Da la impresión de que una parte numerosa de la sociedad (al menos la que percibimos aquí, en España) sufre, después de que la última ola de Covid 19 esté finalizando, de un sentimiento de inseguridad sobre su estado de salud, mayor del que tenía antes de la pandemia. Síntomas de naturaleza muy diversa, que aparecen en poblaciones muy distintas, mujeres, hombres, mayores, jóvenes, con antecedentes de contagio con consecuencias graves clínicamente o con leves síntomas de breve duración y sin ninguna necesidad de ingreso hospitalario, son achacados a lo que los médicos definen como “Covid persistente”. O se los relaciona otras veces, sin apenas apoyo de datos publicados, con las consecuencias de las vacunas recibidas.
Hay dos tipos de hechos que están en la base de esta inseguridad en el propio estado de salud y que alimentan o al menos no hacen disminuir estos temores:
La numerosa y variada información que sale publicada en diarios, revistas, redes sociales, cadenas de televisión, contribuye, en general, a confundir y crear más dudas en el ciudadano, que a aclarar la naturaleza de los síntomas que les aquejan. Por ejemplo, como formando parte del “Covid persistente” hay una variedad numerosa de síntomas comunes con otras enfermedades o manifestaciones, es imposible que alguien esté mínimamente seguro de que esos estornudos o esa tos, o esos dolores musculares o ese dolor de garganta tengan algo que ver con el Covid pasado, si no es a través de una consulta médica individual.
Pero la dificultad de acceder a una consulta de Atención Primaria en el actual Servicio Público de Salud es tan grande, que el malestar que produce la ignorancia sobre la naturaleza y/o nivel de gravedad de lo que observamos en nosotros mismos, no encuentra un cauce para ser atendido y resuelto. La mayoría de esta población se queda sufriendo la inseguridad de si necesita o no ser atendido médicamente.
Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en estos últimos meses, es que lo traumático vivido durante la pandemia, ha sido tan intenso desde el punto de vista psíquico, que aún persisten las vivencias traumáticas muy frecuentemente convertidas en temores de no haberse curado del todo o de que alguna vacuna haya tenido algún efecto perjudicial en alguna parte de nuestro organismo. Como ambos temas, el del “Covid persistente” y el de los efectos negativos en un porcentaje nunca bien cuantificado de alguna vacuna, ocupan tanto espacio en publicaciones no especializadas, dando voz a tanto tipo de “expertos”, el ciudadano medio no logra poner orden en sus intensas dudas.
Este verano que está finalizando, no solo era el momento de terminar con la mayor parte de medidas preventivas contra la pandemia ( como así se ha hecho) sino también el momento de explicar desde las instituciones sanitarias, que lo traumático vivido tiene un ritmo temporal que no es idéntico a los hechos acaecidos: hace muchas décadas ya que la mayor parte de las teorías psicológicas y la psicopatología han descubierto y trabajado sobre manifestaciones postraumáticas, posteriores en el tiempo a los hechos objetivos ya finalizados, causa de esos cuadros postraumáticos.