OPINIóN
Actualizado 27/10/2022 09:50:44
Eusebio Gómez

El doctor Parker, en su libro La Oración y la Psicoterapia, narra el experimento que llevó a cabo con otros médicos: A un grupo de enfermos les aplicaron todos los recursos que la ciencia médica podía ofrecer. A otro grupo, además de estas técnicas, los sometieron a intensos momentos de oración. El grupo que había tenido la oportunidad de orar había obtenido mejores resultados y una sanación mas rápida.

¿Qué he de hacer para conseguir buena salud?

Son muchas las ofertas que nos presenta la medicina y la sociedad. Sin despreciar ninguna de ellas, creo que es muy importante la respuesta de fe en Jesús como fuente de salud. Los enfermos de Palestina acudían a él, porque sabían que los podía curar. Así se presentaron ante Jesús muchas personas pidiendo la salud para ellos o alguno de su familia.

Jairo es un jefe de la sinagoga. Cuando su hija enferma está a punto de morir, va donde Jesús, se postra ante él y le ruega que vaya a su casa. Jesús lo anima a que crea: “No tengas miedo; solamente ten fe y tu hija se salvará” (Lc 8,50).

Un militar romano se acerca a Jesús para pedir por un criado que se encuentra gravemente enfermo (Mt 8,8). Él cree firmemente en Jesús, no es necesario que vaya a su casa; bastará una palabra suya para que desaparezca la enfermedad.

Hay una fe grande en una mujer que se acerca a Jesús convencida de que con sólo tocarlo quedará sanada (Mc 5,28). A pesar de que había ido dando tumbos por la vida y se había gastado todos sus ahorros en médicos y no había conseguido nada, no se desanima y pone toda su confianza en Jesús. No fue el contacto físico lo que sanó a aquella mujer, sino su fe. Muchas personas buscaban sacar ventaja de la cercanía de Jesús, lo empujaban, lo atenazaban y nadie más que la hemorroisa fue sanada.

Bartimeo es un ciego que tiene que luchar contra corriente para llegar hasta Jesús. A pesar de que la gente le manda callar, él, desde la cuneta del camino, sigue gritando: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mi”, “Señor, haz que vea”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y al instante recobró la vista y le seguía por el camino (Mc 10,47-52).

Todas estas personas oraron al Señor en su necesidad angustiosa y fueron curadas de sus dolencias. A través de intensos momentos de oración uno se dispone a recibir a Jesús y a dejar todas las ataduras de la enfermedad, del pecado, a comprender al otro y abrirse a sus necesidades. “Hijo mío, si caes enfermo, no te impacientes; ruega al Señor y él te sanará” (Eclo 38,9).

¿Quién no se muere de tu amor si mira

con la piedad que escuchas y respondes?

¿Cómo es posible que las puertas rondes

de un alma que te trata con mentira?...

¡ Qué condición tan generosa tienes!

¿Quién es ingrato con tu amor, Dios mío,

pues apenas te llaman, cuando vienes?

(Lope de Vega)

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