TOROS
Actualizado 22/08/2022 21:18:43
Fermín González

"Córdoba lejana y sola. / Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba. / ¡Ay, que la muerte me espera!, antes de llegar a Córdoba. / Córdoba lejana y sola"

La muerte, tomo una novia, le esperaba impaciente en Linares, agazapada entre los cuernos de "Islero", para abrazarse con él a las seis y cuarenta y dos minutos de la tarde del día 28 de agosto de 1947. Y ya no lo soltó. Enfermería, éter, trasfusiones, caras largas y entristecidas, augurios funestos. Horas trágicas. Esperas interminables. Hospital. Madrugada... Frases entrecortadas, lágrimas, sollozos,.. Manolete se está muriendo "No siento la pierna..." Un sacerdote le pregunta: "¿Quieres confesar?" "Si, padre." Después de confesar le dice al sacerdote: "Padre, ¡no veo!" ¡Estaba tan cerca de la eterna luz!... Eran las cinco y cinco de la mañana del 29. Otros dicen que las cinco y siete, otros que las cinco y tres minutos. Es natural, cada uno miró su reloj. Pero esto no importa. Manolete andaba ya por donde los relojes no cuentan.

Un ídolo, acaso un símbolo. Acababa de morir corneado por un toro, y esto conmovió, puede que, incluso más, fuera de la órbita taurina, y que esta se sintiera con mayor intensidad. Eran tiempos de miseria, la guerra civil quedaba atrás, pero no sus dolorosas secuelas. Manolete procedía de una familia, cordobesa modestísima y sólo podría uno sacudirse la pobreza alcanzando un puesto relevante en el mundo de los toros. Difícil era la empresa, que por aquel entonces muchos intentaban. Quizá hasta le pareciera imposible al propio Manolete, cuyas limitaciones resultaban demasiado evidentes, con aquellos gigantes del toreo que lidiaban con éxito en los principales ruedos. Veteranos toreros que habían actuado en la década de los treinta, se les consideraba invencibles. Pues le sobraban arrestos para enfrentarse con aquellos toros de apabullante trapío. Los jóvenes, se habían curtido en los años de posguerra y tomaban la alternativa dominando una técnica, que quizá llevaban en los genes, pues eran toreros de dinastía.

Pero Manolete, no estaba ayuno de condiciones para torear. Antes bien, tenía dos primordiales en el toreo: un pundonor indomable, un valor a toda prueba. Las características de los públicos, también influyeron. Las Ventas empezaba a dejar de ser aquella fría cátedra que no dejaba paso a las emociones. La guerra trastoco al país, y muchos fueron los movimientos migratorios, que se asentaron en la capital, al igual que en otras muchas, y en cuantos a toros se refiere, estos públicos tenían enorme afición, más no concebían el espectáculo desde el análisis o la crítica, sino como una fiesta.

El torero hierático de Manolete, caló entre las masas más populares y lo elevaron a figura. La hondura de los Bienvenida, la gracia de Pepe Luís en las suertes, la lidia poderosa de Ortega etc., colmaban las expectativas y las exigencias de los aficionados. Pero el valor seco de Manolete, el dramatismo de su toreo, enardecía muchas tardes a las multitudes. Manolete, era una leyenda viva. Su competencia con el mexicano Arruza constituía una realidad y una ficción, porque evidentemente convenía al espectáculo.

Luís Miguel Dominguín le había retado, la determinación competidora del joven, guapo, desvergonzado y combativo, torero, puso sombras en las actuaciones de Manolete aquel 1947, si bien cosecho triunfos, también fueron broncas, acusaciones, insultos de inusitada dureza. Y así vencía la temporada hasta la tarde agosteña en la que alternaría con ese Dominguín en el cartel.

-Dominguín no tuvo culpa de nada, por supuesto. Manolete entro a matar con la pureza de siempre, y el miura le rompió la ingle y provoco un grifo de sangre. Demasiada para no aterrorizar a cuantos cuidaban de Manolete. Por ese miedo y por esa hemorragia perdió quizá la vida. “Don Luís, que no veo” dicen que también fue el miedo lo que mato a Joselito en Talavera y a Sánchez Mejías en Manzanares y… el miedo; un sentimiento que humaniza la grandeza del toreo, porque donde hay gloria, hay tragedia. Y a veces se juntan ambas, como aquella tarde triste de Linares-.

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