LOCAL
Actualizado 06/08/2022 08:59:26
Elena Esteban

La modernización llegó de la mano del asfaltado y nuevos servicios para los vecinos pero se rrastran problemas estructurales como las aceras estrechas que dejan entrar poca luz a los edificios

En 1915, el barrio de Garrido era tres cosas: un puesto de paso a nivel para el ferrocarril junto a los Salesianos, una fábrica de mosaicos al norte y una casita de verano con un huerto que pertenecía a Santiago Bermejo Pollo. Él fue el primero en asentarse en la zona, y Enrique de Sena, periodista y escritor salmantino, siempre reivindicó que se le reconociera ese papel denominando al barrio ‘Garrido y Bermejo’: “Porque los pioneros, los iniciadores de ese barrio que pareció nacer para que en él vivieran empleados de la Compañía o de los Ferrocarriles del oeste de España y jubilados de artesanías y profesiones liberales de escala modesta fueron dos, los señores Garrido y Bermejo”.

Santiago decide instalar su horno y confitería ‘La Mallorquina’ en aquellas tierras todavía deshabitadas y pide a Garrido, maestro de obras, que edifique en los terrenos que posee. Este también construye casas para él, en lo que hoy es la calle Unamuno. Amigos y vecinos, se convierten hace un siglo en los predecesores de un barrio que va llenándose de nuevos pobladores salmantinos que encuentran hueco en la periferia. En sus orígenes son casas bajas, con corrales y no demasiado planificadas, por lo que las aceras son estrechas y los edificios que luego crecieron sobre ellas apenas recibían luz. José y Antonio, miembros del barrio desde hace cuarenta años, explican que en calles como las suyas el panorama sigue igual, siguen sin ensancharse.

‘Operación asfalto’

Enrique de Sena escribió en la sección ‘Salamanca ayer y hoy’ de El Adelanto sobre las esperanzas de la modernización: “Nació un barrio cuyos moradores alimentaron la esperanza, la ilusión lejana, casi imposible, de que algún día el piso de las calles fuera firme, el agua de lluvia dejara de discurrir por la calzada siguiendo las leyes de la gravedad y el verano dejara de tener la tierra polvorienta que agitaba cualquier ligera brisa y en el invierno desapareciera la masa continua de barro y lodo”. Y es que entonces el suelo de una de las zonas más húmedas de la ciudad se convertía en un lodazal en la época de lluvias e invierno.

Jesús Málaga, uno de los alcaldes más reconocidos por el distrito, encauzó esta lucha vecinal contra el barro, que no llegó hasta los años 80. José María regenta un kiosko frente a lo que en otros tiempos fue un cuartel militar y hoy se ha convertido en un centro comercial y recuerda que cuando iba al instituto, al Mateo Hernández “no había pisos en la parte de la Torrente Ballester, eso era un descampado”. La zona norte ha terminado de urbanizarse hace apenas unas décadas, José Manuel, que regenta un bar en el barrio califica de “vertedero” la zona que se ha convertido en el mirador ‘Volcán’ de Garrido.

Edificios y ‘garriders’

Uno de los hitos del barrio fue la acogida de este cuartel del regimiento de infantería, ‘La Victoria’. Frente a él se alzaba una zona deportiva que no estuvo en pie muchos años, el ‘Stadium salmantino’, que luego dio paso a las calles paralelas construidas por Ayala. A medida que la población se estableció fueron creciendo las zonas verdes. El parque Garrido fue primero, en 1974. Le siguió la Plaza Barcelona en 1985 y, mucho más tarde, el parque Wüzburg. Todos diferentes a los actuales por las reformas de los últimos años para darles un aire moderno y trasladar los malos hábitos de estas zonas comunes.

Los vecinos concuerdan en que, pese a la mejora de las infraestructuras, echan de menos las fiestas populares de Garrido, “sobre todo el tema de los conciertos” señala José Manuel. Las entidades y asociaciones vecinales como Garrido Contigo intentan dar vida a las calles con proyectos culturales, aunque la falta de movimiento en los barrios es “algo generalizado en Salamanca”. La gente también ha cambiado. José y Antonio recuerdan los tiempos en los que conocían a todos sus vecinos y se sentaban juntos “a tomar el fresco”, y José María observa con nostalgia desde detrás de su mostrador repleto de ‘chuches’ que “mucha gente se ha ido fuera” y “había más niños antes”.

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