Se ha consolidado por mérito propio como el principal mercado de las artes escénicas del occidente peninsular
Madrid, 2 de septiembre de 2022
Ocurre a finales de agosto desde hace veinticinco años, cuando todavía se percibe el olor de la hierba seca que exhalan los fosos que circundan las murallas de la ciudad en las horas más fuertes de calor, el río Águeda apaga la sed de patos y bañistas y los vencejos se refugian a la sombra hasta su cita diaria al atardecer. Sin embargo, cuando cae la noche uno no debe olvidarse de coger una chaquetilla si es que va a salir de casa a dar un paseo, a sentarse en los bancos de La Florida o a tomar algo en una terraza. Refresca –aunque cada vez menos-- en las estrelladas noches de verano del suroeste salmantino.
La Feria de Teatro de Castilla y León se celebró por primera vez en Ciudad Rodrigo del 27 al 30 de agosto de 1998, fruto de la valiente iniciativa de una joven licenciada en Filología Hispánica, enamorada del teatro y de su tierra, y un sacerdote tenaz, atípico y visionario (por utilizar sólo tres adjetivos de los muchos que se me pueden ocurrir para describirle), quienes un año antes habían fundado la asociación Cívitas Animación Teatral junto a un grupo de jóvenes salmantinos y mirobrigenses. Desde entonces y de forma ininterrumpida –ni siquiera la pandemia ha podido doblegarla --, las calles, plazas y parques de la ciudad acogen durante cinco bulliciosos días un sinfín de historias narradas a través de la voz, el movimiento, los títeres, el circo y, sobre todo, del teatro. Veinticinco años después ya nadie puede imaginar una última semana del mes de agosto en Ciudad Rodrigo sin Feria de Teatro. Pero no caigamos en el error de dar nada por sentado, pues los fantasmas de la rapiña y el interés la han amenazado casi desde el principio. Cuando algo funciona, no por casualidad, generación espontánea o intercesión divina, por supuesto, sino por el esfuerzo, el compromiso y el trabajo de muchas personas, la tentación de aprovecharse y llevarse la música a otra parte emerge con cierta facilidad.
Sí, la Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo se ha consolidado por mérito propio como el principal mercado de las artes escénicas del occidente peninsular, una Feria multidisciplinar en el que nuestro querido y admirado vecino Portugal tiene una presencia fundamental. En cada edición, salvo las que coincidieron con la fatídica pandemia, ante la que, repito, no se achantó –tengamos esta proeza casi excepcional muy en cuenta--, más de 250 profesionales se han dado cita año a año en la ciudad para ver los espectáculos más recientes de compañías provenientes principalmente de Castilla y León, Extremadura y Portugal, pero también de otras comunidades autónomas y países, como Francia, Brasil, Italia o Israel. No tengamos pudor en presumir de estas cifras o en utilizar la terminología mercantil que tan poco molesta en otros sectores económicos. Aquí se viene a ver todo lo que se puede y a ser visto, a comprar y a vender, a cerrar contratos --el 94% de las compañías lo lograron en la edición 2021-- y programaciones semestrales, pero también a revisar los clásicos, a experimentar la vanguardia, a compartir procesos creativos, a apoyar a compañías emergentes, a participar en tertulias, a conocer lo que sucede en otras ferias y festivales. Y, sobre todo, a aguantar la respiración en los breves segundos antes del comienzo de cada función. Ese momento de silencio, solo interrumpido por la inconfundible voz de nuestra querida Rebeca, que nos da la bienvenida y nos recuerda –escuchémosla, por favor-- que debemos silenciar nuestros teléfonos móviles, es el que precede a la experiencia única e irrepetible que todos los allí presentes estamos a punto de vivenciar: la magia del teatro.
Al profesional de las artes escénicas que llega a Ciudad Rodrigo, ya sea programadora, distribuidor, dramaturgo, productora, actor o actriz o periodista, ya sea la primera vez o la vigesimoquinta, ya venga de Monleras, Valladolid o Badajoz, de Madrid, Cataluña o Baleares, le conviene también prestar atención a otro actor protagonista que no encontrará en el escenario, sino detrás de su butaca: el sabio público mirobrigense. Esta edición ha recuperado las cifras prepandemia, alcanzando los 30.000 espectadores en cinco días. Los más veteranos saben que escuchar sus reacciones, la intensidad del aplauso, los corrillos al terminar la función, los comentarios en la mesa de al lado en la terraza o en la cola del siguiente espectáculo, da muchas pistas. Un público fiel y entregado, responsable y extremadamente respetuoso, con edades comprendidas entre los 6 meses y los 120 años, que premia desde 2004 y con el sabio criterio de quien ha educado sus oídos y ha abierto su mente, los mejores espectáculos de sala, calle y público infantil. Acertadamente, la Asociación de Amigos del Teatro de Ciudad Rodrigo ha abierto la participación a los no socios, así que ya no hay excusa para no votar.
En Ciudad Rodrigo, el teatro se representa en escenarios tan mágicos como el claustro de la Catedral de Santa María, tan históricos como la Plaza de Herrasti o la del Castillo, tan convencionales como el Teatro Nuevo Fernando Arrabal, tan polivalentes como el pabellón municipal de deportes o el gimnasio del instituto Tierra de Ciudad Rodrigo, en el que tantas veces me esforcé para no hacer el ridículo en la clase de Educación Física, tan veteranos como el Patio de Los Sitios o los Jardines de Bolonia. Algo simplemente maravilloso sucede por las mañanas en la engalanada Plazuela del Buen Alcalde. El Divierteatro, un proyecto educativo pionero sin el cual la Feria no podría entenderse, acoge cada día a cientos de niños y niñas para aprender de la mano de los más de 70 jóvenes que se forman como monitores de animación los oficios del teatro, los títeres, la danza y la música, y escuchar las historias del rapsoda venido del norte, el gran Dennis Rafter, y de nuestra paisana, Pilar Borrego. Algunos de esos jóvenes, que eran niños cuando nació la Feria, presentan ahora sus proyectos escénicos en ella como compañías profesionales. El círculo se cierra, lo sembrado se recoge, el sueño quimérico de 1998 se cumple.
