OPINIóN
Actualizado 27/08/2022 09:47:28
Juan Ángel Torres Rechy

Farid Pozos, de nacionalidad mexicana, nacido este siglo, será una de las voces de estas bibliotecas de las literaturas de iniciación y de los clásicos de personas jóvenes y adultas, inclinadas a la contemplación del porqué o de la sinrazón de las cosas. A una edad temprana, este autor ha desplegado un repertorio de tradiciones literarias consumadas en una poesía sumamente original no leída antes.

Cuántas personas podemos darnos el lujo de ser realmente quienes somos, o quienes queremos ser. A cuántas, a cuántos, las circunstancias no nos empujan a acoplarnos a otros criterios ontológicos distintos a los nacidos desde la interioridad más honda, o más trabajada, o más caminada, de nuestro ser. Como diría Hamlet en la endecasilábica traducción de la tragedia inglesa en la Biblioteca del Universitario de la Universidad Veracruzana, «¡Ser o no ser, la alternativa es ésa! / Si es a la luz de la razón más digno / sufrir los golpes y punzantes dardos / de suerte horrenda, o terminar la lucha / en guerra contra un piélago de males.» Todo adolescente se ha preguntado si estas cosas resultan posibles. La literatura de iniciación, con nombres conocidos por todas y todos, cuyos títulos, por consiguiente, resulta innecesario citar, La tumba, Demian, El lobo estepario, Retrato del artista adolescente, El guardián entre el centeno, la poesía de Rilke (literatura no solo de iniciación sino de finalización también), etc., toda esta literatura, como la de La conjura de los necios, toda ella cimentada en los clásicos no mencionados por ahora, nos empuja necesariamente a los límites de la existencia, donde encontramos la posibilidad de la suma del ser como una ecuación superior a la vida en el mundo.

Cuando uno ha caminado un poco y no se encuentra aún en los lindes de la edad del crecimiento, los parámetros anteriores de la búsqueda de la originalidad, del ímpetu por crear algo nuevo, del deseo de organizar movimientos sociales superiores a la realidad, todas esas figuras simbólicas del natural ánimo de constituirse como un ente verdadero se desvanecen y dan paso a un espíritu más atemperado, no ajeno a una praxis del conocimiento de la manera de funcionar del sistema económico de nuestra sociedad mediante acciones específicas, pero sí concorde con una búsqueda más personal y menos del tipo de una sombrilla cubriendo la totalidad del mundo. La edad no suma años en vano cuando se vive bien.

Yo continuamente recorro las galerías de mi biblioteca. En ocasiones llego al punto de vestirme alguna camisa nueva y una corbata para desempolvar volúmenes gastados y abrir sus páginas al azar. En este momento, a mi derecha, tengo un tomo de las obras de Alfonso de Cartagena, un poco más allá leo a Cicerón y Séneca entre los libros de otra estantería. Un Emilio Salgari de mi tiempo de la infancia, o un Rudyard Kipling, sucesivamente les han dejado el espacio de su masa a otras obras como un Stendhal, un Macedonio Fernández, un Paul Groussac o un Durrell. El arte resulta tan vasto y la vida tan breve, recuerda la sentencia clásica. Esos recorridos por las naves de mi biblioteca frecuentemente los acompaño por un buen disco de música conocida o de alguna autoría novedosa. Esto último me sucedió con el canto de Ohnuki Taeko, a quien conocí hace relativamente poco tiempo. La historia, desde luego, tampoco es ajena a mi persona. Los bizantinos, de Thomas Caldecot Chubb, en traducción de Carlos Villegas, Joaquín Mortiz, ha robado las horas de mi sueño esta semana.

Farid Pozos, de nacionalidad mexicana, nacido este siglo, será una de las voces de estas bibliotecas de las literaturas de iniciación y de los clásicos de personas jóvenes y adultas, inclinadas a la contemplación del porqué o de la sinrazón de las cosas. A una edad temprana, este autor ha desplegado un repertorio de tradiciones literarias consumadas en una poesía sumamente original no leída antes. Cuando tuvo la bondad de enviarme su libro inédito Cuando me llamaba aguacero a mi correo electrónico no pude seguir mi camino por las calles de la ciudad donde circunstancialmente vivo después del brote de la pandemia. Saltó la alerta de ese mensaje. Lo abrí. Encontré el documento con el libro anejo a unas palabras cordiales en el cuerpo del mensaje. Me detuve. No crucé el semáforo. Me orillé a la puerta de una tienda de abarrotes y ahí leí de principio a fin esa obra no vista ni escuchada antes.

