OPINIóN
Actualizado 17/10/2022 09:33:43
Jesús Garrote

Este viernes tuve en Madrid una charla sobre el cuidado. Cuando me hablan de meditación o mindfullness me suelo cabrear. Me pasa por mi impotencia a la hora de provocar cambios trascendentes en jóvenes que se autodestruyen.

El viernes me pasaba lo mismo, me parecía que los cuidados van para los profesores, para los educadores y para las personas que somos privilegiadas.

No quiero fastidiar a nadie porque yo también me cuido con el pádel o yendo a la piscina.

La cuestión es cuando ves a niños o niñas que hacen daño a otros por sus propios traumas y a esos expertos cuidadores les sale o nos sale el castigo. En una pedagogía del cuidado debemos externalizar los problemas y garantizar la protección pero siempre devolviendo bien por mal.

En una sociedad que lo que más se cuidan son las mascotas, que a los abuelos los arrinconamos, que no se tienen hijos porque priorizamos los cuidados de los posibles padres, parece una ocurrencia hablar de la pedagogía del cuidado.

La escuela reglada desde luego no pone en el centro la vida. Pone normas que son callejones sin salida. No poder matricular a una niña de protección porque no tiene un informe de un orientador en una formación profesional básica. O las ridículas habilitaciones de profesores que no permiten dar matemáticas a un arquitecto, etc.

No son sólo las leyes sino los inspectores y profesores que las interpretan.

En las distintas culturas la cuidadora siempre ha sido la mujer. Por eso me parece grandiosa la figura de amo de casa semanal en nuestro piso de inmigrantes.

Cuidamos aves rapaces, ovejas, abejas, árboles, huertos. Pero sobre todo niñas y niños desprotegidos y descuidados.

Técnicas de meditación budista para nosotros, mindfulness con demostraciones científicas según gurús enriquecidos con los cursos. Estudios aplicados a soldados en tiempos de guerra. También oraciones desde las distintas religiones.

Mi transformación si en algún momento tengo alguna utilidad viene en la entrega al otro. Con mis alumnos, mis hijas, mis compañeros.

Ayudar a encontrar la paz interior a quien con gran interdependencia le faltan todos los resortes, exige alguna incondicionalidad. Nuestras niñas no se quieren a sí mismas como para cuidarse. Buscan el contacto físico, el abrazo, una seguridad esquiva y unos adultos fiables que están en su propio cuidado o en su propia autodestrucción.

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