Nos dicen, y nos dicen bien, que olvidar el pasado es el primer paso para repetir errores, pero esto parece más una frase hecha que se utiliza como más convenga en cada momento, que algo que siempre se tiene en cuenta para evitar tragedias que pueden evitarse.
Acaban de cumplirse 25 años del secuestro por ETA de Miguel Ángel Blanco y su ejecución, porque aquello no fue un asesinato, que ya es grave, fue una ejecución sin jueces y sin leyes de un ciudadano inocente. Imposible borrar de nuestra memoria aquellos terribles días de julio de 1997. No habíamos tenido tiempo de celebrar la liberación de José Antonio Ortega Lara por la Guardia Civil cuando ETA decidió vengarse de tan acertada operación y lo eligió a él: o el Gobierno enviaba en 48 horas a todos los presos a cárceles del País Vasco, o cumplido el plazo acabaría con su vida de un tiro en la nuca, su maldita firma, su maldito sello, su maldita marca. Y España se quedó sin palabras. Mi recuerdo de aquellos días es el recuerdo de todos los españoles: nadie daba los buenos días en el autobús por las mañanas, nadie durmió aquellas 3 interminables noches, todo era tristeza, angustia, silencio roto solo por los suplicantes aplausos que coronaban cada minuto de silencio a las puertas de las oficinas, de las tiendas, de los colegios. Las plazas se llenaron de flores, de velas, de oraciones, que es a lo que solemos recurrir por muy ateos que seamos cuando nos sabemos abandonados de los hombres. En mi trabajo había un empleado con muy distinto apellido pero llamado Miguel Ángel. Cómo estarían las cabezas que cuando alguien preguntaba por él preguntaba por Miguel Ángel Blanco: el nombre que nadie podía quitarse de la memoria. Aquella anécdota que ponía los pelos de punta y que jamás olvidaré resume mejor que nada el estado de ánimo que nos embargaba a todos. Ni fue el primer muerto, ni fue el último, pero la bala que mató a Miguel Ángel Blanco volvió a matar a todos los asesinados y nos dejó claro que en lo que los ciudadanos seamos la moneda de cambio entre los gobernantes y los terroristas jamás acabaremos con estas barbaridades por mucho que nos convoquen a manifestaciones en contra de algo que tanto terroristas como gobernantes saben de sobra que los ciudadanos ni somos culpables ni queremos.
Acaban de cumplirse 25 años del secuestro por ETA de Miguel Ángel Blanco y su ejecución, porque aquello no fue un asesinato, que ya es grave, fue una ejecución sin jueces y sin leyes de un ciudadano inocente. Nos gustaría pensar, al menos, que su muerte sirvió para algo, pero nos cuenten lo que nos cuenten solo hay algo que nadie puede negar: los presos de la banda, si no todos, la mayoría están en cárceles vascas bien tratados, otros libres, muchos sin juzgar, algunos ocupando cargos políticos, ni se sabe los que viviendo como ciudadanos de bien en el extranjero, los gobernantes apuntándose el tanto de haber conseguido que dejaran de matar y Miguel Ángel Blanco y los casi 1000 inocentes asesinados camino de acabar muertos hasta en la memoria colectiva, porque si para algo ha servido este 25 aniversario es para descubrir que la mayoría de nuestros jóvenes no saben quién era Miguel Ángel Blanco. ¿Cabe mayor decepción?