OPINIóN
Actualizado 07/11/2022 09:41:33
Charo Alonso

Era la laboriosa, constante tarea de los días. Golpear con un martillo la lata que contuvo el alimento para convertirla en la lámina plana que se pusiera en la puerta de madera carcomida, en la valla para contener las inclemencias. Se atan con cuerda las escobas recogidas del campo para hacer escobas, se corta la leña sobre el burro de madera con el hacha al que no podíamos acercarnos los niños curiosos, los niños siempre rondando el peligro del brocal del pozo, la sierra afilada, el agujero por el que caer, la calle helada donde resbalarse. Los niños con un ángel de la guarda detrás, guardián atento a todos los desmanes o el perro que tuvo mi abuela que sentaba de culo a mi hermano tirándole del pañal cuando este se abismaba en lo desconocido del corral, temerario ya desde chico.

Golpea en mi memoria sobre el bando de trabajo el sonsonete laborioso. Nada se tiraba. El papel recubría los cajones, el plástico se plisaba con mimo, el muladar recogía todo lo que podía convertirse en el compos que ahora mueve mi otro hermano con vocación de labrador tardío. Volvemos al rincón del huerto donde sembrar lo que consume la familia, ya sin vaca, sin cerdo para San Martín, sin las cuatro gallinas que cuidaba mi abuela. Había animales para unos y para otros. Él peinaba las ancas nunca sucias de una vaca de mirada húmeda, ella cuidaba el gallinero escandaloso, la algarabía de plumas en el espacio donde aparecían los huevos como ovalada maravilla y entraban en vuelo rasante esas golondrinas que le quitaban las espinas de la corona a un Cristo que, en la alcoba, mostraba su mirada colorida. Yo era una niña de estancias silenciosas, limpias y espartanas donde se colaba un rayo de sol pleno de posibilidades, el pueblo tenía una rutina siempre nueva.

Suena en mi cabeza aún el sonido de la lata con la que hacer música el día de la matanza, el día de la fiesta. Una cuchara y una botella de anís que se ha bebido para pasar ese dulce que queda en la garganta. La pana y el paño resudados de alegría, olor a humo y a madera quemada, encina generosa. Tiene la hojalata un brillo que frotamos para que la materia pobre siga limpia para cumplir su generoso cometido. Como bien dice Rosa María Lorenzo, custodia de la memoria, no había plástico sino lámina que venía de las Vascongadas para convertirse en útil de todas las tareas, y la alcuza que a mí, filóloga, me recuerda el poema de Dámaso Alonso, brilla en su untuosidad de aceite comprado a granel, gota densa y generosa. Tenían los días una laboriosa constancia tenaz de labores que no cesan y giran en las estaciones de un calendario no gregoriano ni juliano, sino de labrador que ara los días en la casa, sentado en la silla baja de enea, junto a la lumbre donde descansa el gato y bulle una cazuela su eterna lentitud que alimenta. Y yo me dejo frotar y moldear por el recuerdo, hojita de lata.

Fotografría: Fernando Sánchez Gómez.

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