OPINIóN
Actualizado 23/08/2022 15:46:11
Álvaro Maguiño

Ciertamente, existe una mitificación de la desolación en la literatura. El dolor es la clave que ayuda a desentrañar versos confusos, acercarse a la palabra que se funde en el papel. Más conocida por su faceta como poeta, sentí la necesidad de recomponer, no por primera vez, a la argentina Alejandra Pizarnik a través de su prosa.

Pizarnik fue, ante todo, una constante y silenciosa latencia. Normalmente etiquetada como “escritora maldita” dado su triste transitar por la vida, fue una escritora penitente, atada al papel y con devoción por lo inexorable del devenir. Actualmente, y regresando con el argumento antes nombrado, la argentina es un icono dentro de la literaria juventud de nuestros días, llámala generación Z e incluso “neodecadente”. No es algo extraño que así sea, sino puro fruto de su tiempo, de un continuo regresar.

Se puede organizar su prosa en sus relatos, tanto de vivencias personales como de ficciones surrealistas; en una reflexiva obra teatral; artículos y ensayos; prólogos y reportajes. Las tres primeras categorías están sumidas en las olas del surrealismo, donde nadan los insultos indiscriminados y la esfera de lo vulgar resueltos en ambientes ajardinados e infantiles intencionadamente cercanos a Alicia en el país de las maravillas. Los ingeniosos juegos de palabras y el abundante conocimiento cultural de Alejandra se toman de la mano para descolocar al lector. Por mi parte, he preferido centrarme en su faceta más exacta y conocedora del lenguaje humano. La escritora sabía imprimir en sus artículos y prólogos su hondo mirar en el silencio. La labor contemplativa de la soledad y del misterio de la poesía y del poema -que es para ella tierra prometida-. Y es que su necesaria prosa es un compendio de poesía latente, fidelidad al estilo y desesperado extrañar. El hueco del sentir se corresponde con el anhelo solitario que la hace inolvidable y este mismo recuerdo nuestro de su lectura aquello que debe completarlo. Devolverse y devolvernos al lenguaje, que, en sus palabras “no puede expresar la realidad” parece un objetivo encontrado por casualidad cuando ella comenta a sus más admirados escritores. En la admiración, en sorprender a la vista, en maravillarse, se recompone la tan frágil humanidad de Pizarnik.

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