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OPINIóN
Actualizado 20/08/2022 22:16:41
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Pilar Torres Vázquez escribe un obituario sobre Jesús Sánchez Santos, fallecido el jueves

Jesús nació en la Torre de Velayos, una finca perteneciente al término municipal de Berrocal de Huebra el seis de marzo de 1932 y el día dieciocho de agosto de 2022 nos decía adiós. Pasó la infancia en fincas ya que su padre, Juan Francisco, ejercía de aperador. No es de extrañar que en esa época en la que a la explotación infantil nadie tenía en cuenta, empezase a trabajar con tan solo diez años de ayudante de mayoral en San Miguel de Asperones. Hasta los veinte años estuvo trabajando con José Alonso Bartol en las fincas que tenía y aprovechaban de esta manera: Valdelazarza en los veranos, La Granja en los inviernos y La Torre de Velayos en la época vernal, ya como mayoral de ganado bravo a lo largo de diez años. De ahí pasó a ejercer su saber hacer con toros y vacas con El Cura de Valverde y cuatro años más tarde dejó los curas por los Frailes, como le dijeron en cierta ocasión.

A los Frailes, primero en el Puerto de San Lorenzo más conocido como del Puerto de la Calderilla y por último en Valdefresno, dedicó muchos años, hasta su jubilación que en cierto modo nunca llegó para alguien que toda su vida era esa por la y para la que vivía. En Tabera de Abajo, al lado de la portera de esa finca, donde ahora pasta la ganadería de José Enrique Fraile de Valdefresno, se acomodaron, faenó sin descanso y allí me contó algunas de sus vivencias. Imagino que desde los diez años que tenía cuando empezó a trabajar hasta los setenta y ocho que contaba cuando fui a verlo para que me contase “cosas” de su vida dan para mucho y tendría anécdotas e historias imposibles de relatar en una tarde.

Su figura espigada con su traje de corto culminado con el sombrero “planchao” era reconocible y muy visible en plazas de primera y segunda categoría tanto en España como en Francia, incluso fuera de los ruedos lució con elegancia y gran porte que ahora ya por siempre permanecerá en esa vitrina en la que orgulloso lo lucía. En algunas de esas plazas salió a hombros. En Madrid le concedieron el Trofeo al Mayoral de la ganadería Valdefresno ganadora del “Toro de Oro” otorgado al toro, “Carretilla” marcado con el número 66 y que así reza en la placa colocada en el Batán de Las Ventas. Junto al galardón, Álvarez del Manzano, por entonces alcalde de Madrid, le entregó un premio en metálico. Esa era la cara más amable de la profesión. Detrás quedaba la brega durante años de los toros que se lidiaban y que no siempre salían como esperaban.

A lo largo de muchos años trashumaron con las vacas preñadas y añojos hasta tierras extremeñas entre mediados de diciembre y primeros de enero, un viaje que duraba unos nueve días. El hatajo, recordaba que el más grande que guio lo formaban 617 cabezas incluidos los bueyes, era conducido por siete personas, el mayoral siempre al frente del mismo. Bajaba por la Cañada Real y en Ciudad Rodrigo pasaron sus vicisitudes en años en los que el Águeda era muy caudaloso. Más abajo, en el Puerto de Perales, donde el camino se estrechaba, las reses tenían que ser conducidas en fila de a uno. En tierras extremeñas parían las vacas y a últimos de junio regresaban en un viaje más relajado que podía durar quince días ya que subían aprovechando los pastos.

Gran jinete, domador de “sus caballos y yeguas”, “Ociosa” fue la mejor que tuvo y vivió treinta y tres años, diestro con la honda que tuvo que utilizar algunas veces pero sin duda alguna recordaba la ocasión en El Puerto de San Lorenzo en la que se tuvo que tirar de la cama en la que estaba postrado enfermo de fiebre de malta y un toro que tenía que ser embarcado se había aculado embistiendo contra la casa donde vivían y tuvo que salir por una ventana de la parte trasera y buscarle las vueltas hasta que le endiñó en dos ocasiones y con la ayuda de los bueyes logró llevarlo hasta los chiqueros para ser embarcado, aquella vez el traje utilizado en la faena fue el pijama. Profesional respetado y admirado por sus compañeros y gentes del toro, trabajador incansable, un gran hombre y no lo digo solo por la altura, sencillo, entrañable y emotivo, cariñoso con toda su familia, fue padre de tres hijos, María Jesús, Jesús “Chuchi” y José María fallecido el cuatro de mayo de 2020 y cuya pérdida le hizo mucha mella, amigos y jefes, sus “amos” por los que estoy segura que hubiera dado hasta la última gota de sangre.

Ayer, diecinueve de agosto no salió, entró a hombros por la puerta grande de la parroquia del Espíritu Santo de Sancti Spíritus, localidad de donde es su, hoy ya viuda, Chon y lugar al que estaba ligado, para darle su último adiós y como dijo su “sobrino” Anselmo, sacerdote que ofició su sepelio, estará ya en el cielo que para él seguro es una gran dehesa. En ese momento muchos asentimos con la cabeza. Ahora añado que en esa dehesa aparte de estar poblada de encinas estarían pastando todos los toros y vacas que cuidó con esmero a lo largo de los años de profesión. Mayoral hasta la médula.

Pilar Torres Vázquez

Sancti Spíritus, a 20 de agosto de 2022

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