Parece que tras el último resplandor de los fuegos artificiales sobre el cielo mirobrigense el verano está a punto de llegar a su fin, pero “todavía queda la semana de la Feria”, coinciden en decir los camareros que atienden las terrazas de la Plaza Mayor mientras se quitan el sudor de la frente –literal y figuradamente. Los empresarios mirobrigenses, con el gremio de la hostelería a la cabeza, pero también los comerciantes, diseño y producción gráfica, fotógrafos, proveedores de servicios informáticos y audiovisuales, electricistas, apoyan año tras año un evento cultural que ya genera en la localidad un impacto económico directo de 2,3 millones de euros, según un reciente informe de la Coordinadora Estatal de Artes Escénicas (COFAE) y la Universidad de Deusto. No hace falta ser muy espabilado para darse cuenta de lo imprescindible que resulta mantener la celebración de este gran acontecimiento cultural en una localidad cada vez más mermada y envejecida, que sobrevive el largo invierno a duras penas gracias al amor incondicional de los que la habitan.
Esta ciudadanía, que exige a las administraciones públicas nacionales, regionales, provinciales y locales implicadas que sean firmes en su compromiso de apoyar un pan-proyecto cultural indispensable para la identidad y el porvenir de la comarca, que genera riqueza --en el más amplio sentido de la palabra--, ha sabido hacer frente a la adversidad y adaptarse a las circunstancias y ha demostrado más que de sobra su viabilidad y utilidad como motor económico, debe ser escuchada y respetada. Es preciso que ofrezcan certezas en lugar de generar dudas, que no entorpezcan el trabajo con presupuestos comprometidos pendientes de firmar, que cumplan con lo prometido, que no regateen ni amenacen, que no se apropien del éxito de otros ni cambien de parecer al mismo tiempo que de color. Es preciso que se respete y reconozca –y no solo con palabras-- el trabajo de todas aquellas personas, colectivos, instituciones y empresas que año a año arriman el hombro y se dejan la piel para que este proyecto salga adelante. Con la Feria, como si se celebrase en Fuente Ovejuna, todos a una.
Por mi parte, no fui consciente del impacto que había causado en mí hasta cierto día de 2014 –como recordaréis bien, Año Franciscano en Ciudad Rodrigo-- en el que el sacerdote visionario mencionado anteriormente me llamó a su despacho en la segunda planta del seminario para que recogiera unos documentos, que debía localizar en la montaña de papeles y libros que desbordaba su mesa de trabajo. La luz del día entraba a raudales a través de la ventana abierta de par en par. Hallados con sorprendente rapidez, volvíamos sobre nuestros pasos atravesando el estrecho pasillo que conecta el despacho con el claustro cuando lo reconocí sin atisbo de dudas. Un solitario marco suspendido en la pared, a la altura de mis ojos incapaces de parpadear, atesoraba el original del cartel que ilustró la primera edición de la Feria, un delicado y colorido relieve en papel en el que cuatro brazos se alargan al cielo y sostienen los símbolos que bastarían para representar cualesquiera de las obras más universales de la historia del teatro: el puñal, el sombrero de cascabeles, la calavera y la luna. Me paré en seco, mientras Juan Carlos seguía avanzando y hablando sin darse apenas cuenta, inmerso en su constante soliloquio y aún sin comprender, y dejé que las lágrimas corrieran libres por mis mejillas, al mismo tiempo que los recuerdos comenzaban a inundar mi cabeza como un repentino e imparable torrente de agua.
Transcurrido el tiempo y con la mirada algo más serena que aquella con la que entonces observaba el mundo, solo puedo tener palabras de agradecimiento y reconocimiento a los impulsores de este proyecto y a las columnas y contrafuertes que la sustentan: Rosa, Manolo, Mirian, Juan Carlos Sánchez, Javier de Prado, Rosana, Meli, Alba, Alicia, Cristian, Rebeca, “coquito” María, Félix, Jacinto, Gonzalo, David, Raúl, Dani, Teresa, Fátima, Jorge, Míchel, Jaime, y a todos los que han formado parte del equipo de gestión, técnico y de animación de la Feria a lo largo de sus 25 ediciones con los que no he tenido la oportunidad de trabajar tan de cerca o ni siquiera he llegado a conocer, y en cuya amplia representación y siendo consciente de que omito muchos nombres y por ello me disculpo, menciono a Domin, Alba, Efrén, Paco, David, Popy, Nerea, Dani y Adelia. La Feria no ha podido estar ni está en mejores manos. Dejémoslas trabajar para que este sueño hecho realidad siga siendo recurrente muchos, muchos agostos más.
Epílogo:
Y mientras, ella, el alma máter, hada madrina de profundos e inquietos ojos negros, observa y sonríe satisfecha desde el lugar en el que escogió descansar para siempre, fuera de todo dolor, feliz, orgullosa y en paz, al abrigo que la sombra de la Peña de Francia proyecta al atardecer, arropada por las cálidas hojas de otoño perenne de los castaños, los robles y las hayas.