*

de balbuena a buenavista con Jorge Humberto Chávez

alas de hastío que cortan el aire de éste mi panteón humano favorito: ciudad de México,
y se me ajustan ahuevo a esta espalda cargada de estos y de aquellos chingaqueditos recuerdos.
sería gandalla volar con ellas a costa de otras ocho millones ochocientas mil gentes cansadas
por eso la única opción es el subterráneo matadero: sistema de transporte colectivo metro,
vas de aquí pa allá y de allá aún más allá sin descanso ni muerte ni nadie a quién odiar los domingos
por la tarde cuando la semana existe por fin y no es el día que vivimos si no la década que empieza
pues cada hora es ahora y cada día no es día si no que es enfermedad terminal y encuentro cercano al tercer tipo.
hace unos minutos en el febrero de la hora pasada, alguien me decía que no tenemos a dios lo suficiente: pendejo.
cómo decirle que yo me paso la vida con miedo.

me paso la vida en silencio

*
métrica tradicional

la métrica compacta no se me da
soy más del deletreo,
de la autopsia
de la caricia de las pieles,

de esas meras,
en las nomuertas
salas
de la morgue
del
museo nacional
de antropología.

y ciertamente
no es el problema
la métrica sino
el ritmo
con el que el tiempo
abate
los bordes
de mi vida.

qué difícil es
medir
el hambre
por la hablada
y determinar,
en qué momento
tengo que rimar
la palabra muerte
con
los veinte
casi veintiún años
que llevo muerto.

*
Jardín Dr. Ignacio Chávez

olas.
son las horas indiscretas de las nubes
metáforas sin voz
de ser acaso algo,
de estar inmerso en el vagaje
inmenso,
de andar por rumbos fijos
que cambian a merced
del viento.

cambalache de mi luto humano
por la desaparición del meridiano
que separa
mis labios y tu blando vientre:
pésame de amor.

son las horas bandidas mudas
en este parque en esta banca,
y yo que solo quiero deshacerme
entre los dos lunares
debajo de tu pecho izquierdo
y medir la distancia
entre mi hora de comida
y tú:
recuerdo.

quiero solamente nada más y nada menos
que cimentarme sobre de ti,
desnudo como piedra al viento
y que el viento/mundo nos envuelva
en lo inmenso de las piedras de este
tu sueño, caminar por donde las calles
de esta ciudad sitiada
a merced del tiempo.
en fin,
quiero que seamos nubes
y como nubes:
transitar por los espacios vacíos
de este silencio.

Cuando yo leía estos poemas levantaba la vista al otro lado de la calle y veía a la gente caminar a sus trabajos o a sus hogares. Indistintamente, unos u otros transeúntes me volteaban a mirar como si yo me encontrara haciendo algo raro. tenía mi mochila al hombro y no despegaba mi teléfono de mi mirada. Una persona ciega me golpeó los pies con su bastón y me dijo que si no le daba una moneda. Otra persona en otra esquina al parecer interpretaba a Eric Clapton. El cielo lucía algo nublado. En cualquier minuto podía venirse la lluvia.

*
oda a las nubes

para Kika (no Erika)

hay dos nubes
que b a i l a n
indiferentes de lo que se haya
debajo
del sol.
a esas nubes
que el viento
a l e j a
hacia las piernas
de la tierra: esta canción,
hasta que desaparecen
de este otromundo
para ser contornos
de sueños en esta estación.

había dos nubes
que se juntaron: tanto,
pero tanto tanto,
y olvidaron
esos límites tuyos
para dormir
en el dulce
oscuro
de un mar.


Después de oda a las nubes leí otros cuatro poemas más. Vi la hora en mi reloj. Aproveché para mirar si mi pila no se estaba terminando comparando la hora del reloj con la del teléfono. Yo tenía una cita, pero la cancelé. Dije la verdad. Estoy leyendo un libro y no puedo dejar de leerlo. Te escribo más tarde. Como tenía el resto del día por delante, fui a un café y me senté en una terraza. Los coches comenzaban a encender sus luces. Los establecimientos se iluminaban gradualmente. A lo lejos, de una manera tenue, se alcanzaba a percibir la luna. Todo era como veinte años atrás, cuando yo tenía la edad de Farid. Pero todo asimismo resultaba distinto. Yo no buscaba construir ninguna realidad nueva sentado a la mesa con un expreso doble cortado. Farid Pozos la estaba levantando para mí enfrente de mi vista. Ese imperio de la poesía me permitía decir, sí, sí, esto suena verdadero. Esto me ayuda a ser completamente yo.

Juan Angel Torres Rechy
Xalapa-Equez., Veracruz, México
27 de agosto de 2022
torres_rechy@hotmail.com

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