No sé si resulte del todo correcta mi exposición. Otra gente ha publicado libros. Los periódicos mencionan entre sus páginas las firmas de otros autores. La historia de la literatura, además, cuenta con nombres cuya mera mención evoca universos enteros. Para un crítico de arte de mi tamaño, entonces, hablar de la poesía equivale a la producción escrita de un mero galimatías.
Unas semanas atrás hablé con un ingeniero matemático. En las matemáticas en ocasiones puede revestirse de valor la sola manera de elaborar un discurso numérico con base en la creatividad y la imaginación. Algo de poesía se aprecia en estas construcciones, me decía mi amigo. Generalmente, para el mundo la poesía se reduce a la rima de los sonidos. Componer un poema en la escuela a eso equivale a veces. Ya lo sabemos, aba con aba, ía con ía, era con era.
La poesía, en realidad, a mí me gusta no como el contenido de un libro para abrirlo y leerlo. Yo soy malo para hablar así de la pluralidad de estéticas de los vates de todos los tiempos, o del mundo hispánico. Todavía no me he dado el tiempo para leer a los pilares de la literatura con el fin de gozarlos, meditarlos, estudiarlos, comprenderlos, explicarlos. Mi bagaje se limita a casi nada de experiencia.
Yo la poesía hasta ahora la he vivido como una manera de abrirme al mundo desde adentro con la finalidad, un día, de llevar esa apertura no solo desde el espacio de mi lenguaje hacia afuera sino también desde la suma de mi ser más puro. Para esto último, pienso, debo superar algo de un miedo anidado en mi interior. Yo lo puedo ver con cierta claridad. Descubro su perímetro, o su circunferencia, sin dificultades. Esto último, sin embargo, constituye una materia de otro asunto.
Mi voz en mi poesía tiene otro sonido distinto al de mi voz en mis conversaciones habituales. La construcción numérica del verso lleva las palabras a una dimensión del sentido nueva. No se puede siempre decir lo de la poesía en un escrito en prosa o en una plática en el café. El alma se adentra en un campo existencial no dispuesto en todo tiempo en la superficie de la tierra. Ese volumen, o esa esfera, se compone de elementos sutiles, dotados de una masa muy particular, con un modo en extremo característico de comunicar su esencia.
Hablar de la poesía, por consiguiente, comporta un planteamiento donde muchas otras áreas del saber se interrelacionan en un tejido donde tiene su soporte la totalidad del ser humano. Entran en juego rasgos de la personalidad, trasfondos psicológicos ya sean personales o colectivos, pedagogías culturales instruidas desde tiempos arcanos imposibles de fijar con precisión. Formas del pensamiento mágico y religioso.
La poesía, desde mi punto de vista, debe surgir desde lo más profundo de nuestro ser. Si nace de ahí por consiguiente puede manifestarse nuestra constitución más íntima, más honda, más real. En ese sentido la veo como la moneda de cambio de nuestra interacción con el mundo y el universo. Si no va toda ella en su plenitud absoluta no puede encontrar una recepción completa en su oyente, en su lector. Algo de esto, creo, debe suceder con todo el arte, así como con todas las cosas de la vida.
Yo he intentado crear poesía con base en la razón. Me he detenido ante la consideración de rimas posibles al final en el medio o en el principio de los versos. He ponderado cuáles casos no entran en los ripios y cuáles sí lo hacen. He pretendido sonar filosófico, antiguo, arcano, oscuro. Años atrás, cuando era menos consciente de mi lejanía inagotable con la poesía de Jorge Luis Borges, hacía un esfuerzo por recuperar algo de su tono en la música sensata de mis composiciones. Usaba alguna de sus imágenes y ya fuera tal imagen, o tal atmósfera en torno a esa pintura, haciendo uso del verso medido en los endecasílabos intentaba elevarla a la página como si de una oración suspendida en el incienso se tratara.
Dentro de esa categoría llamémosla por el momento utilitaria de la poesía, en otras circunstancias me he propuesto usarla como un instrumento de adoctrinamiento. He pretendido alcanzar mediante ella una pedagogía moral, o ética, del comportamiento. En esa dirección por partes iguales he puesto mi intención en instruir a alguien sobre algo. El resultado en todos esos casos se traduce en una imposibilidad para continuar adelante y darle fin a la composición. Dejo la estrofa a mitad de verso o el verso a mitad de palabra o la palabra a mitad de pensamiento o el pensamiento a mitad de voluntad para decir algo mediante ella a través del pensamiento con el uso de la palabra en un verso acoplado a una estrofa redonda.
