OPINIóN
Actualizado 09/09/2022 06:54:58
Ana Pedrero

Volver, regresar a La Glorieta, traspasar sus puertas, adentrarse en sus tendidos, en sus palcos y balconcillos, tiene algo de mágico, de ritual.

El tiempo se detuvo en marzo de 2020, cuando un virus invisible, imperceptible, letal, puso de rodillas al hombre, al mundo, y nos robó la vida, la libertad, la calle, la primavera, los besos.

El año pasado regresamos tímidamente, con las puertas semiabiertas a la vida, con el miedo al abrazo, con las prudentes distancias, los aforos, la palabra y la sonrisa escondida tras una mascarilla. Eran los primeros pasos hacia una normalidad un tanto anormal que convirtió la vuelta en un café sin cafeína, en un vino sin alcohol, en una gaseosa sin gas. Porque una tarde de toros es pasión, es sonrisa, es apretura, es tocarse, es oler el puñetero puro del vecino, compartir el bocadillo o el buchito de vino, aspirar ese olor especial a polvo y emoción, a sudor, a miedo, a un reloj que detiene sus agujas en un lance eterno.

Muchas cosas han pasado desde entonces y muchos ya no volverán a sentarse en La Glorieta, donde casi sabemos de memoria qué sonrisa nos aguarda en cada puerta, que apretón de manos, que saludo en sus tendidos. Hoy abre también sus puertas la plaza de ahí arriba.

Será mágico volver a las apreturas y al brindis compartido; mágico escuchar cómo rasgan la entrada como un pasaje a la magia, a lo incierto, a la gloria o al silencio, a la ilusión que siempre nos hace regresar; ese cosquilleo por los adentros, ese sentir, desear que pase algo importante, que nuestros ojos sean testigos de un capote, una muleta efímera que sea eterna en la memoria. Yo estaba allí, yo lo vi.

Con la vista en el cielo y el corazón lleno de agradecimiento y amor a Carmen Cobaleda, tan dulce siempre; al gran Alberto Estella, que tantas puertas quiso abrirme, que tan valedor fue de las palabras que hilvano; y al maestro Andrés Vázquez, que todo lo llenaba de torería desde su Tierra de Campos hasta Madrid, que nunca faltaba alguna tarde en los tendidos de La Glorieta, hoy regresamos con la misma ilusión de quien acude por primera vez. Mi corazón galopa.

Y por la noche, cuando ese milagro del regreso sea ya tiempo vivido, pasado, miles de estrellas nuevas iluminarán nuestra noche recordándonos lo que somos, encendiéndose enteras para mostrarle al mundo que los que amamos el toro y sus misterios, aficionados y profesionales, somos eternos; que vivos y muertos nos damos la mano en este mágico retorno a La Glorieta.

Venid, pasad, que ya estamos en septiembre, que ya comienza la Feria de Salamanca de este 2022. La de la libertad y la sonrisa, la del abrazo sin miedo.

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