OPINIóN
Actualizado 05/10/2022 08:27:06
Álvaro Maguiño

El otoño podría considerarse una acumulación. Una amalgama de tópicos, de tropos literarios incluso. El otoño es un montón de hojas caídas en el suelo, ya sean parduzcas abandonadas a su suerte o cuadriculadas con mala letra, pero en esencia significa lo mismo: el deshecho. La conjunción de la velocidad que te impide respirar y la desidia que eso provoca, el mediodía tamizado por una nubosidad variable y el peligro de pasear por el centro esquivando camiones de carga y descarga. El residuo, no en el mal sentido, como lo que queda tras exprimirlo todo.

Los días que desaparecen por la ventana ahora son más callados, están acumulados en el calendario. Cada mañana es más fría que la anterior, pero tiene los mismos colores y los mismos camiones que prefieren atropellar a alguien antes que llegar tarde, ni que Salamanca formara parte de una secuela de Fast and furious. Las terrazas comienzan a florecer y de los establecimientos se escapa una brevísima lírica sobre el dulzor del desayuno. Pero todo con celeridad y espontaneidad. Y los turistas que siguen a su propio flautista de Hamelín. El minimalismo de saber elegir las calles más desiertas para no ser arrollado ni por vehículos ni por sillas ni por turistas alemanes. Una nueva forma del otoño.

Ahora se me acumula todo. Los libros que cogí en la biblioteca con la esperanza de que no me faltara tiempo en las noches para inspeccionar sus páginas y justamente lo que me falta es la energía. Aún peor, los apuntes tomados con mala letra, alguna vez incompletos, y todos los manuales que tengo guardados para ver más tarde, aunque no exista ese “más tarde”. Aún más terrible, estar pendiente de las hojas caídas de los árboles para no resbalar y la verdad del otoño que este acto esconde. Debe haber más modelos de otoños disponibles.

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