OPINIóN
Actualizado 10/10/2022 17:32:02
Charo Alonso

Escriben mis alumnos arañando el papel con la desesperación de lo imposible, garras que aprietan el bolígrafo que deja, a su paso por la página, un reguero de letras separadas y temblorosas. La paleografía es la ciencia oculta de los profesores de lengua castellana que se enfrentan a un folio a veces pleno de incisiones, cuneiforme recuerdo de una tablilla mesopotámica.

Es la desesperación la que convierte los renglones torcidos del día en el paso sarmentoso de la letra que se retuerce. Otras veces, la ligereza hace del trazo una nebulosa de cifrados posos azules. La elegancia de la redondilla, el cuidado de la cursiva, la contundente negrita… se queda en la letra impresa, en el recuerdo de otros tiempos en los que la escritura era el arte de los calígrafos de la primaria, los niños de entonces que se esmeraban en la plana sin tachones, en la redacción equilibrada sobre la hoja de papel limpia y sin dobleces. Ahora, me entregan a vuela pluma el arrancado con gemido plumón de un cuaderno herido de dobleces, manchado de letras que bailan ante los ojos.

No todo es retorcida labor del acabar pronto, los hay con voluntad de calígrafo chino, de cuidado en el margen, de color que refulge. Es el triunfo de los estuches repletos de rotuladores, de utensilios de la escritura alegre, plena de bien trazadas líneas que se siguen con denuedo. Los hay que tienen un cuaderno para pasar revista, para lucir el arco iris de su cuidado. Los esquemas, los mapas conceptuales, los apuntes y ejercicios son el placer de un corrector que se deja los ojos en la diminuta hilera de una letra microscópica o en la serpenteante ristra de letras cirílicas. El término medio, entre el diminuto rosario de signos o la grandeza casi pétrea de la escritura romana sobre piedra y mármol, no existe en estos tiempos de teclados diminutos donde mover los dedos con rapidez de bolillos, encaje de letras y signos en la pantalla más pequeña que una cuartilla de papel. Abreviatura del mundo ahí condensada en el vaho de su respiración atenta.

Leo letras despiadadas, incomprensibles, amenazadoras o sencillamente ilegibles. Leo mientras la incisión del bolígrafo horada la hoja o apenas acaricia la línea sobre la que bailan los signos que no se enlazan o que lo hacen de tal manera que forman una guirnalda donde ni un trazo se adivina. Leo sin leer y leo haciendo arabescos de miradas… es el rastro perdido de un tiempo sin el cuidado del calígrafo, el memorialista deseoso de acabar un diario escondido. Y leo y leo, y leo y leo… más allá de lo que pone, relato inacabable de lo nuestro… cartilla infantil de lo que falta…

Charo Alonso

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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