La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena, que recrea y enamora
SAN JUAN DE LA CRUZ
El pensamiento y la palabra nacen del silencio. Comentaba Heráclito, la verdadera naturaleza gusta de ocultarse. Mientras no se viva en silencio, el ser permanecerá oculto. Solo en la experiencia del silencio se desvelará el ser. En el silencio se apagan los ecos y se puede escuchar la voz que los provoca, la verdad se desnuda y se desvela. El requisito fundamental para reflexionar es guardar silencio, desplegar la lentitud.
El gran drama del hombre actual es que, habiendo abandonado su corazón, ignora que posee una vida interior, confundiendo el silencio con el vacío. Es preciso encontrar un camino para volver a ese lugar, para morar en el silencio, para vivir en el corazón. Hacer silencio es una forma de inteligencia, de ir más allá de lo externo, más allá de la emoción y del pensamiento. Es una forma de preparar nuestro corazón para recibir la intención del Espíritu en nosotros
Hay un silencio que procede del desacuerdo con el mundo, y otro silencio que es el mundo mismo (Ramón Andrés). El silencio no es la lógica de la nada, es una manera de escuchar en todas las direcciones, una manera de desnudar la realidad y escuchar la voz que se ha vaciado cuanto existe. Es un mirador para elevar la mirada, el corazón y la mente para captar toda la amplitud de nuestro límite y desde el sosiego comprender más allá de ese límite, abriendo horizontes para cifrar el misterio.
El silencio no está en la neblina ni en la lejanía sino en la intuición de un más allá del lenguaje, en esa “zona zaguera de la inteligencia” a la que se refería Plotino. Allá en los dominios donde el ego pierde su cimiento, allí donde andamos en el interior de uno mismo cuando somos de verdad. Solo hay presencia cuando el ego desaparece. Es el gran compromiso de la meditación, de descansar en nuestro ser (Fernández Moratiel). “Solo dentro descansa mi alma” (Salmo 61,2), en el ser, en lo verdadero. Es entonces cuando el silencio detiene, ordena, crea y disuelve.
El silencio guarda la propiedad de lo eterno. Comprenderlo plenamente, entender el vacío o el abismo, pasa por la aniquilación del alma (Ibn Arabí). Será un recurrente en toda la mística occidental, siente un especial significado en Miguel de Molinos y los quietistas, pero también en Juan de la Cruz, para quien aniquilarse—no en un sentido nihilista—supone el inicio de la plenitud. Es el momento que el alma comienza a entrar en esta escala de purificación contemplativa, y no encuentra gusto en nada, ni descanso, ni consuelo, para pasar a buscar sin cesar, buscando en todas las cosas al amado.
El silencio es condición y consecuencia de su auténtico camino espiritual en San Juan de la Cruz, que poco a poco va experimentando cuando estudiaba en Salamanca. Como un explorador del desierto, se va preparando para esa llamada de Dios que se realiza en el hábitat del corazón. Es una soledad que busca Juan, es un encuentro en el interior del ser con el Amado.
Esa comunicación con Dios, esa música callada, no puede percibirse a través de los sentidos, solo desprendiendo la atención de todo lo creado, se puede discernir claramente la llama del amor, desnudo y ligero de equipaje ante Dios. Es en la soledad sonora, donde se despliega esa ciencia de voz que tienen todas las cosas del mundo y muestran lo que en ellas es de Dios.
Juan de la Cruz, buscaba un lugar de recogimiento, donde estar consigo mismo, percibiendo en su ser ese hilo invisible entre el sufrimiento psicológico y la creatividad. Son inseparables la soledad y el silencio, que es el clima donde se agudiza la interioridad más profunda y donde podemos escuchar lo que habitualmente no captamos. “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno silencio, y en el silencio ha de ser oída del alma” .
En los momentos de soledad y silencio comenzamos la vida, que es capacidad de integración para poder centrarnos en lo esencial del misterio. San Juan de la Cruz, elaboró su pasión por la soledad en un sistema espiritual oscuro pero abierto para poder penetrar en él. Es una soledad para separarse del pensamiento discursivo, y así entrar en la receptividad pura, en la pasividad y en la quietud para desplegar la capacidad creativa:
(…) ordinariamente (…) da al alma inclinación y gana de estarse a solas y en quietud, sin poder pensar en cosa particular ni tener gana de pensarla; y entonces, si a los que este acaece y se supiesen quietar, descuidando cualquier obra interior y exterior sin solicitud de hacer allí nada, luego en aquel descuido y ocio sentirían delicadamente aquella refección interior; la cual es tan delicada, que ordinariamente, si tiene gana o cuidado en sentirla, no la siente, porque, como digo, ella es obra en el mayor ocio y descuido del alma; que es como el aire, que, en queriendo cerrar el puño, se sale. (Dichos de luz y amor, 21)
Se trata de estar “solo y callando”, puesta la guarda sobre sí, día y noche, confinado para todos y en todo. Es gran cosa no estar junto a nadie— nos comenta Teresa de Jesús—, ni hablarse si se desea poner cimiento. Juan de la Cruz sigue el camino de la soledad y el silencio para convertirla en soledad sonora, núcleo vital para su escritura poética, su pasión por la belleza y el arte. Una soledad creadora que produce canto, un silencio que abre a la callada música, símbolos de la poesía de Petrarca y, más tarde de Leopardi.