OPINIóN
Actualizado 29/08/2022 09:28:43
Tomás González Blázquez

Ayer fui a Urgencias del hospital de Villalba. El dolor de ciática ha empeorado. No puedo caminar, se me duerme pie y vivo a base de 3 Enantyum diarios. Esta fue mi sorpresa: una doctora a través de la webcam. Ni exploración, ni pruebas. Pinchazo y a casa.

El pasado 23 de agosto escribía esto la periodista Sara Batres, de RTVE, a través de un perfil personal de redes sociales. Lo ilustraba con fotografía de la pantalla donde vio a la médica que la “atendió”. Como era previsible, determinados medios de comunicación y opinadores de infantería ligera, una vez comprobada la ubicación del hospital en cuestión, pusieron toda la carne de su repertorio en el asador de la opinión pública. Hicieron lo mismo que esa compañera que no exploró: “pinchazo y a casa”, a por la próxima ocasión en que atizar sin ir más allá.

En todo caso, no será este asunto motivo de gran discusión cuando de sanidad se debata. Si no se padece la misma miopía que tantos indocumentados tertulianos de plantilla y repetitivos columnistas con carnet de partido se admitirá que situaciones similares a la ocurrida y denunciada en ese centro sanitario madrileño están sucediendo o pronto lo harán en lugares de toda España, gobernados cada uno por diferentes siglas políticas. Obviamente, incluidas las afines a los que ahora se han indignado. Basta una somera búsqueda de información para concluir que la telemedicina, la teleasistencia, la telepresencia o como quiera hayan decidido defenderla en sus flamantes proyectos abarca ya a todo el espectro ideológico de gestores sanitarios. No es honesto, desde luego, que hagan batalla con ello liberales o progresistas, izquierdas o derechas, constitucionales o separatistas, porque ninguno reniega de lo que, según sostienen, es una mejora en la asistencia sanitaria.

En el centro de salud donde trabajo, el de Aliste, hace ya unos meses que instalaron una pantalla en una de las salas de urgencias. Por lo que he podido comentar con algunos compañeros en sus centros de salud también hay dispositivos similares. El hecho es que desconozco su funcionamiento, sus indicaciones, sus condiciones de uso. Sé de la pantalla lo mismo que puede conocer cualquier ciudadano: este comunicado de la Junta de Castilla y León y el vídeo de “telepresencia en atención continuada” que pueden ver, pero no usar (¿?), ya que advierten que es “de uso exclusivo para actividades formativas de los profesionales de SACYL”. Aquello se presentó en noviembre de 2021, así que quizá la demora en su implantación obedezca a un criterio diferente de los actuales responsables de la Consejería de Sanidad. Lo desconozco. Sea como sea, tengo claro que bajo el paraguas de la aplicación de los avances tecnológicos y de las nuevas formas de comunicación caben muchísimas mejoras en la asistencia a los pacientes pero, a la vez, se ofrece una apetecible escapatoria ante la cruda realidad de que los mismos partidos políticos que han gestionado la sanidad española durante las últimas décadas han sido incapaces de garantizar un relevo en los recursos humanos: faltan muchos médicos y ya faltan también enfermeros.

No me tengo por un “neo-ludita” que aspire a cortar los cables de la pantalla por la que, oh milagro, se aparezca un médico, pero sé que el despliegue no responde a un engrasado plan según el cual resolveremos dudas rápidas y haremos sesiones conjuntas entre Atención Primaria y Hospitalaria o aunaremos esfuerzos en el seguimiento de enfermos crónicos y complejos. Ojalá algún día ocurra. Tampoco niego las posibilidades que se abren en el vínculo con el paciente, aunque en esto haya que luchar contra la brecha digital y las sombras de cobertura que lastran a muchas comarcas. De hecho, ni mucho menos aspiro al 80% de presencialidad que reclaman mis superiores: con una media de 38 pacientes atendidos cada día, en los primeros siete meses de este año el 57,5% de mis consultas han sido no presenciales. Ahí incluyo tareas burocráticas, entre las que descuella la gestión de recetas, pero también muchas llamadas de seguimiento que programo yo, no piden ellos, a pacientes ya atendidos una o varias veces de forma presencial. Si el médico de Atención Primaria tiene tiempo y autonomía para gestionar su agenda diaria, si los centros de salud funcionan bien y no con unas demoras impropias, si los pacientes aceptan el circuito de asistencia más razonable, no deberían terminar las ciáticas, por propia iniciativa del paciente, en un servicio de urgencias hospitalario como el mencionado al comienzo de estas líneas.

En conclusión, no se trata de demonizar la “no presencialidad” pero tampoco de acatar a la ligera su implantación como un inevitable y deseable progreso tecnológico, convenientemente ambientado por noticias que son realmente publirreportajes en medios sanitarios y generalistas. Llevan años haciéndolo las compañías privadas, de implantación urbana, y ahora se suman los servicios sanitarios públicos, desesperados ante la dificultad para cubrir las necesidades de la población, especialmente la de las comarcas rurales y, entre ellas, las más periféricas u olvidadas. No hay que ser un lince para ver que la llamada telepresencia se traduce en que una enfermera, bien escaso, esté sola en un consultorio de urgencias rurales y, si el paciente lo necesita, recurra a un médico, especie en peligro de extinción, que aparecerá en pantalla. Ha pasado con el desarrollo de soportes vitales avanzados (ambulancias) con enfermero pero sin médico, o directamente con la apertura de consultorios de Atención Primaria a cargo ya no de médicos de cabecera, sino de enfermeras. A la vista de los datos, más allá de que a muchos médicos y enfermeros nos resulta indeseable, tampoco parece una solución duradera.

En definitiva, se puede ser comprensivo con la apretura en la que se ven los actuales gestores sanitarios, entre la espada de lo que es bueno para los pacientes y la pared de la carestía de profesionales, pero a la vez se debe exigir la honestidad en el planteamiento y que la telemedicina se regule con mucha cautela. Si en la administración de los recursos existentes han decidido que los pacientes que acudan a una serie de centros de salud de comarcas más despobladas serán atendidos por enfermeros en vez de por médicos, que llegado el caso aparecerán en una pantalla, que lo digan sin más y no lo envuelvan en palabrería política que no son sino paños calientes de puro cinismo. Que si entienden que no hay más remedio que despojar al acto médico del mirar a los ojos, coger la mano, modular el tono de voz… y todas esas herramientas puramente humanas que ayudan a construir la confianza entre médico y paciente, al menos no lo disfracen como progreso y avance, porque no lo es. Nos equivocaremos antes y más. Salvo que digamos “hasta aquí” de una vez y, de paso, se acabe con la deplorable costumbre del “pinchazo y a casa”.

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