OPINIóN
Actualizado 19/09/2022 08:11:34
Concha Torres

“Yo solo sé que no se nada”: lo dijo Sócrates (aunque eso tampoco es seguro) hace veinticuatro siglos; y si resulta que no lo dijo, ha tenido la suerte de que lo repitamos todos desde el siglo IV antes de Cristo; un auténtico creador de tendencias, ríanse ustedes de los que desempeñan semejante oficio esdrújulo en versión moderna. A Sócrates le acusaron de corromper a la juventud ateniense propagando los ideales de justicia y virtud y del conocimiento de uno mismo, por ello le condenaron a muerte y él mismo se encargó de ejecutar la sentencia de envenenamiento por cicuta; quizás la suya fuera la primera muerte de un maestro narrada para la posteridad y, por desgracia, no la última ni la más cruel.

En estos días de vuelta a las aulas, quizás no estuviera de más recordar a la chiquillería que no sabemos nada (o muy poquito) y que el camino del saber está plagado de maestros que solo saben que no saben nada y se desviven cada día por enseñar ese poco que saben a quienes, a su vez, el día de mañana, tendrán que enseñar. Si es que el día de mañana está poblado de seres que solo saben que no saben nada, que sería lo deseable y no de seres que lo saben todo y que, con ello, demuestran su enorme ignorancia. Y disculpen el trabalenguas.

Los seres que lo saben todo son multitud; hay quien los llama cuñados, pero a mí me parece que encajan más en la figura del tertuliano televisivo, y un poco menos en la del radiofónico, que entre los ignorantes también hay clases. El cuñado es hasta un personaje simpático que cuenta chistes, da palmadas en las costillas, sabe dónde hay que tomarse la caña con el mejor el pincho, le gusta el fútbol y, por supuesto, está de vuelta de todos los lugares a donde uno va. El tertuliano no cuenta chistes (y ahí ya empieza a perder puntos) y goza de un saber enciclopédico que, sólo en este año 2022 le ha permitido ser virólogo y bioquímico (especialidades adquiridas durante el 2021) estratega político y militar y conocedor de lo que está en juego en la guerra de Ucrania (país del que lo sabe todo y es capaz de nombrar cada uno de sus pueblos, ríos y cordilleras) y para rematar, experto en protocolo y monarquías en estos días en los que la televisión retransmite en directo todos y cada uno de los (largos) pasos que Isabel II tiene que dar para conseguir que la entierren de una puñetera vez junto a su añorado Felipe. A los dignatarios les cuesta mucho morirse y que les dejen descansar en paz; y esto lo digo yo, que no sé casi nada, pero que he visto varias muertes y funerales de grandes nombres de la historia y, por deducción, puedo afirmar que el camino desde el lecho de muerte hasta la tumba es más largo de lo normal para estos seres.

Saber de todo es una aspiración humana tan digna como inalcanzable. Saberlo todo y, además, proclamarlo sin despeinarse es algo que está al alcance de muy pocos, y a esos los han fichado a todos en las televisiones. En estos días, lo saben todo de la reina de Inglaterra como hace meses lo sabían todo de Zelensky, que poco o nada tiene que ver con la amable viejecilla que gobernaba el Reino Unido y además es protagonista de una serie de Netflix (lo he oído en la calle, tal cual) y no son capaces de callarse en ninguno de los dos casos y admitir que, modestamente, no son expertos en ninguno de esos dos países, no están especialmente interesados en la península de Crimea e ignoran el estirado protocolo de la corte de San Jaime. Luego hay que convencer a los niños de que el que sabe es el maestro, que es el que ha estudiado para eso, para repartir el saber; y que muchas noches cuando vuelve a casa tiene que seguir estudiando porque el saber no sólo no ocupa lugar sino que, además, es inconmensurable y ocupa mucho tiempo; excepto para los tertulianos, que ellos ya nacieron sabiéndolo todo.

Que lástima que la Atenas que mandó a Sócrates el recado de que se quitara del medio haya dejado de existir, y que no podamos enviar a los platós y las tertulias una buena dosis de cicuta a todos esos que saben de todo, a todo contestan y reparten cada día enormes dosis de ignorancia. Y por supuesto, que no saben que no saben nada, y ese es su problema.

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