La figura de los poetas en los libros o en los imaginarios colectivos suele apreciarse mediante el ejemplo de una actitud desgarbada, famélica, falta de una presencia contundente en el intercambio social con la gente. Se visualiza con un ensimismamiento retraído, en el mejor de los casos no enfermizo. Su atuendo comporta unas prendas con unos flecos sin recortar debidamente. Esto se podría complementar además con una mirada de recelo en retirada del mundo. Seguramente no resulta la estampa más popular la de un Efraín Huerta en la contraportada del volumen 54 de los libros de la SEP, editorial Joaquín Mortiz, 1986, con una elegancia reclinada en un gesto meditativo, crítico, severo, con la vida.
Para hablar de la poesía necesitamos echar mano de la presencia de las musas. En la historia antigua estos seres inacabados en sus representaciones posibles en términos humanos han recibido nombres diversos. Los poetas griegos las invocan al inicio de sus obras. Ellas conceden el don de la profecía, de la sabiduría, de la fortaleza, para llevar a su cumplimiento la cosa de la que se hable. No sé si su presencia se relacione más bien con la noche. Eso necesito investigarlo. La mera mención del título de Robert Graves La diosa blanca me lleva a imaginar a esa divinidad con la plata de la luna en el halo de su belleza. En términos más materiales e históricos, en relación con esas musas, se habla de la necesidad de encontrarse en el escritorio, con los codos hincados en las tablas donde descansan los cuadernos, para propiciar la llegada de las musas.
La poesía por otra parte, y de eso sí me encuentro convencido cien por ciento, no le pertenece a la pluma de su autoría. Yo no encuentro accidental que ciertos versos recaigan en cierto autor. Para mí esos versos nunca pudo haberlos escrito nadie más, ni tampoco en el futuro podrán ser reproducidos por ningún otro escritor. En eso difiero de la literatura de Borges. Los números por sí mismos, con su galería de probabilidades infinitas en todos los mundos posibles e imposibles, nunca darán el ancho para copiar en el accidente de la praxis material de la historia la suma de circunstancias necesarias para el resurgimiento de algo. Un verso solo podrá corresponderle a una persona, ese verso dará cuenta del lugar en la creación, en la vida, de ese individuo. Aunque ese verso nunca le corresponderá solo a esa pluma donde nació. Requiere al menos la participación de dos personas.
Qué es un verso, entonces. A qué responde su ontología. Si cuenta entre sus constituyentes la cualidad de la comunicación humana entonces necesariamente deberá dirigirse a una persona concreta, no abstracta. Lo abstracto no existe en ninguna parte salvo en la mera región de las ideas no reales, inasibles, ausentes. Un autor tiene en mente a una persona real cuando escribe. Es más, no solo la tiene en mente. Esa otra persona constituye la causa de la puesta en página de la composición. Mi ejercicio de escritura de la columna periodística El nombre propio, el libro y la lectura, en el periódico digital SALAMANCArtv AL DÍA me enfrentó a esa situación. Me vi en la necesidad de imaginarme frente a un público carente de masa en la materia. Al inicio dirigía mi narrativa a ese espectador, ese lector, no real. No sé cuánto tiempo tardé en abandonar esa idea.
Recientemente, en una conferencia ofrecida en el Instituto de Investigaciones en Contaduría sobre mi experiencia profesional en China hice mención de unos versos de Jorge Luis Borges compuestos para el libro oracular de filosofía china I Ching. «El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer.» La poesía a veces tiene ese cometido de ponernos a la vista una circunstancia intrínseca a la esencia del ser del universo. Probablemente, no estemos en condiciones de comprobar de una manera científica la verdad de la sentencia. Tienen los estudios de este género de la literatura, la poesía, cantidades de páginas sobre la relación entre el discurso científico y el lírico. Se ha descrito el poema como la cuna donde anida un hado cuya capacidad de revelación de los secretos de la existencia desborda todas las capacidades del entendimiento. Ante un hecho poético, no obstante, no nos enfrentamos a un dictado único y final del ser. En su composición, o en su puesta en página, se aprecian márgenes naturales donde el espacio en blanco da lugar a la interpretación.
Juan Angel Torre Rechy