OPINIóN
Actualizado 26/09/2022 10:46:07
María Jesús Sánchez Oliva

Érase una reina que con el nombre de Isabel II reinó en el Reino Unido más de setenta años.

La Corona Real, como todos los reyes, no tuvo que conseguirla a base de oposiciones, certificados de capacitación y listado de méritos, la recibió por herencia y de por vida. La Corona británica, como todas las coronas del mundo, incluía palacios, castillos de invierno, castillos de verano, automóviles tan lujosos como seguros y títulos a mansalva, y todo con personal que se ocupara de sus propiedades y de su familia para que pudiera vivir como lo que era: una reina. La Corona británica, como todas las coronas del mundo, le permitía disfrutar de joyas maravillosas, de preciosos vestidos para cada ocasión, de pomposos eventos, de fiestas privadas, de pasear a caballo y de coleccionar abanicos, cuadros y piezas de arte sin consultar el precio porque pagaba el pueblo. La Corona británica, como todas las coronas del mundo, solo le exigía firmar documentos, inaugurar actos relevantes y felicitar las navidades a los ingleses públicamente, es decir, nada que no fuera un placer.

Tan a gusto andaba la tal reina por este mundo que no quería morirse aunque a punto estaba de cumplir un siglo, pero el miércoles 8 de septiembre de 2022, tras firmar el nombramiento de la recién elegida Primera Ministra, la Muerte se plantó ante ella y le dijo: “Has dejado de ser reina para ser súbdita, y quieran tus sabios doctores o no quieran, te vienes conmigo porque yo, cuando la Vida decide poner punto final, no hago excepciones ni con reyes ni con mendigos”. Pero tan previsora era la reina Isabel que tardaron en llegar once días porque el Gobierno y la Casa Real tuvieron que organizar el funeral de Estado que ella misma había pedido, y se pasó once días de ciudad en ciudad, de palacio en palacio, de catedral en catedral,

Y se suspendió el fútbol, se apagaron las luces en los teatros, se cancelaron las huelgas y la televisión cambió su programación por completo, y se nombró festivo el día del entierro, y Londres se llenó de reyes y reinas, de líderes mundiales, de personal de seguridad y lo más increíble: o ningún británico era republicano, o todos se volvieron monárquicos de repente, porque durante los días de luto oficial se olvidaron de los problemas derivados de la salida de la Comunidad Europea, de la crisis económica provocada por la guerra de Ucrania, de las incógnitas del reciente cambio de gobierno, del trabajo, de las clases, del gimnasio y de todas las tareas habituales para despedir a su reina del alma, y viajaron kilómetros y kilómetros, y llegaron de todos los rincones del reino, y soportaron colas de veinte horas, de días de lluvia, de noches de frío, sin comer, sin beber, sin protestar para alcanzar el féretro, inclinar la cabeza en señal de respeto y en un par de segundos decirle adiós en silencio y para siempre.

Y colorín colorado este cuento acabó el lunes 19 de septiembre de 2022 como acaban todos los cuentos de reinas y reyes: antes de ser enterrada junto a los suyos entre flores, banderas a media asta y salvas de honor, el mayor de sus hijos, ya en edad de jubilación y con más experiencia en vivir del cuento que en asumir responsabilidades, heredó la Corona con todas sus propiedades y sin pagar impuestos.

Moraleja: Los cuentos de reyes son muy hermosos, pero dejan de gustar cuando en lugar de “cuento”, contienen realidades.

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