En la vida es bueno fiarse…La confianza es necesaria para vivir sin miedo y con serenidad, disfrutar del presente con alegría y atreverse a afrontar el futuro con esperanza.
ANTONIO MATILLA
El cáncer ha sido para mí una ocasión de gracia, una experiencia de debilidad, de perdón, de renovación, de aceptación personal y de trabajar en equipo con Dios y con todos los que forman parte de mi vida y de mi lucha contra la enfermedad, para salir con más brillo, física y espiritualmente.
ANTONIO MATILLA
En un precioso libro de Henri J. M. Nouwen, comenta que la oración es un estilo de vida. Te permite encontrar en medio del mundo ese espacio sereno en donde abrir las manos a las promesas de Dios y hallar esperanza para ti mismo, para tu prójimo, y para el mundo. Las manos abiertas y acogedoras, simbolizan la actitud de un corazón pacífico y fraternal, que quieren comunicar algo personal, pero también quieren recibir un sentimiento profundo del hermano que sale al encuentro para comunicar amor y paz.
Hasta este fin de semana no he podido leer el libro de mi amigo y párroco, Antonio Matilla, Linfoma LCM con amor y humor. Me ha sorprendido muy profundamente, no he podido parar de leer en toda la tarde del sábado hasta que terminé el libro. No es solo la experiencia de una enfermedad para transmitir tranquilidad, es una profunda experiencia espiritual desde la fe y el pensamiento, en un momento que parece que se cierran todas las salidas y una profunda losa puede cubrir tu vida. Un libro que hay que tomar como totalidad, superando no solo la enfermedad, también el miedo y el sufrimiento, insuflando una profunda esperanza, ya que en la lucha contra la enfermedad ha descubierto algo valioso.
Nos recordaba Hermann Hesse, que en los momentos más difíciles exigimos que la vida tenga sentido. Pero solo tiene el sentido que nosotros le demos. El libro y la experiencia de don Antonio tiene mucho, nos ha mostrado que todo lo que nos rodea tiene un profundo sentido, recuperando un valor nuevo que hace que se viva todo con una mayor intensidad. En los momentos límites, podemos tener más preguntas que respuestas y quedar atrapados en el pozo del sufrimiento. Las preguntas por el sentido no se plantean para ser respondidas, ellas nos revelan la condición humana y, don Antonio revela una humanidad que para muchos no nos ha pasado desapercibida, mucho antes de leer su libro.
Me enteré de su enfermedad en un viaje a Turquía siguiendo las huellas de Pablo de Tarso y las noticias que me llegaban no eran muy alentadoras, incluso peores. No tenía entonces la amistad que ahora nos une, habíamos coincidido en algunos eventos de la Diócesis. Hablábamos cuando nos encontrábamos en la calle, le felicité cuando fue nombrado párroco de san Martín, pero todavía no teníamos la cercanía de un feligrés trabajando juntos en muchas actividades de la parroquia. En ese mismo verano me lo encontré al final de la Gran Vía y como no sabía que decirle, le pregunté cómo estaba y por su enfermedad con un cierto temor y temblor. Me respondió con una gran naturalidad y serenidad que no esperaba, y eso me tranquilizó a pesar que no reducía su gravedad. Todo lo contrario, a lo que yo estaba acostumbrado, tiempos de silencio y a no comentar la enfermedad, incluso por sacerdotes, cosa que nunca llegué a entender.
