así que se quitan horas de sueño para llegar puntual cada viernes. O estando de viaje se escribe en un lugar de playa, de montaña, siempre pegado a tu sombra el ordenador. En ocasiones es muy difícil que ilumine la inspiración, que asomen las ideas, que aparezcan las palabras, y no hay más remedio que arañar el alma para que surja algo entre las uñas, esquirlas que se convierten de pronto en gotas de poesía y parece que se obra la magia. O se aprovecha un momento de descanso de un familiar convaleciente en un hospital y se separan de la mente pruebas y resultados para centrarse en el artículo y poder sacar lo mejor de sí sin citar nada de lo que está ocurriendo. La lista de situaciones adversas sería larga en tanto tiempo. Y otras veces es tan fácil, todo fluye, como un manantial que quiere salir a borbotones, de forma apresurada, deseando cada palabra ser la primera en escribirse. También existe esa permanente ilusión, ese interés por aprender y mejorar, esa voluntad, esa constancia, ese agradecer diario.
Como se puede ver, los columnistas somos de carne y hueso y nos pasa de todo, como al resto de los mortales. Alegrías y penas, pérdidas de amigos y familiares, comuniones y bodas, cumpleaños y navidades, ocio y responsabilidades, preocupaciones y desvelos, celebraciones, pandemia, teatros, encuentros, paseos, soledades… Insomnios y sueños.
Dentro de cada uno hay un afán, una afición, esa inquietud que nos invita a escribir, a escarbar en cada pequeña o gran cosa que tiene la vida para ponerla bajo el foco del protagonismo y compartirla con los demás, con todas esas personas que forman parte de ese proceso llamado comunicación, quienes nos leen, nos esperan, nos disfrutan o nos sufren, y a los que pretendemos contagiar nuestra emoción para que las cuerdas de sus violines sigan vibrando, como un eco.
Larga vida al periódico. Que siempre haya tinta en el tintero.