OPINIóN
Actualizado 19/08/2022 10:50:07
Ángel González Quesada
"¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!"
ANTONIO MACHADO, Proverbios y cantares, XII.

El pasado día 12, el escritor inglés Salman Rushdie fue apuñalado gravemente durante un acto cultural en Nueva York. La noticia fue tratada en un primer momento por los medios de comunicación como una agresión más a un personaje conocido, interrogándose incluso algunos medios por la motivación del apuñalamiento. Poco a poco, la real o fingida ignorancia de demasiados periodistas, cancillerías y portavoces gubernamentales, ha tenido que enfrentarse con la cruda verdad, es decir, con lo que ya sabíamos, sospechábamos y lamentábamos desde el primer momento: que el ataque a Rushdie es fruto y consecuencia de la fatwa emitida por el ayatolá Jomeini, dirigente iraní, hace décadas contra el escritor; una condena religiosa que alentaba a cualquier creyente a ejecutarla como mérito para su salvación, una ‘sentencia’ por haber escrito y publicado la novela Los versos satánicos. El estruendoso silencio frente al hecho de la inmensa mayoría de escritores, editores, libreros e intelectuales más conocidos en el mundo, no es menos vergonzoso que las tibias condenas protocolarias gubernamentales

El día 17 de agosto, en Arabia Saudí, Salma al Shehab, una estudiante de doctorado, ha sido condenada a treinta y cuatro años de prisión, acusada de apoyar y publicar en sus cuentas de las redes sociales opiniones contrarias a los intereses del gobierno de ese país; el mismo gobierno culpable, e impune todavía, del asesinato, descuartizamiento y desaparición del periodista Yamal Jashogyi, conocido por sus opiniones críticas con ese gobierno, el saudí, que estos días está siendo recibido, homenajeado y visitado por los más importantes líderes mundiales, con gran despliegue periodístico y amplia labor editorial de complacencia.

Julian Assange, el fundador de Wikileaks, una página virtual de difusión de información, está siendo retenido en una prisión inglesa, después de años de refugio en la embajada londinense de Ecuador y de ser víctima de falsas acusaciones en su propio país, hoy encarcelado a la espera de ser extraditado a Estados Unidos, que podría condenarlo a una pena de 175 años de cárcel, acusado de difundir documentos considerados de alta seguridad por el país americano a grandes periódicos y agencias de noticias de todo el mundo (que los publicó y que hoy, en un ejercicio inédito de mezquindad universalmente transversal, es incapaz de romper la mínima lanza a favor de Assange).

Edward Snowden, un consultor tecnológico estadounidense, permanece en paradero desconocido al estar su vida amenazada por los servicios secretos de varios países, acusado, también, de la difusión de información contraria a los intereses político-gubernamentales de varios países, información que ha permitido desmantelar tramas mafiosas de tráfico de armamento, droga y evasión de capitales en las que están probadamente implicados gobiernos, gobernantes, políticos y empresarios de todo el mundo. El nombre de Snowden ha desaparecido hace años de la información periodística en todo el mundo, ni siquiera citado como recordatorio de las lagunas en la libertad de información de que tanto presumen quienes jamás la ejercen.

Hervé Falciani, ingeniero italo-francés de sistemas, mantiene en secreto su residencia mientras colabora clandestinamente con algunos jueces e investigadores denunciando comportamientos fraudulentos en lo económico, criminales y mafiosos de tráfico y evasión de capitales, chantajes para influir en los resultados electorales de ciertos países y compra-venta de cargos oficiales, ilegalidades de grandes empresas multinacionales, ilegitimidades de gobiernos corruptos y manejos oscuros de megamillonarios de todo el planeta, amenazado de muerte desde diversos frentes empresariales, de serv icios secretos gubernamentales y de organizaciones criminales, muchas de ellas propietarias de grandes medios de comunicación y empresas de información, en las que el nombre y aportaciones de Falciani han dejado de existir.

Podría extenderse la lista de quienes, elevando el punto de vista hasta contemplar el lamentable mundo que hemos construido, son el ejemplo, la mínima muestra de la artificialidad en que se basa nuestra convivencia, en la levedad de las rayas en los mapas, de los fingimientos que son las grandes arengas patrióticas y cómo son solo constructos manipulados y manipulables del peor teatro del fingimiento, nuestros valores estentóreos y falsos de democracia, el mercadeo de la libertad, la falsedad de los derechos humanos, el vacío de la solidaridad o el ya inexistente último aliento de la palabra decencia.

Un comportamiento homogéneo, generalizado y de una mezquindad escalofriante se observa en el tratamiento “informativo” de todos los casos apuntados (y miles más que ni siquiera salen a la luz) en la mayoría de los llamados medios de comunicación: una indisimulable prisa por arrinconarlos en el recodo de lo intrascendente, un cuestionamiento de más o menos intensidad, siempre de la víctima, un exquisito cuidado por no hacer juicios de valor de los responsables directos (gobiernos, religiones, intereses económicos), mediante la táctica centrípeta de reflexión (o de palabrería hueca) en torno a conceptos generales como la libertad de expresión, el reconocimiento de derechos humanos, la calidad democrática y otras categorías que permiten una generalización neblinosa y cegadora que esquiva, elimina y obvia el nombre concreto de quién y, sobre todo, los porqués de unos jueces homicidas, de unos verdugos cuyas armas han sido legitimadas por ellos mismos y por nuestra indiferencia.

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