Don Antonio, nunca ocultó su situación y nos fue relatando la evolución de la misma, sé que a muchos les pareció algo obsceno, pero a mí tremendamente humano, por su naturalidad y projimidad que irradiaba una tremenda esperanza. El hombre se mide cuando se encuentra con el obstáculo, nos recordaba Saint-Exupéry. La vida humana no cesa bajo ninguna circunstancia, su significado incluye también el sufrimiento, las privaciones y la muerte. Cada ser humano es único e irrepetible. La vida tiene sentido si se vive con dignidad, como también la enfermedad, el dolor y la muerte tienen sentido. El arte de vivir y de morir son solo uno. Para ser feliz es necesario salir del cuerpo y caminar por los infinitos caminos del espíritu. La muerte no detiene la vida. Con la muerte se florece en una hermosa eternidad (Tahar Ben Jelloun)
Cuando leí su capítulo sobre la muerte me he sentido muy identificado con él, en el que comenta que no estaba preparado. Buscamos prepararnos para ella, ya que forma parte de la vida, pero nunca lo llegamos a estar del todo. Dice el libro del Eclesiástico (Eclo 7, 36): En todas tus acciones, acuérdate de tu fin y no pecarás jamás. La muerte es un aguijón molesto que a veces nos impide vivir a ras de suelo. En estos ocho años que don Antonio nos ha ido contando su experiencia y la evolución de la enfermedad, yo he perdido a mis dos padres. Mi madre con un cáncer fulminante y, mi Padre se fue apagando como un rayo de Parkinson y Alzhéimer. Allí estuvo don Antonio a visitarles en su enfermedad, acompañado de Dios. su linfoma y un manojo de ternura. De hecho, fue uno de los últimos que acompañó a mi madre con vida.
La angustia es mala compañera y aprendí también como don Antonio a orar caminando, a serenar el corazón al utilizar los seis sentidos (vista, oído, olfato, gusto, tacto y corazón), intentando desplegar la confianza y poder embellecer la vida con una mayor conciencia y lucidez. Siempre se ha dicho que a orar se aprende orando, yo diría que, también caminando, ya que, con ella, nos movemos en el espíritu hasta las orillas de Dios. Un camino que supone pasar de poner la seguridad en uno mismo a ponerla en Dios, de buscar el propio interés a hacer la voluntad de Dios, como lo más importante de nuestra vida. La oración despierta nuestra consciencia, es lo que nos permite escuchar las voces más allá de nuestros sentimientos y deseos.
Comenta don Antonio en su libro, los dones de la confianza, que no son tantos como los del Espíritu, pero casi. Es una confianza desde la fe y el acompañamiento de Dios, desde ella se libera la mente para poner en marcha todos los recursos del cuerpo y del alma para afrontar con valor los retos de la enfermedad y la cotidianidad mirando siempre hacia adelante. Comentaba san Agustín que los ojos del corazón son la confianza plena en el Señor: En tus manos, (Señor) están mis azares (Sal 31[30], 16). En el corazón de Dios, mirando la cruz, abandonamos nuestras perplejidades y las dudas sobre el misterio del sufrimiento, pero también en la profesionalidad de los médicos que además de investigar, derraman humanidad en esos momentos tan difíciles y a veces límites. La fe es confianza en Dios, es poner nuestras seguridades en Él. Más allá de nuestros desiertos y sufrimientos está Dios, deseando mostrar su misterio de amor que nos envuelve y nos abraza.
Pero, subrayo también la ironía y el buen humor que se despliega en el libro. En esos momentos límites, el humor que don Antonio ha mostrado, no solo en el libro, sino cada día, son signo de madurez y sabiduría. El sentido del humor consiste en ver el sentido positivo de las cosas, incluso las más negativas, sabiendo que todo es relativo, siendo uno de los frutos del Espíritu. No tenemos más que ver sus capítulos sobre “anécdotas espirituales”, sobre todo, el de su resurrección. Recordemos que el sentido del humor es una forma de ternura, de inteligencia y optimismo y es lo que nos ata al humus de nuestra esperanza, ya que la humildad es la imagen y semejanza de la gloria de Dios. Si don Antonio ha salido con más brillo y gracia, renovado espiritualmente, también lo hacemos los que hemos leído su libro y lo tenemos como párroco y amigo en nuestra cotidianidad. Dios habla bajito y lo hemos oído y sentido en sus palabras y su experiencia. Gracias, amigo.