OPINIóN
Actualizado 19/10/2022 09:02:56
Juan Antonio Mateos Pérez

El interés por la libertad y la independencia sólo son concebibles en un ser que aún conserva la esperanza.

ALBERT CAMUS

Un hombre debe luchar por las víctimas. Pero, si ya no ama nada, ¿de qué sirve que luche?

ALBERT CAMUS

El tercer miércoles de octubre se celebra el Día Mundial de la Dignidad, para motivar e inspirar a las personas acerca del derecho que todos tenemos de vivir una vida digna, así como ser más compasivos con los demás. Se trata de brindar comprensión, compasión y amor, y que todas las personas puedan tener las mismas oportunidades.

La dignidad humana, a pesar que no es un concepto muy preciso, y que se usa en la vida cotidiana para realidades muy diferentes, se ha vaciado de contenido. Pero es uno de los valores troncales de nuestras sociedades democráticas y pluralistas. Todo individuo es titular de los derechos fundamentales por su sola pertenencia a la humanidad. La dignidad humana es la fuente de todos los derechos, el fundamento sobre el que se sustentan los derechos del hombre según el pensador alemán J. Habermas.

Vivimos tiempos tristes y paradójicos, asistimos a un desarrollo técnico e industrial incontenible que se vuelve contra el propio hombre que lo promueve. Podemos contemplar también la proliferación de una abundantísima literatura sobre los derechos del hombre, pero tanta información no logra frenar los atropellos contra la dignidad que todos presenciamos a diario. En la era de la inteligencia artificial, la nanotecnología o el Internet de las Cosas, que están modificando nuestra manera de vivir, trabajar o de relacionarnos, no somos capaces para llegar a un acuerdo sobre alguna forma determinada de justicia basada en la universalidad de los derechos humanos.

La expresión “dignidad humana” es una referencia importante en todos los medios, pero sigue habiendo guerras y hambre en el mundo. Es necesario aplicar el “principio de economía” para esta palabra, ya que las cosas cuando se usan mucho se desgastan y posiblemente se banalizan. Es necesario solo para los casos muy graves de respeto debido al ser humano. Pero más allá de su uso, parece necesario luchar desde la vida, el pensamiento y la política por una vida más digna, en el trabajo, en la sociedad o en el mundo.

El concepto de dignidad humana no es fácil de concretar, es polisémico, está sujeto a numerosas definiciones que pueden suscitar cierta perplejidad. En la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos del año 1948, se recordaba un humillante pasado de guerras y barbarie, lo más cercano fue la Primera y Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, la horrible experiencia de los “campos de la muerte”.

Todos esos actos pasados han ultrajado la conciencia de la humanidad, pero mediante los derechos del hombre, se busca construir un mundo donde todos gocen de la libertad de palabra y de creencias y se vean libres del miedo y de la miseria. La defensa de la dignidad, en principio la vemos como referencia a ese pasado de barbarie, pero también, se nos presenta como una llamada de atención o un recordatorio para no olvidar nunca y no caer en el terror y la violencia.

Todo ser humano, sólo por el hecho de existir, a pesar de sus contradicciones o el posible mal uso de la libertad, es digno. Ya que la dignidad es una cualidad unida al ser humano, es una cualidad ontológica, una cualidad que lo define y va unido a su propia naturaleza. Ese ser que fundamente al ente ser humano, no sólo se basa en la capacidad de pensar, también por el ser que anima y sostiene su naturaleza.

La dignidad es algo que no tiene precio, y, que, por consiguiente, no puede comprarse ni venderse, así lo afirma una clásica definición de I. Kant, que entiende la dignidad como expresión del carácter absoluto del ser humano que prohíbe totalmente su instrumentalización. Podemos subrayar en la dignidad una cualidad ética, el hombre se hace digno cuando su conducta está de acuerdo con el deber ser, de una vida conforme al bien construida en base a su libertad. Se funda en una persona que puede obrar libremente y responsable según su conciencia, pero también contra la misma.

Pero la dignidad no está forzosamente ligada solo a la autonomía moral. También se debe decir que es el ser humano en su indignidad quien puede apelar al respeto de tal dignidad, porque pese a su miseria, física, psicológica o moral, o más bien en ella, sigue mostrando "la nihilidad de la humana condición" y con su desamparo hace en cada uno de nosotros un llamamiento a su dignidad de ser humano. La dignidad es estar entregados unos a la solicitud de los otros y procurar mantenerse a la altura de esta tarea eminentemente humana con toda la inteligencia y sensibilidad que esta responsabilidad mutua presupone (Paul Valadier).

El disfrute de una vida digna está en relación con valorar de manera integral al individuo, no sólo en su realidad biológica, también psíquica, social, ética y religiosa. No sólo se defiende la dignidad humana protegiendo al hombre con el pensamiento filosófico, ético, teológico, ni desarrollando códigos que reconozcan su dignidad y sus derechos. Es necesario también imprimir a la historia una nueva dirección, hay que poner a la cultura, la economía, a los gobiernos, a los poderes del mundo, a la democracia, a las iglesias y religiones mirando a los que no pueden vivir de manera digna. Pero es necesario también que curar, liberar desde el amor, la justicia y la paz a la humanidad de todo aquello que destruye y degrada. Lo decisivo es curar como nos recordaba A. Camus.

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