LOCAL
Actualizado 12/08/2022 07:23:44
Elena Esteban

Los campamentos de verano son un regalo generacional. Al menos en el caso de asociaciones juveniles cuyos monitores voluntarios fueron, en tiempos pasados, los que se beneficiaron del trabajo de otros un poco mayores que ellos. El círculo se cierra generación tras generación: “muchos de los niños que vienen son hijos de monitores que han estado aquí hace treinta años”, afirma Laura, monitora de Grupo Tiempo Libre Fátima, que empezó a ir a sus actividades cuando tenía siete. Su objetivo es transmitir unos valores heredados a través de la educación no formal, pero también hacer del ocio algo accesible.

Bajo el lema ‘Lo que no se da se pierde’, los monitores de ‘Fátima’, en honor a la parroquia donde toman sede, intentan convertir el tiempo libre de niños y adolescentes de Garrido y toda Salamanca en un espacio seguro y enriquecedor. Durante el año con actividades semanales y acampadas, en el verano con quince días de juegos y naturaleza en su campamento. “Son los días más intensos del año” afirma David, que esta vez ha sido uno de los coordinadores del campamento, aunque enfatiza que no le dedica tantas horas “de mala gana, al revés, lo haces con ganas”.

Durante la preparación de campamentos como el suyo, los jóvenes aprenden a marchas forzadas a remendar tiendas de campaña, preparar botiquines o ajustar cantidades de un menú que alimentará a más de 80 personas, como es su caso este año. Un trabajo de meses para completar toda la logística que requiere movilizar a un grupo así. Se organizan por equipos más pequeños, que también se encargan de dejar a punto juegos, talleres y dinámicas, lo que los niños ven. Paula, que ha cursado segundo de bachillerato a la vez que se iniciaba como voluntaria en Asociación, no se imaginaba el trabajo que cuando era beneficiaria daba por hecho.

Para ella, la inversión de tiempo vale la pena: “me ayuda muchísimo a desconectar y a librarme de vicios como el móvil”. Laura agradece poder reunir a “mucha gente muy distinta que de otra forma no se juntaría” y utilizar ese poder asociativo para dar “más vida al barrio” con iniciativas paralelas como recogidas de juguetes o alimentos. También la confianza de los padres, que les entregan a sus hijos durante quince días y que achacan al contacto cercano que implica lo local. Sienten que gracias al proyecto los pequeños pueden disfrutar de ser niños, pero no se quedan con las manos vacías: ”venir aquí te vuelve a conectar con tu infancia”.

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