OPINIóN
Actualizado 22/09/2022 08:32:56
Isaura Díaz Figueiredo

Cuando nace un árbol, el primer anillo guarda la memoria de aquel momento. A medida que el árbol crece y crece, todos sus recuerdos van anotándose, uno tras otro; va ser el libro de su vida. Así, año tras año, al despertar con la primera luz de la primavera, nuevos brotes nacen. Dejando huella en su interior: anécdotas, buenos momentos, alguna tristeza. La copa se hace cada vez más frondosa. El árbol dedica su tiempo a releer su interior.

Es un lugar perfecto, tranquilo, donde pensar y aprender. Cuando llega el otoño, guarda sus más bellos recuerdos o alguno no tan grato en su interior. Con la llegada del invierno, el árbol entra en un dulce y plácido sueño hasta que la nueva primavera y los primeros y cálidos rayos de sol le vuelvan a despertar.

Este año el anciano árbol está triste, la primavera y no le produjo la alegría de otros años. En su copa hay escasamente un pequeño velo de hojas, el tronco está lleno de surcos y manchas. Podríamos decir en este aspecto, que las personas y los árboles somos bastantes parecidos. La mejor forma de conocer la verdadera edad de un árbol y su pasado es a través de la lectura de los anillos. En ellos está escrita su vida.

Mi viejo árbol, mira con frecuencia en el interior de sí mismo, lleve un tiempo que los anillos están revueltos, desorganizados. Queda tan lejano que no recuerda cuando celebró su primer aniversario. Creció, se formaron aretes blancos y gruesos, formados en primavera. Otros finos en color marrón, con la llegada del otoño.

La sombra, antes grande, ahora es pequeña… Me apoyo en su majestuoso tronco, le miro con tristeza. ¡Cuánto añoro el cobijo de antaño! Es el árbol que más quiero. Me vio crecer, jugar, guarecerme del sol y la lluvia, ser mi chubasquero y la mejor sombra… Sé que me escucha y que mientras esté cerca, mantengo viva tu memoria. A veces mueve las frágiles ramas, como si intentara recordar algún episodio del pasado.

Quién sabe… quizás recuperar aquel momento que creía perdido le hace sonreír. A medida que transcurre el otoño, le ayudo a guardar cada anotación. Mi secuoya tienen una vida larga, muy larga.

El frío invierno ha llegado y mi querido árbol no quiere dormir. Se siente agitado. Cojo su anillo preferido y se lo leo. Al escuchar aquellas historias se tranquiliza. Vitamino, fertilizo el entorno para cuando llegue el momento de despertar. Como hubiera querido construir en la zona huecas, al igual que el carbonero Chikitkaut en tu interior mi casa, mi refugio, mi santuario de tranquilidad.

Querido árbol logras con esfuerzo hacer brotar de entre tus verdes ramas, vulnerables hojas. Tiene la mirada perdida desde hace tiempo, con dificultad respondes a mis preguntas. Ayer te encontré embelesado, mira No estás solo.

Es otra vez primavera pero mi querido árbol ya no sabe quién soy, me siento a su lado, acaricio su tronco, beso tu piel. Ya no está aquí. Volveré a releerte, tu maravillosa y longeva vida.

Y cuando acabe la tormenta y llegue la calma, me quedarán tus preciados recuerdos y el orgullo de haber gozado de tu magia y saber.

Autora: Isaura Díaz de Figueiredo

Día del Alzheimer 21 de septiembre 2022

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